“Mi perra comía con tenedor”, cuenta, aún conmocionada por el fatal desenlace. “Ayer, la llamé sin querer y no está. Era la bebé. Cuando mi hijo se fue a estudiar a Córdoba ella llegó a llenar el nido vacío y fue la reina de la casa todos los años. Era lo más lindo de mi vida”.

“Mía era mi bebé”

Todo empezó durante la noche del jueves, cuando su labradora de casi siete años comenzó a sentirse mal y decidieron llamar a D.P, un veterinario que hasta hace un tiempo trabajaba en el área de castraciones de la municipalidad de Río Gallegos. “La llevé, me dijo que tiene abdomen agudo y que necesitaba hacerle una ecografía porque seguramente era el vaso y había que operarla”, explicó Karina, en diálogo con La Opinión Austral.

 

Poco después, luego de recibir los resultados del estudio, el veterinario determinó que la única manera de que Mía dejara de sufrir era ingresando al quirófano. “Me dijo que le iba a hacer una cirugía exploratoria y me pidió que le compre antibióticos y una venda”.

“Ayer, la llamé y no está”

 

Después de pasar aproximadamente una hora dentro del consultorio ubicado en Rivadavia e Hipólito Yrigoyen, D.P abrió la puerta y mientras la mascota intentaba recuperarse echada sobre una camilla, le explicó a Karina la intervención que acababa de realizar. “Este riñón no funciona. Esperemos que sea este solo, pero ¿orinaba bien?”, preguntó al tiempo que inspeccionaba el órgano que acaba de extraer. “Ahora, termino de coserla y te la doy”. 

D.P le extirpó un riñón

“Me cobró 13 mil pesos”, contó la mujer. “Le dije que era capaz de vender el auto con tal de salvarla y se aprovechó”.

Tiempos felices

El calvario empezó en el mismo instante en que Karina alzó a la perra y regresó a su casa. “Estuvo toda la noche dolorida. Al día siguiente, a las 16, D.P. vino a verla, aseguró que era normal que estuviera así, le puso un calmante y se fue”.

Mía, a la hora de comer

Eran cerca de las 11 de la noche y la perra seguía sin recuperarse. No orinaba desde hacía varias horas y estaba cada vez más decaída. “Lo llamé y le dije ‘Mía es mi hija, es lo más sagrado que tengo y te pido que la salves’. Vino, le puso un derivado de morfina y me pidió que la saque para que haga pis. Estuvo echada afuera con un frío terrible y no orinó. Agonizó toda la noche, hasta que comenzó a hincharse. Lo llamé, pero nunca más atendió”.

 

Desesperada, la mujer decidió comunicarse con otro veterinario. “Cuando le dije que la había operado D.P. me pidió que la lleve urgente”.

 

Horas después de ingresar nuevamente a otro consultorio, el especialista anticipó el triste desenlace. “Con lo que te hizo este tipo yo no puedo salvar el animal. Esta perra se va a morir. La tengo que sacrificar”, expresó con crudeza. Mía tenía 10 litros de líquido alojados en el abdomen, D.P. no la había cosido por dentro e incluso le había dejado un hilo en el interior. “Los riñones no se le sacan a los perros”, le explicó el especialista a la mujer que reveló que la perra “se estaba reventando por lo que le hizo”.

 

 

 

Tras confirmar que el diagnóstico inicial había sido errado y que los dolores que padecía la mascota se debían a un tumor, el veterinario cosió al can y la inyectó. “Mi bebé dejó de respirar. La enterré en mi casa”. 

 

 

Casi instantáneamente, con el certificado del último veterinario, la mujer hizo la denuncia en la Policía. “Ese hombre no es veterinario, es un carnicero. No tienen que sufrir nunca más un perro. Es horrible lo que pasó. No se lo deseo a nadie”.

EN ESTA NOTA Denuncia mia Perra veterinario

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