Don José Ocampo nació el 21 de noviembre de 1923 en Galicia. Es el dueño de la emblemática zapatería Roca que desde el año 1966 abre sus puertas a los vecinos de Río Gallegos en la esquina de Roca y Errázuriz.

Pero su historia con nuestra ciudad y con esa esquina en particular se remontan más atrás en el tiempo todavía.

Viajamos al año 1908. Un tío de José, con apenas 16 años, es traído a Argentina por un jerarca de la carne que necesitaba mano de obra joven. Cuatro décadas después y sin haber mantenido ningún contacto en todo ese tiempo, la familia Ocampo recibe una carta de aquel tío ausente pidiendo que uno de sus sobrinos viaje a Argentina. La oferta era casa, comida y trabajo.

FOTOS: JOSÉ SILVA/LA OPINIÓN AUSTRAL

 

El elegido entre cuatro hermanos fue José, protagonista de una travesía hollywoodense digna de la Argentina de mediados del siglo XX. Con la carta de recomendación en mano para ingresar al país, embarcó en el puerto de Vigo junto a otros 1.200 pasajeros con destino al puerto de Buenos Aires.

Tenía 25 años y dejaba en Galicia una redituable vida de carpintero.
Al llegar al puerto, debía encontrarse con una persona a la que su tío enviaría para buscarlo y llevarlo a Río Gallegos, lugar donde se había radicado mientras trabajaba para el frigorífico Swift. Sin embargo, José fue testigo de cómo se disolvía la masa de gente hasta quedar solo, sin que nadie preguntara por él.

 

Calzado con sello propio. FOTO: JOSÉ SILVA/LA OPINIÓN AUSTRAL

 

Tal fue la desolación en su rostro que un taxista italiano a bordo de un Ford A se ofreció a ayudarlo. Transitaron primero por la Av. 25 de Mayo, luego por Leandro N. Alem y finalmente doblaron en la Av. Córdoba hasta arribar a un pequeño hotel en refacciones.

Al llegar, el recepcionista le dijo que una habitación para él sólo costaba $ 10, mientras que si era compartida salía $ 5. Optó por la opción más barata y cuando estuvo ya en la habitación, abrió el forro de sus zapatos y de allí sacó mil pesetas que cambió por 204 pesos argentinos. Era todo el dinero que traía.

Como su única misión era encontrarse con su tío, comenzó a recorrer agencias de viajes buscando algún transporte que lo llevara hacia Río Gallegos. Buscando y preguntando, le dijeron que no había ningún tren que alcanzara ese destino, pero que podría llegar hasta San Antonio Oeste, de ahí tomarse un colectivo a San Julián y después abordar “El Rápido”. Un viaje demasiado largo que demandaría gastar más dinero del que tenía en el bolsillo.

 

FOTOS: JOSÉ SILVA/LA OPINIÓN AUSTRAL

 

Frustrado por su desventura, regresó al hotel y recibió una gran noticia. Los dueños del hotel, luego de haber escuchado su relato, se habían contactado con su tío y este sin más demoras le había enviado la suma de $ 600, de los cuales $ 400 eran para costear el pasaje en avión y los otros $ 200 para los gastos de hotel.

 

Los dueños del hotel, luego de haber escuchado su relato, se habían contactado con su tío

Con otro ánimo, volvió a Diagonal Norte y Plaza de Mayo para comprar el pasaje en avión. “La aerolínea era Aeroposta Argentina SA y el avión, un Douglas dos motores de veinticinco pasajeros. El viaje duraba ocho horas, pero parábamos en todos los pueblos, así que salimos a las 06 de la mañana y llegamos a las 08 de la noche con las alas tapadas por la nieve”, recuerda aquella travesía José, mientras agrega con una precisión admirable que era el mes de agosto.

La histórica zapatería. FOTO: JOSÉ SILVA / LA OPINIÓN AUSTRAL

Al llegar a la capital santacruceña su suerte fue distinta de cuando arribó al puerto de Buenos Aires, ya que allí lo esperaba José González, el único taxista que había en Río Gallegos y al que su tío había contratado especialmente para que lo buscara.
Luego de horas de viaje en barco, en avión y en taxi, llegó a la esquina de Roca y Errázuriz y se encontró con su nueva vida: el bar Oviedo.

 

Luego de horas de viaje en barco, en avión y en taxi, llegó a la esquina de Roca y Errázuriz

FOTO: JOSÉ SILVA/LA OPINIÓN AUSTRAL

 

Mientras el bar estaba lleno de parroquianos que compraban copas de ginebra a diez centavos, su tío le mostraba la habitación donde dormiría y le anunciaba que su trabajo sería de lavacopas con un sueldo de $ 20 por mes.

Mientras oía esto y recorría la habitación, “hecha de papel y de una ventana por la que se podía ver la nada misma”, según él mismo describe, José hacía cuentas de cuánto tiempo debía trabajar para comprar el pasaje de vuelta a su Galicia natal.
Río Gallegos le parecía una ciudad fantasma, desoladora, y durante los primeros días no pensaba en otra cosa que en irse apenas tuviera la oportunidad.

Retrato de otros tiempos FOTO: JOSÉ SILVA / LA OPINIÓN AUSTRAL

Transcurridos dos años y con la totalidad de su sueldo intacto pensando en poder costear el regreso, el tío le dice que ahora lo dejaba como encargado del bar y que las ganancias se las repartirían en partes iguales.

Mes a mes los ingresos iban aumentando y el sueldo de José pasó de $ 20 mensuales a $ 600, e incluso $ 1.000. La idea de volver definitivamente a su tierra ya no lo seducía como al principio.

Con el éxito que tenía el bar, pudo finalmente juntar una buena cantidad de dinero e irse a Galicia para visitar a su familia durante seis meses. Tiempo suficiente para conocer a su mujer Orisia, contraer matrimonio y volver a Río Gallegos para formar su familia.

El histórico zapatero contó “un par” de historias a La Opinión Austral. FOTO: JOSÉ SILVA / LA OPINIÓN AUSTRAL

En 1956 fallece su tío y queda como único dueño del bar. En esos años, un hermano de José que había viajado a Brasil para trabajar de zapatero lo contacta para decirle que no quería quedarse en tierra brasilera porque allí había muchas enfermedades y pestes.

Entonces decide mandarle un pasaje y le construye un taller de zapatos al lado del bar para que pudiera desarrollar su oficio.
Era tal el éxito del taller que finalmente en 1966 José decidió cambiar de rubro y remodelar el bar para convertirlo en una zapatería.

 

Remodeló el bar para convertirlo en zapatería.

 

Esa que aún hoy, 73 años después de la llegada de José a nuestra ciudad, resiste el paso del tiempo y sigue escribiendo parte de la historia de Río Gallegos.

Para otras notas quedarán las anécdotas de José jugando al cacho y comiendo cordero en la parrilla del bar con los estancieros Binimelis, Rivas, Pidal, Ríquez, Camporro y Pacacho. O las disputas judiciales junto a viejas figuras de la política como Paradelo, Aguilar Torres, Bustos y Larrea.

A poco de cumplir 98 años, los recuerdos de José siguen siendo parte de la historia viva de Río Gallegos. Y su memoria, luego de casi un siglo, sigue intacta. Como la esquina de Roca y Errázuriz.

 

La esquina de don José Ocampo. Todo riogalleguense conoce el lugar y también a él. Generaciones de familias han pasado por ese taller, el cual hoy ya puede denominarse como un lugar icónico de la capital de Santa Cruz.

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