Por Marco Bustamante
Ya pasaron tres años, desde la desaparición física del investigador uruguayo Fabio Zerpa. Había cumplido 90 y vivía con su esposa en Buenos Aires. Fui el ultimo periodista en entrevistarlo. Pero esta historia comienza unos meses antes, cuando el especialista en ovnis, se reunió en nuestro país con el escritor español Juan José Benítez, autor de la exitosa saga “Caballo de Troya”.
Compartieron una charla y luego una cena. Hablaron de la vida, de la muerte y obviamente, del fenómeno extraterrestre. Una velada con aroma a despedida. Los dos tenían claro que seguramente era la última vez que se veían. Tal vez por eso, Zerpa le confió un secreto que había prometido guardar hasta el día que dejara este mundo.
El secreto
Cartagena, Colombia, 1946; Gabriel García Márquez de 19 años, caminaba descalzo por la playa caribeña cuando de pronto, una enorme luz apareció en el cielo. El muchacho, que unos años más tarde escribiría “Cien años de soledad”, cayó inconsciente en un sueño profundo. Al salir de ese trance, el OVNI ya no estaba. A partir de esa fecha, el futuro Nobel de literatura comenzó a escribir sus grandes obras.
Un tiempo después, conoció en ese país a un joven investigador uruguayo de apellido Zerpa, trabaron amistad y el escritor lo invitó a visitar a los Arhuacos en la Sierra Nevada colombiana.
En el contexto de interminables charlas, Gabo confió a Zerpa su experiencia con el aparato extraterrestre, con la condición de que no lo contara hasta el día de su muerte.
La revelación
Fabio Zerpa falleció el 7 de agosto de 2019 en el sanatorio Anchorena de Buenos Aires. Gabriel García Márquez, dejó este plano unos años antes, en abril del 2014 en la capital de México. El secreto finalmente podía ser contado, JJ Benítez era libre de gritarlo a los cuatro vientos.

Gabriel García Márquez en 1955.
Después vino la pandemia, un cuello de botellas en la que quedaron atascadas muchas historias. Finalmente, y en una mesa da café de Madrid, Benítez le pudo contar a un periodista que “Gabo” había tenido un encuentro con extraterrestres en 1946.
La cosmovisión de un genio
García Márquez fue entrevistado por la ya desaparecida revista Cíclope, en su número 16 de 1969. Habían pasado dos años de la publicación de “Cien años de Soledad”. En la entrevista, el genial escritor habló sobre el fenómeno extraterrestre con la seguridad que solo tienen los que vivieron un encuentro cercano.
– ¿Qué opina usted sobre los ovnis?
– Mi opinión sobre los ovnis es de sentido común: creo que son naves procedentes de otros planetas, pero cuyo destino no es la Tierra.
– ¿Cree en la posibilidad de la existencia de vida en otros planetas?
– Es conmovedora la soberbia de quienes afirman que nuestro planeta es el único habitado. Creo más bien que somos algo así como una aldea perdida en la provincia menos interesante del Universo, y que los discos luminosos que vemos pasar en la noche de los siglos nos miran a nosotros como nosotros miramos a las gallinas.
– ¿De dónde cree que proceden los ovnis o quién los dirige? –continúa el anónimo entrevistador.
– Los ovnis deben de estar tripulados por seres cuyo ciclo biológico es desmesuradamente más amplio y fructífero que el nuestro –responde Gabo–. No se ocupan de nosotros porque acabaron de estudiarnos hace miles de años, cuando se hicieron las últimas exploraciones del Universo, y no solo saben de nosotros mucho más que nosotros mismos, sino que conocen inclusive nuestro destino. En realidad, la Tierra debe de ser para ellos una isla de emergencia en los azares de la navegación espacial.
– ¿A qué atribuye esta persistencia de algunos científicos en negar, no ya la posibilidad de que existan naves extraterrestres, sino también el fenómeno en sí? –pregunta, finalmente, el entrevistador sin nombre.
– Lo que pasa es que la humanidad no supo merecer la sabiduría de los alquimistas, que consideraban el laboratorio como una simple cocina de la clarividencia, y ahora estamos a merced de una ciencia reaccionaria cuyo dogmatismo ramplón no admite las evidencias mientras no las tenga dentro de un frasco. Son científicos regresivos que niegan la existencia de los marcianos porque no los pueden ver –explica Gabo, para después concluir con el argumento de ciencia ficción más Caribe del mundo–: Seguiremos viendo con la boca abierta esos discos luminosos que ya eran familiares en las noches de la Biblia, y seguiremos negando su existencia aunque sus tripulantes se sienten a almorzar con nosotros, como ocurrió tantas veces en el pasado, porque somos los habitantes del planeta más provinciano, reaccionario y atrasado del Universo.

J.J. Benítez y Fabio Zerpa.
Los ovnis en “Cien años de soledad”
En una nota escrita por Orlando Oliveros Acosta, en la novela publicada de Gabo publicada en 1967, los discos luminosos aparecen surcando el cielo para presagiar la muerte o anunciar que algo termina. La primera en observarlos fue Úrsula Iguarán, una noche en que el Coronel Aureliano Buendía se disparó en el pecho después de haber firmado su rendición ante el Gobierno:
“Lo han matado a traición –precisó Úrsula– y nadie le hizo la caridad de cerrarle los ojos. Al anochecer vio a través de las lágrimas los raudos y luminosos discos anaranjados que cruzaron el cielo como una exhalación, y pensó que era una señal de la muerte”.
Luego le tocó el turno para verlos a Santa Sofía de la Piedad, otra noche, a pocas horas de la muerte de Úrsula:
“Santa Sofía de la Piedad tuvo la certeza de que la encontraría muerta de un momento a otro, porque observaba por esos días un cierto aturdimiento de la naturaleza: que las rosas olían a quenopodio, que se le cayó una totuma de garbanzos y los granos quedaron en el suelo en un orden geométrico perfecto y en forma de estrella de mar, y que una noche vio pasar por el cielo una fila de luminosos discos anaranjados”.
El último personaje de la novela que los miró fue Amaranta Úrsula. Estaba en la cama, batallando desnuda contra la fuerza sexual de Aureliano Babilonia, su sobrino. Consumaban, por fin, el incesto:
“Una conmoción descomunal la inmovilizó en su centro de gravedad, la sembró en su sitio, y su voluntad defensiva fue demolida por la ansiedad irresistible de descubrir qué eran los silbos anaranjados y los globos invisibles que la esperaban al otro lado de la muerte”.
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