El nuevo arzobispo de Buenos Aires, Jorge Ignacio García Cuerva, advirtió este sábado que “no podemos darnos el lujo de seguir alimentando la fragmentación en lugar de la esperanza“, llamó a “hacernos cargo y no mirar para otro lado” ante “una realidad económica y social que duele y congela el alma” y pidió “no fomentar la profundización de la grieta”.

Así lo afirmó en su homilía de la misa de inicio de su ministerio pastoral en Buenos Aires, que se realiza esta tarde en la Plaza de Mayo, con la presencia de la gobernadora de Santa Cruz, Alicia Kirchner, el presidente Alberto Fernández y parte de su gabinete así como funcionarios del gobierno de la ciudad.

“Hoy estamos llamados a reconocer que, entre nosotros, hay personas, familias, amigos que están sufriendo; que se sienten lastimadas en su esperanza: las familias que siguen llorando a los más de 16.000 fallecidos por Covid en la ciudad; los ancianos abandonados o dejados de lado; quienes sufren adicciones, violencia en todas sus formas, angustia y pánico; quienes viven en situación de calle o en viviendas precarias, o tantos y tantas que, desvelados, hacen malabares buscando llegar a fin de mes”, dijo el arzobispo en su sermón.

Se refirió también a aquellos que “ya no tienen ganas de seguir; paralizados en sus sueños, golpeados por una realidad económica y social que duele y que congela el alma” y pidió: “Hacernos cargo, no mirar para otro lado“.

“Frente a una realidad tan compleja, donde la impotencia parece tener la última palabra y el ‘sálvese quien pueda’ puede volverse un canto de sirenas, el evangelio nos regala un canto aún más esperanzador: nadie puede cargar solo al paralítico, nadie tiene sólo las respuestas; es necesario, aprender a encontrarnos y reconocer que somos una comunidad“, expresó García Cuerva.

Al hacer referencia al Evangelio que se leyó en la misa, donde se relata el encuentro de Jesús con un paralítico que le acercaron cuatro hombres, el arzobispo habló de la necesidad de “dejar los personalismos de lado generando consensos y buscando acuerdos que permitan a la creatividad y a la audacia abrir nuevos caminos”.

En otro tramo, hizo referencia a “los enemigos del ‘no se puede’ porque hicieron experiencia de que juntos, encontrándose, reconociéndose y sin necesidad de cancelar sus diferencias, nacía una nueva comunión capaz de levantar los techos invisibles que el conformismo tantas veces impone”.

“No podemos darnos el lujo de seguir alimentando la fragmentación en lugar de la esperanza. ¡Cuánta necesidad tiene nuestra ciudad, nuestra sociedad, nuestra Iglesia diocesana de ver esas manos tan distintas sosteniendo juntas esa camilla que reclama esperanza! La fe de estos hombres, se concretizó en ese gesto de querer trabajar juntos, y despertó un mensaje profético para el Cafarnaúm de aquel tiempo y para el Buenos Aires de hoy”, dijo en uno de los tramos más aplaudidos de su homilía.

García Cuerva aseveró también que “necesitamos de una fuerte conmoción del Espíritu Santo que nos sacuda, nos desinstale, nos cargue de alegría y nos apasione” y añadió: “Es él quién puede ayudarnos a curar la parálisis de no poder soñar y trabajar con otros por un país más justo y fraterno; la parálisis de la intolerancia y la descalificación que no nos deja caminar al encuentro del otro, que, aunque piense o sea distinto, merece todo mi respeto y consideración. La parálisis de no darnos cuenta que tantas veces somos paralíticos”.

Pidió también “cuidarnos de la sutil atracción de las confabulaciones, del aparente regocijo del desprestigio del otro, de la tentación nefasta de hablar y calumniar por detrás; y mucho menos de aquellos que se animan a jugarse la vida y hacer algo por los demás”

“No seamos, como esos escribas, que descalifican a Jesús, no fomentemos la profundización de la grieta, a la que, me escucharán siempre decir que prefiero llamar herida porque duele y sangra en las entrañas del pueblo”, expresó.

En una exhortación final, pidió a los presentes: “Levantemos el techo del ‘no se puede’; levantemos el techo del ‘siempre se hizo así’, el techo de la indiferencia y la resignación… levantemos los techos que no nos permiten soñar y que han oscurecido e imposibilitado el horizonte de tantos de nuestros jóvenes”.

“Nosotros también nos queremos seguir jugando la vida por la Buena Noticia de Jesús; ¡entonces no le tengamos miedo al futuro!, ¡Atrevámonos a soñar a lo grande!, que el chiquitaje no nos gane, y no nos consolemos con vuelos rastreros. Volemos alto y soñemos en grande”, aseveró.

García Cuerva, sobre la diócesis de Río Gallegos: “Soñamos juntos ser una iglesia hospital de campaña que recibe a todos”

En el cierre de su discurso, García Cuerva recordó el lugar que lo vio nacer y desarrollar su tarea pastoral. Se trata de Río Gallegos, donde logró hacerse de grandes afectos  y del cual se despidió tras asumir su nuevo cargo.

“Allí nací, me bautizaron y aprendí a caminar. Luego viajé con mi familia a Buenos Aires, pero las sorpresas de Dios me llevaron nuevamente a aquella ciudad del sur para que 50 años después diera los primeros pasos como obispo diocesano”, manifestó.

En ese sentido, destacó que en la Patagonia austral “muchas veces las paredes de las capillas son de viento, el piso es la escarcha y el cielo infinito es el techo. No dejamos que el frío y el viento nos apague la pasión, el entusiasmo, las ganas de anunciar a Jesús y de celebrar la fe y al vida.”

Expresó su gratitud hacia la diócesis de la capital santacruceña porque “soñamos juntos ser una iglesia hospital de campaña que recibe a todos, especialmente a los heridos de la vida”, y porque “en tiempos de pandemia, mas allá de las restricciones, fuimos una iglesia viva en la caridad y en el compromiso”.

Su identificación como un hombre sureño no paso desapercibida en la importante ceremonia de este sábado. No solo hizo hincapié en la labor que desarrolló con dedicación en su ciudad natal, sino que también se refirió a su característico clima gélido: “Seguro tienen frío, pero imagínense si esta misa fuera en Río Gallegos, dijo, al tiempo que bromeó con la temperatura de Buenos Aires: “Para nosotros esto es un verano”.

Acto seguido, aprovechó a saludar a las personas de Santa Cruz que asistieron a la importante ceremonia, incluida la gobernadora Alicia Kirchner; el director de Cáritas Río Gallegos, Juan Obando;  referentes diocesanos de Cáritas y Catequesis; los padres Daniel Ferrari, Daniel Ledesma y Fabián Gili; y feligreses de Río Gallegos y Río Grande. “Gracias a todos por estar presentes”, sostuvo.

Juan “Chili” Obando manifestó en redes sociales su felicidad por la asunción del nuevo arzobispo realizada en la catedral metropolitana :”Llegó el día. Asume el crack y que la pelota empiece a rodar”, publicó en su cuenta de Instagram.

Asimismo, La Opinión Austral pudo conversar con el padre Daniel Ferrari en el marco del histórico evento religioso: “Fue una ceremonia hermosa. Estamos felices por haber acompañado a Jorge en un día tan especial para él, su familia y la iglesia”.

Daniel Ferrari y Fabián Gilí del vicariato castrense.

La trayectoria de García Cuerva

De 55 años, García Cuerva es considerado un obispo de gran saber académico además de contar con una profunda inserción pastoral, especialmente en el ámbito carcelario, y con una importante trayectoria social en los barrios populares del conurbano bonaerense.

A fines de junio, el papa Francisco entregó el palio bendecido al nuevo arzobispo porteño, en una ceremonia en la Basílica de San Pedro en la que también animó a los responsables de arquidiócesis de todo el mundo a trabajar “en los barrios, en la sociedad civil, en la Iglesia y en la política”.

La designación de García Cuerva se conoció el pasado 26 de mayo, luego de que el Vaticano aceptara la renuncia presentada por el cardenal Mario Poli, al haber cumplido 75 años -el 29 de noviembre de 2022 pasado- y lo designara administrador apostólico de Buenos Aires, con las facultades de arzobispo arquidiocesano, hasta la toma de posesión canónica de su sucesor.

Nacido el 12 de abril de 1968 en Río Gallegos, García Cuerva cuenta con una importante trayectoria académica -es abogado y teólogo- y además posee una profunda inserción pastoral: fue capellán de varios penales y secretario de la Pastoral Carcelaria del Episcopado y se desempeñó como párroco en la populosa villa La Cava, en San Isidro, así como en otras villas del conurbano bonaerense, un verdadero “pastor con olor a oveja”, como suele definir Francisco a los curas con ese perfil.

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