Corría la década del cuarenta, época en que las normas sociales marcaban que la adolescencia era el período en el que los varones debían iniciar la vida adulta y, como se decía en aquel entonces, “hacerse hombres”.
“Éramos una familia grande, la mayoría eran mujeres. Nuestra casa era de 10-12 personas, la mayoría de las casas eran así. Se vivía del trabajo de la agricultura, no había nada más, era la venta de papas, trigo y animales. Donde nacimos nosotros, en Chiloé, la mayoría de la gente de 15, 19, 20 años venía a la Argentina, no se quedaba nadie allá. El que no quería estudiar se venía a la Argentina a trabajar, así me tocó a mí. No quise estudiar más y me vine a San Julián, a la casa de mis tíos”, cuenta Ramiro José Kroeger (93) a La Opinión Austral.

El padre de Ramiro falleció cuando él era pequeño, situación que obligó a su madre a ponerse al frente de la familia que conformaba junto a él y su hermana mayor, Eva.

Cruzar la frontera siendo menor de edad y sin permiso de su progenitora le impidió, inicialmente, pisar suelo argentino, por lo que debió regresar a Chile. Volvió a intentarlo y tras 20 días de idas y venidas, logró cruzar desde Balmaceda a Las Heras y finalmente arribar a Puerto San Julián.

“No sabía hacer nada, ni pelar una papa“, reconoce y agrega “aprendí después. Todo se aprende, nadie nació sabiendo”.
Era noviembre de 1948 y su primera oportunidad laboral fue en el hotel Águila, donde sus tíos paternos le consiguieron trabajo de lavaplatos. “Ahí aprendí a trabajar, el único lugar en el que estuve, y fui empleado siete años en el hotel, sin salir un día, solamente en el 55-56 estuve dos o tres meses paseando en Buenos Aires. No había vacaciones, tenías que seguir trabajando día y noche y había que trabajar, sino no había más laburo“.

“Cuando uno no sabe hacer nada recibe mucho desprecio, de todo. Lo que quería era ser el patrón, que nadie me mandara. Tuve la suerte de que entré debajo del ala del patrón y no tuve ningún problema”, cuenta.
“Empecé de abajo y nadie más me enseñó“. El aprendizaje y su buen desempeño permitieron que le fuesen otorgando mayores responsabilidades, llegando a ocupar el cargo de gerente del hotel.
¡Aurrera!
Después de casi una década viviendo en Puerto San Julián, Ramiro decidió mudarse a Río Gallegos. “Después de haber trabajado en el hotel había sido socio de un bar en San Julián, El Cosmos, era un bar muy famoso, así que vendí mi parte y me vine para Gallegos, tenía 24-25 años”, repasa.
En la capital provincial conoció a un hombre que se dedicaba a la venta de propiedades.

De Cueta y Arregui, en la esquina de avenida Kirchner y Santiago del Estero, se encontraba el hotel y bar “Los Vascos“. “Salíamos a recorrer si había una casa en venta, pasamos por acá e hicimos negocio”, señala.
Así, el 1° de septiembre de 1958 se hizo cargo del local, el mismo que hoy mantiene en su entrada la palabra “Aurrera“, que significa “adelante” en lengua vasca. En su interior, cada rincón cuenta una historia de la vida de Ramiro, de su familia y también de Argentina.

Los comienzos fueron difíciles por lo demandante del rubro. “Había puesto 10 camas y daba de comer a la gente del frigorífico, era mucho laburo. Menos mal que yo sabía hacer de todo porque no había personal, era distinto a como es ahora, había mucho laburo en el frigorífico, mucho movimiento de gente también, pero el problema era conseguir un buen cocinero/cocinera”.
A fines de los sesenta conoció a Elvira Miriam Monge, con quien se casó en 1969. Así dejo su vida de soltero para conformar una familia. “Era otra cosa, otra vida, cuando uno es soltero vive la vida, vive la noche, y más cuando se junta, hace barra”.

Con Elvira tuvieron tres hijos, Cristian Fabián, José Carlos y Liliana Corina; tres nietos, Mario, Ramiro y Vicente, y una nieta, Clara.
Estar al frente de “Los Vascos” era muy demandante. “Con los años uno se cansa, son muchos años del negocio. Uno llega tarde, come tarde, esa vida no es linda”, recuerda sobre lo que lo motivó a dejar de ofrecer alojamiento para poder priorizar la vida familiar.

Épocas
El golpe de Estado y el conflicto del Beagle son hechos históricos-políticos que Ramiro vivió en Río Gallegos, en general de manera tranquila.
El cimbronazo llegó con la guerra de Malvinas. “Es difícil cuando uno tiene familia. Nosotros vivíamos a tres cuadras, en calle Mitre, dejamos la casa cerrada y vinimos a vivir acá (al bar)“.
Una edificación más resistente a la de su casa le generó seguridad a quien aquel año también fue jefe de manzana.
“A las 19:00 había que empezar a recorrer las manzanas por si había luces prendidas y avisarles a los vecinos que tengan cuidado. Dábamos vueltas hasta las 03:00-04:00, había 20 grados bajo cero en pleno invierno, pero había que hacerlo“, relata. El buen trabajo realizado recibió las felicitaciones de la entonces intendenta, Ángela Sureda.
En aquella época forjó lazos con los pilotos que pasaban por el bar, quienes regresaron tiempo después ya como veteranos para visitarlo y le obsequiaron una campera “cero kilómetro”. El cariño ha ido pasando de camada en camada y hoy, nuevas generaciones de pilotos lo visitan.
Ayer y hoy
Este 15 de febrero, junto a su esposa, hijos y nietos, Ramiro celebró 93 años y en septiembre su bar cumplirá 65. Son miles las personas que han pasado por el mostrador. “Viajantes, médicos, diputados, muchas veces uno los nombres no los sabe, los conoce así de vista y los atiende. El que venía era el vicegobernador Madroñal en los tiempos del doctor Paradelo“, rememora.
“Hay tantas anécdotas que uno a veces se olvida, uno no las puede decir a veces”, dice, reservándose cualquier dato que delate a algún parroquiano.

“Los Vascos” es un lugar de encuentro, respecto al que subraya que “siempre mantuve mucho respeto en el mostrador y con la gente. El que venga será bien atendido y con mucho respeto. Siempre hay que cuidar el negocio, la gente que tengo es gente toda muy tranquila, muy educada y uno la pasa bien. Jamás tuve una entrada en la (Comisaría) Primera, nunca hubo una denuncia, eso me pone muy contento”.
Ramiro tiene nueve décadas a cuestas, pero no las acusa, y al recibir al equipo del Grupo La Opinión Austral se destaca por su predisposición, memoria y buen ánimo, y, como si fuese necesario confirmarlo, dice sin dudar que llega a sus 93 años “bastante bien”.

De tierras agricultoras sabe muy bien que se cosecha lo que se siembra, es así que el afecto y el reconocimiento de vecinos y autoridades le llega permanentemente. “Me reconocen mucho. Tengo premios de la Cámara de Senadores, hace tres años me entregaron un premio, el ‘Gobernador Enrique Tomás Cresto’. Me aprecia todo el mundo”.
El aniversario del bar es también otra fecha en la que el teléfono suena y suena. “Hubo cualquier cantidad de llamados, ni te imaginás. Estoy re contento”, comenta.
El sentimiento es similar en Puerto San Julián. “Me quieren mucho, me hice querer mucho y me aprecian mucho. Hacé de cuenta que nací en San Julián“.
A la hora de dar un consejo, el cumpleañero recomienda: “Siempre tener cuidado y respeto. A mis hijos les he dicho que jamás se metan en problemas, siempre hay que respetar la familia y el apellido, el honor”.
Para Argentina sólo tiene palabras de agradecimiento. “Estoy muy satisfecho con las autoridades de Argentina, me han respetado, me han dado demasiado, me han dado el premio y respeto que he merecido, desde el año 50 que estoy recibiendo felicitaciones. Estoy muy contento porque esto también le pertenece a mi familia“.
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