“Recuerdo los camiones que venían con equipos para militarizar Río Gallegos. Había puestos. Los soldados en el frigorífico Swift. Mi papá y mi mamá apadrinaban soldados, había un soldado que iba a casa y dibujaba de manera espectacular”, cuenta Alejandro Chinchilla (57) sobre el conflicto con Chile. El segundo de cuatro hermanos de un matrimonio oriundo de Salta tenía entonces entre cuatro y cinco años.
Su madre, de profesión docente, le inculcó el respeto por la Patria. “La Patria es todo esto y como ciudadanos argentinos tenemos que cuidar a nuestra Patria, de acá hasta el agua y del agua para allá, eso me decía mi vieja. Mi viejo trabajaba en YPF y hasta el último día de su vida habló de don YPF y agradeció todo lo que le dio”, detalla a La Opinión Austral.
“Era el día a día de las pequeñas cosas de amar a nuestro país”, expone sobre el valor familiar.
Alejandro junto a su hermana Liliana en 1982.
En 1982 cursaba 4to grado en la Escuela Primaria N° 19. Con Marcelo, compañero y amigo, quien también tenía a su papá trabajando en YPF, era con el único que conversaba sobre la guerra.
“Ese año se jugó el Mundial de España, no le dimos pelota, estábamos con lo que pasaba en Malvinas, pensábamos que podíamos ganar la guerra. Mi papá compraba la revista 7 Días, Somos, Gente, los diarios”, recuerda sobre cómo se vivía en su casa.
“Decías lo que decían los diarios: podemos ganar la guerra. Era todo muy triunfalista”, comenta y recuerda que “cuando se puso más complicado en esta época, en junio, las cosas fueron cambiando. Había gente que había escuchado radio Colonia de Uruguay donde se daban las noticias claras, lo que realmente estaba pasando, el hundimiento del Belgrano, lo que pasaban los soldados; el 28 de mayo empieza la batalla de Ganso Verde que se perdió. Ahí hicimos un quiebre”.
“Cuando terminó la guerra fue muy doloroso. Recuerdo ATC, Nicolás Kasanzew que transmitía desde allá, había una protesta en plaza de Mayo y un hombre que con los puños cerrados y desencajado que gritaba: No se rindan. La visita del papa, que mientras estaba dando la misa era lo peor de lo peor lo que estaba pasando en Malvinas. Venían por la paz y allá estaban muriendo nuestros soldados”, analiza a posteriori.
“Fue muy triste tener que escuchar que nos tuvimos que rendir. Es un recuerdo duro”, reconoce entre lágrimas.

En 1993, Chinchilla hizo el servicio militar.
Años después, en 1993, “tuve la suerte de hacer el servicio militar, quería hacerlo. Tuve el honor de vestir el uniforme y me acercó muchísimo más al patriotismo y a la causa Malvinas. Tenía un jefe, Amuchástegui, que es veterano de guerra y nos contaba sus historias”.
Lo que hizo La Opinión Austral en la entrada del edificio es fantástico
Cerca de una década más tarde comenzó a conversar con otros veteranos. “¿Qué va a pasar cuando el último de los veteranos se muera? Hay que acordarse de esto. Lo que hicieron allá no tiene que ser en vano. Una vez, un veterano que se llama Carlos Montiel, que peleó en el Regimiento VI, me dijo: Vos Alejandro ya elegiste tu trinchera y es esa, el día que nosotros no estemos, vos tenés que seguir. Mientras estamos acá te vamos a hablar, vos tenés que hablar con todas las personas que puedas y decirles lo que hicimos”. Parte de su trabajo de trinchera es la administración de la página “Malvinas, Recorriendo tus huellas”.

Participando de las actividades por los 40 años de Malvinas.
Al menor de sus cuatro hijos le recuerda que “en la escuela te enseñan de Belgrano, San Martín, sargento Cabral, pero lo leés en los libros, acá tenés la posibilidad de hablar con un montón de sargentos Cabral”.
“El veterano de guerra es un capital humano que tenemos que aprovechar”, sentencia.
A 40 años de la guerra, destaca también que “lo que hizo La Opinión Austral en la entrada del edificio es fantástico, cuando lo vi, me saqué una foto y lo subí a las redes. Tengo gente que vive en otros lugares del país y preguntó: ¿Eso quién lo hizo?”.
Cerrando, sobre lo que le generan los veteranos afirma: “Orgullo. Me dan ganas de abrazarlos y decirle gracias”.
“Hace unos 10 años quería ir a Malvinas, pero después me puse a pensar que no quiero ir y que me firmen un pasaporte, estamos en Argentina. Quiero ir, pero sin pasaporte. A mi señora le digo que el día que me muera quiero que me cremen y mis cenizas las tiren al agua, yo solito voy a llegar a Malvinas”.
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