SARA DELGADO

“Mamá, por qué vos tenés que ir al diario?, me dijo muchas veces Oliver y Silvestre se suma: “¿otra vez te vas al diadio?”. Y yo me voy, con esa culpa que solemos cargar las mujeres, pero que ahora es más pesada, porque hoy salir de casa es un riesgo. “Mamá, vos no estarás yendo al diario, ¿no?”, me dicen también Valentino y Borja que están en Caleta y no nos vemos hace siete meses. “¡Tuviste cáncer mamá!”, me recuerdan. Y yo no me olvido, y de todas formas voy al diario. Y me imagino escenarios posibles, pero lo que no puedo imaginar es no estar en la redacción. Extraño muchas cosas y siento tristeza por el momento que vivimos. A veces lloro en el baño del diario, pero sé que escribir sana y tengo la convicción de que narrar lo que está pasando con empatía es un acto amoroso, inagotable e irrepetible en cada edición, en cada tapa.

 

JUANMANUEL REYNA

Era la primera semana de marzo. Hacía unos días nada más -el 3- Argentina registraba su primer caso de COVID-19. Por esa época, en Santa Cruz ni se pensaba en coronavirus. Se veía como algo lejano. De “otros”. Periodísticamente, también.
A nivel personal, el cimbronazo lo dieron los primeros casos en Río Gallegos. La primera muerte. El temor de contagiarse pero, mucho más, de que los que están al lado tuyo, en tu casa, lo sufran.
A nivel profesional, mucho antes. Antes del decreto, Hugo Ferrer -director del grupo La Opinión Austral– entró a la redacción y, en lugar de su clásica frase “¿qué tenemos, cuál es la tapa?, tiró “esto también es nuestro, el coronavirus no es solamente allá…”.
El tema empezó a tratarse. El 12 de marzo saldría la tapa “Amenazados”. La primera -lamentablemente- de tantas. Antes se daban alertas, hoy se cuentan muertes.

 

PABLO SEBASTIÁN MANUEL

El domingo anterior al 20 de marzo, con mi compañera, mirábamos el almanaque buscando el próximo finde largo para escaparnos a El Chaltén. Semana Santa es ideal, pensamos. Victoria, mi hija, proyectaba un pijama party para su cumpleaños ¡en agosto! y Juan Pablo nos sentenció: “Este año quiero aprender a tocar la batería”. El coronavirus era algo exótico. De asiáticos y europeos. Desde que Alberto anunció la suspensión de los espectáculos masivos, todo se fue cayendo como las fichas del dominó. Llegó la ASPO: los esenciales estábamos en la calle. Todavía romantizábamos la cuarentena. El esfuerzo era mucho, pero todavía no lo notábamos. Poco a poco se fueron perdiendo trabajos y las primeras vidas. Hoy, ya son miles. Y se encendió otra alarma: la de llevar el virus a la casa. Se volvió rutina ingresar y negar un beso o un abrazo. Éramos felices, no nos dábamos cuenta.

NAZARENA MALATESTA

De forma remota, en redacción o en la calle, la pandemia fue un cimbronazo que modificó todos los esquemas de trabajo. Empezábamos el año y había mucho por delante hasta que, el 20 de marzo, el mundo se puso de cabeza.
“¿Dos páginas sobre coronavirus? ¿No es mucho?”, recuerdo haber dicho una tarde. Varios subestimamos el escenario en el que nos encontrábamos.
Por momentos surgía un caso sospechoso, un aislado, un hisopado. “¿Será ahora el momento del caos?”, pensé. Y llegó cuando menos lo esperaba.
Con el brote dijimos “no es joda” y no lo fue. Tener la oportunidad de estar en permanente contacto con personal de la Salud nos permitió analizarlo todo.
Las “fakes news” y el periodismo por el like/compartido se convirtieron en grandes obstáculos que sortear y que, hasta el día de hoy, nos obliga a repensarnos.

 

GUSTAVO ARGAÑARAZ

La labor diaria que realizamos los periodistas fue modificada por la “nueva normalidad” que impuso la pandemia. A pesar de ser declarados “esenciales”, no escapamos al acontecer de la sociedad.
“El comunicador tiene el deber y la obligación de presenciar cada hecho que después informará a la sociedad”, refieren los manuales que teorizan sobre la práctica de la profesión.
Sin embargo, evitar el contacto social es una de las medidas de mayor efectividad para prevenir el avance de la pandemia que ya ha dado claras muestras que no está debilitada.
Así, los comunicadores hoy tenemos que replantearnos nuevas herramientas que nos permitan un seguimiento cierto del acontecer, pero bajo las nuevas medidas de prevención para el cuidado de la salud.

MARTÍN MUÑÓZ

En el comienzo de la pandemia, todos los medios -a nivel nacional- se mostraron a favor de las medidas del Gobierno. Lamentablemente, con el pasar de los días, vimos como algunos intereses políticos o privados hicieron que muchos de ellos cambiaran radicalmente su posición.
Nuestro objetivo hoy es continuar con nuestro compromiso de informar con la verdad y, en caso que aparezca una fake news, desmentirla. Hoy tenemos la responsabilidad de cuidar a toda la población de Santa Cruz.
Cada vez que escribimos sobre algo tenemos que ser conscientes de las cosas que intentamos comunicar a la comunidad en estos tiempos de desinformación generalizada.
Cuidémonos entre todos, lavémonos las manos y quedémonos en nuestras casas.

 

ANA BARATUZ

Imposibilitada de trabajar en casa por falta de herramientas, asistí a la redacción los primeros meses. Compañeros de trabajo me brindaron la posibilidad de armar un equipo, y me encerré.
Multipliqué la cantidad de contactos y las redes me permitieron el acercamiento a los protagonistas deportivos.
La intención sigue siendo la misma: demostrar que la pandemia no detuvo el quehacer.
El aislamiento provocó una sensibilidad a flor de piel magnificando situaciones que en otro momento pudieron parecer cómicas.
La preocupación pasa por tener familia numerosa y en crecimiento.
La falta de contacto pesa y a veces hasta duele.
La realidad impone la necesidad urgente de ser responsables, dar el ejemplo y, ante todo: cuidarme para cuidarlos.

 

LUCIANO PADÍN

“El peor ciego -decía Nelson Rodrígues, periodista brasilero- es el que sólo ve la pelota”.
Esta frase describe con exactitud cuando muchas veces nos olvidamos de los factores externos y sólo nos abocamos a un resultado.
La pandemia frenó el deporte, pero hizo que recordemos la importancia de retratar personas -e instituciones- influyentes en el crecimiento de la actividad en Santa Cruz.
Fuimos a buscar historias, a difundir deportistas que dejan todo por un lugar en el tirano mundo de élite y a contar la realidad que atraviesan las personas.
Me hubiese gustado que mis primeros pasos en una redacción hayan sido con eventos presenciales. Hoy se presenta de una manera indispensable y nos mostró que, a veces, en la vorágine no recordamos las pequeñas cosas importantes.

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