Lic. Rocío Cabrera (*)

En la actualidad podemos pensar en múltiples modos de manifestación de la angustia. Considerando sus particularidades en cuanto a su presentación fenomenológica, se hacen intentos por atraparla o clasificarla en diferentes categorías o catálogos diagnósticos.
Dichas manifestaciones también intentan ser medidas por medio de escalas, en cuanto al nivel en que interfiere o afecta el “desempeño o actividad global” del sujeto en cuestión.
En la clínica, es muy frecuente que algún episodio de angustia precipite una consulta. Pero también en otros ámbitos nos encontramos con un número llamativo de diagnósticos relacionados a dichas manifestaciones, como es en el ámbito laboral.
Sin contar con datos oficiales, es mayormente conocido el alto porcentaje de licencias médicas psiquiátricas y psicológicas por parte de los trabajadores que desarrollan su labor en diferentes instituciones de la comunidad.
Ante este panorama, surge un interrogante: ¿Qué puede decir o aportar el psicoanálisis frente a esto?
Freud proponía como objetivos de la cura poder volver a amar y a trabajar. “Restablecer su capacidad de rendimiento y de goce” nos diría en su texto de 1904 “el método psicoanalítico de Freud”.
“Palpitaciones, sudor frío, escalofríos, temblores, mareo, ahogo, nudo en el estómago, sensación de locura, de muerte inminente? Son los signos más visibles del cuadro clínico denominado trastorno de ansiedad, en cuya clasificación encontramos desde el panicattack, pasando por el stress, hasta las fobias más diversas. Se ha convertido hoy en uno de los diagnósticos más comunes, asociado muchas veces al de depresión, hasta el punto que ha merecido el título de la epidemia silenciosa del siglo XXI. Tal como nos recuerdan los gestores de la salud, es hoy una de las causas más frecuentes de baja laboral. Frente a su avance, tan sutil como imparable, se ha ido desplegando un amplio arsenal terapéutico: psicoterapias de diversas orientaciones, con técnicas de sugestión, ejercicios de relajación y de respiración, de confrontación y exposición repetida al objeto temido? Todo ello acompañado de la oportuna medicación con ansiolíticos, cuyo consumo ha aumentado en las últimas décadas de modo exponencial. Resultado: si bien se consiguen por una parte algunos efectos terapéuticos, pasajeros con demasiada frecuencia, por la otra la epidemia sigue avanzando de manera impasible, desplazándose de un signo a otro, como un alien que siempre sabe esconderse en algún lado de la nave vital del sujeto para reaparecer, poco después, allí donde menos se lo esperaba”. (Miquel Bassols, 2012)
En la época actual, los imperativos del discurso capitalista y el neoliberalismo, donde se intenta taponar toda falta, “la falta de la falta”, genera diferentes efectos en los sujetos. Entre otras cosas, podemos mencionar el goce narcisista en la búsqueda de satisfacción inmediata y el espejismo de la intención de completud, que empujan al sujeto en una búsqueda compulsiva de objetos que intentan colmar la falta estructural. Taponando así, la posibilidad de interrogarse y de posibilitar un espacio a la invención propia.
“La caída de los ideales en la contemporaneidad produce muchos efectos. Así como el enaltecimiento de los ideales también provocaba efectos segregacionistas, porque en ese caso se recortaban aquellos que eran los que tenían relación respecto a un ideal con quienes no la tenían con ese ideal. En la actualidad, hay una caída de los ideales que produce, como dijo Freud, angustia, pánico, violencia y los hombres actúan sin ninguna consideración ni miramiento por el prójimo, buscando sólo su propio modo de satisfacción. No le importa nada del otro. Esto lo dijo Freud en El malestar en la cultura”. (Delgado Osvaldo, 2018)
Frente a la caída de ciertos ideales, y la crisis de referencias en la complejidad institucional, ¿Qué posibilidades tiene el sujeto de no quedar aislado en su malestar? Resulta importante aquí pensar la posibilidad de encontrarse con su modo particular y fundamental de lazo social que es el trabajo.
¿Es posible vivir sin malestar? ¿Se puede ofrecer una cura generalizada al sujeto que padece de manifestaciones de angustia? ¿Qué lugar ocupa el trabajo en la vida de los sujetos?
El psicoanálisis, a diferencia de otras disciplinas o prácticas actuales, propone que sea el sujeto quien pueda elaborar una posible respuesta. Una respuesta que tenga el lugar de una invención propia. Evitando adherir de un modo acrítico, a recetas o respuestas establecidas en cuanto a pautas a cumplir, que intenten enseñar un modo de vivir o de superar el sufrimiento, a modo de amos modernos que indican el camino a seguir. Ante el empuje actual a lo inmediato, no parece fácil dar lugar a un espacio y a un tiempo que permitan interrogarse sobre lo más íntimo.
En psicoanálisis, considerando la particularidad de cada sujeto, se busca un saber hacer con el propio goce. Como saldo de la experiencia analítica, el sujeto, podrá interrogarse y quizás hacer menos sufrientes sus modos de amar y de trabajar.
Partiendo de un pensamiento crítico y de ciertas consideraciones sobre los avatares de la época actual, no podemos dejar de preguntarnos sobre las coordenadas que nos permitan localizar al sujeto, tanto en su contexto inmediato como en las manifestaciones de su malestar y su deseo, que siempre es el deseo del Otro. Evitar un cierre, frente a una categorización homogeneizante de su sintomatología, a la posibilidad de interrogarse sobre dichas manifestaciones de angustia que lo aquejan. Considerando a ésta, como un afecto que no miente y que siempre es índice de algo que tiene que ver con la singularidad de ese sujeto que la padece.

(*) Miembro de la Delegación Río Gallegos del I.O.M.2 y de la A.B.A.P. Integrante del equipo de la Dirección Provincial de Salud Ocupacional.

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