La historia de sus ancestros, los parentescos familiares, constituyen ni más ni menos que la historia misma de Santa Cruz porque combina lo rural con lo urbano entre Puerto Santa Cruz y Río Gallegos.

Su abuelo, Roy John Watson, se trasladó con dieciocho años de Inglaterra al África para trabajar en los ferrocarriles y posteriormente regresó, después viajó a Malvinas.

Estaba en Punta Arenas cuando le ofrecieron trabajar en la “San Julián Sheep Farming Company” y se trasladó al Territorio de Santa Cruz. En 1901 trabajó con los hermanos Patterson en la estancia “Mata Grande” hasta que se independizó y se dedicó a la compra y venta de cueros, entre Puerto Deseado, San Julián y Punta Arenas, recorrido que hizo siempre a caballo. Trabajó en la Compañía Mercantil y Pastoril (La Mercantil) en la que llegó a ser gerente. Establecido en Puerto Santa Cruz abrió la tienda “Inglesa” y con los años se asoció con Joaquín Gordoniz.

Con la crisis posterior a la primera guerra el comercio se resintió. Roy John dejó el negocio y se dedicó exclusivamente a la estancia Rincón Grande. Conoció a Isidora Arbilla, nacida en Chascomús, que había arribado para radicarse en Puerto Santa Cruz con su familia. Tenía en la zona dos hermanos: José y Francisco, y una hermana estaba en San Julián: Micaela.

Roy John e Isidora se casaron el 30 de octubre de 1904. Tuvieron cinco hijos: María Esther; Elvira; Carlos David, Gladys Eva y Roy Lionel. Como Rincón Grande estaba en el trayecto entre Santa Cruz y Lago Argentino, pasaba mucha gente.

Watson hizo sus estudios en María Auxiliadora de Santa Cruz, luego estudió en Belgrano y vivieron en una casa de la calle Freire. Cuando su familia se trasladó a Inglaterra siguió estudiando. En 1929, se casó en Santa Cruz con John Doherty. Nacieron cuatro hijas: Daphne, Mónica, Eileen y Patricia “Patsy”.

Doherty era hijo de irlandeses que llegaron a la Argentina en 1884. Él se adaptó rápidamente a la Patagonia e hizo muchas amistades, integró comisiones como el Tiro Federal, el Club Sportivo, era buen deportista y con Elvira participaban de los torneos de tenis.

En la crisis del ’30 se tornó difícil mantener la agencia y en 1940 la vendió a Eloy del Val. A partir de ese entonces se dedicó al campo, colaborando por muchos años con su suegro, Roy John.

Ella era una mujer enérgica, -recuerdan hoy sus familiares- muy trabajadora, sabía hacer de todo, tanto en el hogar como en el jardín. Preparaba conservas para todo el año, andaba a caballo, jugaba tenis, tiraba bien al blanco y nos cosía la ropa. Como la abuela Isidora, mamá cuidaba el jardín y en diciembre, cuando se tomaba la Comunión, ella mandaba las lilas blancas para la iglesia de Santa Cruz ¡qué aroma más hermoso!”.

“Cuando estuvimos en edad escolar nos mandaron pupilas al Colegio Santa Hilda. Era un colegio muy estricto, salíamos una vez al mes, pero las chicas externas nos llevaban cosas ricas para comer y a la noche, a veces hacíamos un midnight feast. Algunas chicas se escapaban atando sábanas para bajar por la ventana, después, entre todas, había que subirlas y cerrar las persianas antes de que nos vieran, porque si no teníamos penitencia y no había salida. Mis tutores eran los tíos Peter y Agnes, que estaban en Villa Devoto. Ellos tenían cuatro hijos y nosotras éramos cuatro mujeres.

Al principio extrañamos bastante, después nos acostumbramos y de grandes nos dimos cuenta que habían hecho lo mejor, dándonos una buena educación, estábamos agradecidas por el esfuerzo que hicieron, desde chicas nos enseñaron el valor de una familia unida, las responsabilidades de la vida y el trabajo honesto”.

Eileen recordaba la vecindad rural: “Teníamos de vecinos, al otro lado del río Santa Cruz, a don Arturo Behr y su esposa, doña María, con la estancia ‘La Barrancosa’. Cuando ella enviudó, papá iba a buscarla para que viniera a pasar Navidad con nosotros y después ella nos invitaba para recibir Año Nuevo. Íbamos a caballo hasta el río, los atábamos y cruzábamos arriba de la balsa. Una vez fueron a La Barrancosa, mi hermana Daphne con Pat Garrard a quedarse dos días. Era increíble todo lo que doña María sabía preparar, vino de grosella y calafate, y una repostería exquisita.

Nos visitábamos con los Pérez Companc cuando en los años 40 compraron la estancia ‘La Nevada’, que llamaron ‘San Ramón’. Hicieron una capilla muy linda y nos invitaron para la inauguración, llevaron al padre Ascárate de Buenos Aires. Me acuerdo que en esa oportunidad nos filmaron, toda una novedad en esos años. Me acuerdo de Margarita Pérez Companc y de sus hijos Alicia, Jorge, Carlos y ‘Goyo’.

Mi papá les explicaba a los muchachos sobre el clima y el manejo de la hacienda, me acuerdo cuando se empezó a hacer la inseminación artificial, todos los días venían a buscar un huevo fresco porque era el método de la época para diluir algo.

El campo de los abuelos era el punto de encuentro con los primos: En invierno venían al campo a pasar las vacaciones mis primos, Roy y René Negro, nos largábamos en trineo desde el buzón hacia la bajada que se tapaba de nieve, éramos inconscientes, a veces el trineo se quedaba enganchado en alguna mata y alguien llegaba rodando, llegábamos a casa empapados. También recuerdo la visita del gobernador Gregores durante sus giras por el interior, él miraba a mis hermanas y a mí y exclamaba: ¡Cómo crecen estas mocosas!”.

Cuando Roy John e Isidora cumplieron las Bodas de Diamante, las celebraron con una misa en la capilla de María Auxiliadora de Puerto Santa Cruz, seguida por una reunión muy concurrida. John Doherty falleció en Gallegos el 24 de diciembre de 1963, curiosamente, el mismo día en que nació.

Meses más tarde, falleció Isidora (el 8 de enero de 1965), fue un duro golpe para Roy y si bien siempre estuvo acompañado por sus hijas, la extrañó tanto que se fue entregando y falleció dos años después, el 5 de agosto de 1967. Faltaba una semana para que cumpliera 87 años. En los ´70 la familia decidió que “Rincón Grande” se vendiera.

Eileen fue la primera de las hermanas en casarse: “El 7 de mayo de 1955, en Santa Cruz, me casé con Carlos Enrique Heesch; fue una fiesta muy linda en la casa de mis padres y nos fuimos al norte de viaje de bodas, después me radiqué en la estancia de la familia de mi esposo, ‘Bella Vista Bitsch’. Nos habíamos conocido cuando él estaba de cadete en ‘Markatch Aike’. Unos años después, yo estaba en Rincón Grande y mis padres lo recibieron cuando pasó por el lugar haciendo un arreo. Nos pusimos de novios y a los dos años nos casamos. Él era un hombre muy activo y apreciado por todos. Tuvimos tres hijos: Maureen, Eric y Patricio. Carlos murió en 1967, muy joven, tenía muchos proyectos… Me quedé algunos años acá y después acompañé a mis hijos en Buenos Aires mientras estudiaban”.

En el campo Eileen aprendió a ocupar su lugar, atenta a las innovaciones en la producción que llevaban adelante sus hijos, desde el consejo, al principio, del tío Federico Bitsch, que los preparó para llevar adelante la estancia familiar.

Memoriosa, curiosa, Eileen era capaz de reconstruir la historia genealógica del territorio de Santa Cruz porque escuchó atenta a sus mayores, narrando los más diversos hechos. El tiempo volaba cuando conversabas con ella porque el caudal y la calidad de la información -más el anecdotario- parecían infinitos. El amor por su hogar, su familia, ante todo, sus nietos Augusto, Tomás, Santiago, Martín, Federico y Catalina. En el jardín, la casa, la mesa, estaba siempre su delicado toque.

En la comunidad participó de innumerables inquietudes además de la Sociedad Rural y el Club Británico que la contaba como socia vitalicia, también participó como colaboradora en los libros por el centenario de ambas instituciones. Hasta el último momento, generosa. Es por ello que el recuerdo de Eileen permanecerá por siempre, imborrable, entre todos nosotros.

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