Aquel lugar, ubicado a pocos metros del Hotel Alvear, fue uno de los preferidos de los escritores Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo a la hora de almorzar. Al pequeño cafetín de mesas amontonadas lo envolvía una mística que también atraía a empresarios, políticos y personajes de la farándula.

Calidad y calidez

Tratamos de seguir la tradición familiar, siempre nos inculcaron el respeto hacia los demás, no endeudarnos, gastar lo que se podía gastar y el resto guardarlo. Mi madre siempre me repetía un refrán gallego: ‘guarda risas por si algún día hay que llorar’”, explicó entre lagrimas a La Nación, Pablo Suárez, hijo de los fundadores, Manuel Suárez y Carmen Castiñeiras que, según su relato, se instalaron en la Argentina tras viajar desde La Coruña con mucho sacrificio.

 

 

 

 

“Llegamos al fin. Es imposible mantener toda la estructura y la carga impositiva. Quiero agradecerles a mis empleados, me conocen desde chico, no fue fácil decirles que cerraba. Lloraban y terminé consolándolos yo, los clientes me llamaron, me golpeaban la puerta y me decían me matas”, relató Suárez.

 

 

 

 

 

“No podía pagarles todo el sueldo, las cargas sociales, la carga impositiva es insoportable, teníamos cero ingreso desde el 19 de marzo. Cerramos un día antes de la fecha que decretó el Gobierno, porque ya no había gente en la calle. No podía seguir manteniendo todo, expensas, luz, gas, cable y teléfono. No quiero pedir préstamos a los bancos, por más que me digan te doy $10 millones a tasa cero, no lo agarro porque no se cuando lo voy a poder pagar”.

 

 

 

 

 

En la memoria de Pablo, una inocente costumbre de la infancia retrata a la perfección los tiempos de auge. De chico, iba a divertirse al Italpark y tras regresar comía un tostado mixto con una chocolatada Cindor.  “Mi papá nos mandaba para arriba, no teníamos que molestar a los clientes. A veces iba desde Carlos Monzón hasta Federico Peralta Ramos, políticos, actores, todos se sentían cómodos”.

 

 

 

“Me acuerdo de mis padres, de todo su sacrificio. Cerrar por la pandemia es muy doloroso”, se lamentó Suárez. “La idea es que si no somos nosotros, que lo siga alguien como bar, por la memoria de la familia”.

 

 

 

 

“No sé ni cuando podré abrir y encima el protocolo exige cubiertos y platos descartables, encima si exigen un distanciamiento de dos metros a mi quedan cuatro mesas”

 

Leé más notas de La Opinión Austral