Por Alejandro Ampuero

En la noche del 12 de agosto de 1991, José María Cienfuegos, propietario de la única radio de Los Antiguos, conducía el programa “Hora de Preferencia”, uno de los favoritos de los oyentes de la FM Popular, que había iniciado sus transmisiones apenas cinco meses atrás. Cuando salió a la calle, pasadas las 22, sintió que algo en el aire lo molestaba, aunque no podía percibir qué era.

A la misma hora, el intendente del pueblo, Oscar Sandoval, estaba en su casa cuando un grupo de chicos le avisó que “llovía ceniza”. Sin poder creerlo, salió a la vereda y comprobó la veracidad de lo que decían sus vecinos. A medida que pasaban los minutos, la lluvia se intensificaba.

La parte trasera de un auto cubierta totalmente de cenizas

Eduardo Castelli trabajaba en la Secretaría de Obras Públicas de la Municipalidad y por las noches tenía un programa de radio en la flamante FM de “Pepe” Cienfuegos. Cerca de la medianoche, un muchacho le comentó que en el pueblo “estaba lloviendo arena”. En ese instante caía una ceniza tan fina y tan liviana que podía copiar las formas de las hojas de las plantas y las inclinaba ligeramente.

En medio de la sorpresa de los pobladores, Los Antiguos sufrió un corte de luz, porque en el predio de Servicios Públicos estaba funcionando la máquina ubicada más próxima al portón y esto hizo que absorbiera ceniza por la toma de aire del radiador y dejara de funcionar durante media hora. Todavía parecía una suave y pasajera tormenta de arena. El paso de las horas mostraría todo lo contrario. La pesadilla había comenzado.

En la semana previa, por informes de radios chilenas y de los muchos vecinos de Chile Chico y otras localidades trasandinas que pasaban por Los Antiguos, en el pueblo se enteraron que el volcán Hudson había entrado en erupción. Algunos recordaron que una situación similar ya había ocurrido en 1971, cuando se había esparcido ceniza volcánica por la zona, un antecedente que sólo fue tomado como una curiosidad y no como un recuerdo para alarmarse.

El Hudson es un volcán que cuenta con una gran chimenea explosiva y dispone de una galería que se tapona y, cada cierto tiempo, estalla. En línea recta a Los Antiguos, está a unos 110 kilómetros hacia el noroeste, en territorio chileno.

Una de miles. Oveja muerta tendida en el suelo

En la madrugada del día 13, ya la caída de ceniza era más que copiosa. “Lolo” Castelli recuerda que “cuando volvió la luz, las farolas con forma esférica que iluminaban la avenida principal ya tenían una especie de gorro de ceniza. Luego de apagar la radio, me fui caminando y pasé frente a la Municipalidad, donde pude ver que estaba estacionado el auto del intendente Sandoval”.

Dentro del edificio, junto al jefe comunal ya se encontraban el comisario, el director del hospital, el secretario de Gobierno y algunos concejales. En el aire había un fuerte olor a azufre y en un momento, por un cambio en la orientación del viento, la caída de ceniza se detuvo. Pero esto no duró demasiado.

Sandoval rememora: “Lo primero que hicimos fue llamar a Río Gallegos, donde no tenían idea de lo que nos estaba pasando. Nos comunicamos con Defensa Civil, la Policía y Gendarmería y ya no pudimos irnos a dormir. A las cuatro de la mañana salimos para Chile Chico, porque necesitábamos algún dato extra sobre el volcán Hudson, aunque del lado chileno también había mucha incertidumbre“.

Dentro de la órbita municipal, casi nunca Defensa Civil había estado operativa. Sólo existía un antecedente en la casi guerra con Chile de fines de 1978. Ante la emergencia que provocó el volcán, se armó una estructura con un director y jefes de manzana, con un nuevo plano del pueblo diseñado por Castelli.

Tapa LOA 13/08/91. La nube de ceniza ya se sentía en Santa Cruz

La ceniza provocó el raro fenómeno de una extraña luminosidad, porque tanto el cielo como el suelo habían tomado su color. Todo estaba cubierto y, como no había viento, parecía una fotografía antigua.

De madrugada, la flamante directiva de Defensa Civil concurrió a convocar a Cienfuegos, dueño de un equipo de radioaficionado que el pueblo necesitaba activo durante toda la noche, porque el problema ya había pasado a mayores. Desde ese momento, muchos debieron acostumbrarse a no dormir por varios días. A medida que pasaban las horas, el tema se fue complicando cada vez más, particularmente porque nadie sabía con precisión qué era lo que estaba pasando.

La ceniza se metía silenciosamente en todas partes y lentamente arruinaba todos los artefactos. Por fortuna, el equipo de radioaficionado y los transmisores de la radio no fueron afectados y se convirtieron así en las únicas herramientas útiles para comunicar a Los Antiguos con el resto del país y el mundo. No había teléfonos en la localidad.

Un hombre y su caballo intentan avanzar en medio de las cenizas

El equipo de la radio tenía 7 vatios de potencia, una medida estándar para las emisoras de la época, y alcanzaba para comunicar sin interferencias a todo el pueblo y la zona de chacras. En medio del caos, la única forma posible de procurar una mínima organización era a través de Defensa Civil y por intermedio de la radio. En su bautismo de fuego, FM Popular debió transmitir las 24 horas, algo que perdura hasta la actualidad.

Avanzaba el día 13, pero aún seguía la noche. Los Antiguos careció de luz solar durante largas e interminables horas. El bulevar céntrico tenía unas farolas que fueron totalmente oscurecidas por la ceniza, que ya era mucho más gruesa y caía con gran intensidad.

En el pueblo recuerdan que el delegado local del Consejo Agrario quiso llevar a su esposa y a su hijo recién nacido hacia Las Heras y salió barriendo ceniza por la ruta con su auto. Antes de llegar al camping se le rompieron las dos escobillas limpiaparabrisas y no le quedó más alternativa que regresar.

Castelli asegura: “Eran las nueve de la mañana y parecía las once de la noche. Caminando me choqué con una camioneta estacionada, porque no se veía nada a un metro de distancia. El cielo estaba completamente negro”.

Un vecino intentando limpiar su auto cubierto de cenizas

El enorme y bellísimo lago Buenos Aires estuvo durante meses cubierto de la flotante piedra pómez y tomó un color azul oscuro que lo asemejaba a una gran mancha de aceite. Cuentan los especialistas que cuanto más cerca está la ceniza de la boca del volcán, esta se hace más grande y toma esa forma esponjosa cuando sale a la superficie.

La gente estaba muy asustada. Para colmo, cada vez que estalla un volcán, la temperatura del entorno se modifica bruscamente y sobrevienen tormentas eléctricas en las capas altas de la atmósfera. De los casi 1.500 habitantes que tenía Los Antiguos en el 91, pocos sabían cómo eran los truenos y los relámpagos y más de uno creyó estar presenciando el fin del mundo desde una platea preferencial.

Ya nadie recordaba las primeras noticias que cerca del 7 de agosto se escucharon sobre el Hudson y su erupción, donde se especulaba que el viento llevaría la ceniza hacia el océano Pacífico, tal como había ocurrido en 1971. La realidad estaba demostrando la gran equivocación de las informaciones iniciales.

La visibilidad casi nula

Dentro del improvisado Comité de Crisis que se había atrincherado en la Municipalidad, comenzó a tomar forma la idea de evacuar a la población. El intendente Sandoval optó por el criterio de “organizarnos para procurar una salida ordenada y no forzada, sino voluntaria. La gente que llevaba poco tiempo radicada en Los Antiguos fue la que más presionó para que comenzáramos a evacuarlos. Allí hubo algunas discusiones, pero fueron producto de la desesperación“.

Entre tanta desazón y temor, no fue fácil para el jefe comunal convencer a quienes pretendían irse de inmediato que hasta tanto no parara la lluvia de ceniza, ningún colectivo podría entrar o salir del pueblo. El miércoles 14, unas 400 personas se autoevacuaron. Fueron los primeros en dejar Los Antiguos y se trataba, en su mayoría, de aquellos que contaban con movilidad propia y tenían parientes en los pueblos cercanos.

Finalmente, los colectivos llegaron, pero la incertidumbre persistía porque no se sabía en qué momento podrían salir con la gente hacia Pico Truncado o Caleta Olivia. Si bien la precipitación de ceniza se había detenido, apenas con un poco de viento la increíble cantidad que había caído generaba voladeros que dificultaban completamente la visibilidad.

Por eso la gente era evacuada a cualquier hora, porque dependía exclusivamente de la naturaleza. Si el viento paraba a las dos de la mañana, a esa hora un miembro de Defensa Civil se subía al micro, pasaba a buscar a los vecinos por sus casas y los acompañaba hacia su destino.

Cienfuegos asegura que “el momento de la evacuación llegó a ser dramático. La gente lloraba cuando subía a los micros con rumbo al este de la provincia. Pero mayoritariamente los nativos del lugar nos quedamos. Nunca se nos ocurrió irnos de Los Antiguos, de alguna manera queríamos hacerle frente al volcán“.

Así, unos 500 hombres -cerca de un tercio de la población- permanecieron en el lugar y encararon la difícil tarea de reconstruir algo que ni siquiera sabían si ya había terminado de desmoronarse. La ceniza se tornó inmanejable. Se acumuló peligrosamente en los techos y muchos terminaron desplomados.

Dentro de las casas, por más que se sellaran las ventanas, el oscuro polvillo aparecía en todos lados. Toda la primera semana fue extremadamente complicada. Por acción del viento, hubo puntos de la ciudad donde se acumularon hasta 30 centímetros.

Años después, quienes se quedaron en el pueblo aseguran que pudieron trabajar con tranquilidad porque estaban todo el tiempo ocupados. Y reconocen que si alguien se hubiera logrado abstraer de sus tareas seguramente caería en la desesperación, porque se encontraban inmersos en una gran catástrofe.

Hubo puntos de la ciudad de Los Antiguos donde se acumularon más de 30 centímetros de cenizas

En medio de una situación siempre tensa, en el gimnasio municipal se procedió al reparto de comestibles y de agua. Todas las indicaciones se daban a través de la radio y eran cumplidas cuidadosamente. “Además de servir para las tareas de coordinación -admite Castelli-, la FM cumplió otra función central, porque transmitía durante todo el día con la intención de tranquilizar a la gente, que podía sintonizarnos a cualquier hora. La radio fue muy importante, la teníamos prendida todo el tiempo”.

Rápidamente, el gobernador de Santa Cruz, Marcelino García, declaró el Estado de Emergencia en todo el territorio provincial a través del Decreto 1.529/91 y conformó la Junta Provincial de Defensa Civil, presidida por el ministro de Gobierno, Néstor Peña, e integrada por la totalidad de los ministros del Gabinete Provincial.

Cuando se supo la noticia, los medios de comunicación nacionales se hicieron eco de la novedad e informaban al país lo que sucedía. Mientras “Pepe” Cienfuegos y el intendente Sandoval se esforzaban por explicarles a las radios de Buenos Aires la dramática situación que atravesaban los antigüenses y la demora en la llegada de la prometida ayuda nacional, una espontánea corriente solidaria surgió de los oyentes de las emisoras porteñas.

Luego de conversar largamente con el periodista Enrique Llamas de Madariaga, las autoridades del Hospital Italiano llamaron y se comprometieron a enviar a Santa Cruz un equipo de rayos X. La charla fue igualmente escuchada por funcionarios nacionales, quienes también se comunicaron, pero con un tono completamente distinto.

La radio jugó un rol más que importante para llevar tranquilidad a la población

Así lo evoca Cienfuegos: “Luego del contacto, me llamaron del Ministerio de Salud y Acción Social de la Nación, donde una persona me increpó y me dijo duramente que yo no estaba diciendo la verdad, porque ellos habían mandado un delegado que les contaba otra cosa. Ahí nomás le dije a mi interlocutor que su enviado se había quedado tomando café en un hotel de Comodoro Rivadavia y que nunca había aparecido por Los Antiguos. La discusión siguió y recién varios minutos después me enteré que estaba hablando con el propio ministro, Avelino Porto“.

El canal oficial nacional mandó un enviado especial a la comarca del noroeste. El ya fallecido cronista Guillermo Cánepa no dejó una buena imagen en la gente de Los Antiguos. “Los enviados de ATC -repasa “Charo” Sandoval– nos hicieron un flaco favor al venir hasta el pueblo, porque magnificaron mucho las cosas e hicieron aseveraciones que no se correspondían con la realidad. Asustaron a nuestra propia gente”.

 

 

 

 

 

 

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