*Por Luis Autalán 

(Periodista de Bae Negocios)

 

Érase un vacunatorio VIP en los tiempos de pandemia. La demanda de estados presentes y activos ante el Covid-19 es global y comprobada. Con ejemplos de “pago chico” y almas enormes hay historias dignas para describir en estos días donde la segunda ola arrasa más allá de negación o egoísmos increíbles a esta altura de las circunstancias. Contra ello y más, hay quienes ofrecen medicina, sonrisas y empatía.

 

El viernes temprano, como todos los días en los que el tsunami de la segunda ola sigue agigantando los miedos y la ansiedad de poder ser vacunados, chequeo mi aplicación “Vacunate” y veo resaltada la palabra “Pendiente”, una fecha y un horario para ir al Centro de Producción Audiovisual Leonardo Favio de Bernal, mi ciudad, en el partido de Quilmes, provincia de Buenos Aires.

 

Sujetando las riendas de la adrenalina fui al mail y ahí estaba el turno confirmado.

 

Es complicado abrazar un teléfono celular, pero lo intentamos. “Le he pedido tanto al Dios de los algoritmos” me dije, y compartí mi entusiasmo en las redes sociales, al fin y al cabo, por veterano y no por sabio, a veces podemos surfear entre tanto odio que se detona en esas plataformas.

 

Llegué entonces temprano al Centro Favio, un maravilloso edificio del siglo XIX reciclado con un amplio parque con rosas y otras flores y me ubiqué en la fila bajo los gazebos, junto a otros vecinos y vecinas, bajo la lluvia, llovizna, a distancia física y con preguntas de ocasión.

 

Era la primera escala de la travesía vacunatoria: chequeo de datos, espera para la aplicación, charla grupal y entrega del carnet. Mientras ocupamos la silla que dejaba libre otra persona, un muchacho pasaba alcohol por la superficie del asiento, una y otra vez, sin perder la sonrisa.

 

Fue entonces que apunté un dato, se respiraba cordialidad. Otras jóvenes nos explicaron sobre algún efecto posterior a recibir la medicina y el tiempo de espera indicado para vacunarnos contra la gripe/ neumonía. Cumplidos esos pasos otra colaboradora se acercó para indicarnos nuestro lugar en el box de vacunación.

 

“Vayan tranquilos y felices, no duele nada”, exclamó una señora que se retiraba. Y todos sonreímos. Tomé otro apunte: entre tanta gente esperando, entre tanto miedo e incertidumbre bajo la crisis Covid, no se respiraba impaciencia, sólo se percibían algunos murmullos de plena calma.

Fotos: Gentileza Municipalidad de Quilmes

“Ojo, es la china”

Antes de aplicarme la vacuna la muchacha me aclaró solemne: “Es la Sinopharm, la china, ojo también es comunista…” Y nos reímos los dos, casi a carcajadas. En el último paso, la entrega del carnet, llegaría la expresión de empatía máxima, una trabajadora de salud brindó la charla grupal, amena, a viva voz pero sin gritar, con brillo en sus ojos superando al barbijo, Nos habló de la carga del número de ciudadano en la aplicación, de la segunda dosis, de tomar un Paracetamol cada 8 horas y cerró con una sugerencia/ invitación: “Se pueden sacar todas las fotos que quieran aquí, y si quieren sacarse con nosotras y nosotros eso nos encanta”.

 

Debió llegar un aplauso, pero ella con sus palabras hizo brotar más sonrisas.

 

Como en todos los pueblos chicos nos cruzamos con algunos conocidos como mi amigo Luis Arcoraci que también resaltó la amabilidad del personal “me acompañaron hasta la salida”, comentó; Jorge Freddiani, un ex jugador del Quilmes Atlético Club, no ocultó su alivio: “Ahora estamos mucho más tranquilos y qué lujo la atención acá” y una mujer que me disparó con picardía, “dígalo, aquí atienden tan bien a todos que hasta molesta” y agregó “lo digo por las barbaridades que dicen algunos periodistas desde que arrancó este horror”.

 

Ante ese comentario intercedió otra señora: “Tengo una amiga que me dice que vacunan con agua. ¿Sabe qué le dije? Excelente, necesito un placebo para frenar mi angustia”.

 

Qué decir del testimonio de la señora que con su banquito de plástico en mano nos dejó la antesala al cierre de estas líneas: “Es la primera vez que salgo a la calle desde marzo del año pasado. Mi hija y mi hijo son trabajadores de la salud, me acercan todo lo que necesito y me piden que no salga. También me dicen que están extenuados físicamente pero mucho más los agota el destrato de muchos, lo inaudito de otros y yo les digo que los entiendo porque soy testigo y que estoy orgullosa de ellos”.

 

La hubiéramos abrazado, pero no se puede ni se debe.

 

Ese personal apostado en “el” Leonardo Favio, como otros equipos de salud, son merecedores del agradecimiento más sincero. Porque a lo que todos sufrimos muchos ellos sobreponen y le agregan su vocación por ayudar al otro con sonrisas y eso también es iniciativa, pública, estatal y gratuita cuando más la necesitamos.

Leé más notas de La Opinión Austral