Conozco a Beatriz Sarlo. No como amigo ni compañero, sí por haberla leído, escuchado y porque la tuve como profesora en la UBA. Es una escritora y ensayista muy inteligente y de amplia cultura. Sus análisis sobre literarura, política e historia son siempre interesantes. Pueden ser o no refutados, pero obligan a pensar y argumentar. Lo que no es poco.

 

Dejando esto en claro, es inevitable la pregunta: ¿Qué puede llevar a una persona inteligente y capaz a cometer una equivocación tan dura que la obligó a arrepentirse, primero ante la Justicia, y luego públicamente?

 

“Me ofrecieron vacunarme por debajo de la mesa. No acepté por una cuestión ética”, repitió en medio del escándalo por las vacunas para amigos y conocidos que llevó a la salida de Ginés González García de la cartera de Salud.

 

Y la aplaudieron y pusieron como ejemplo ético en los medios opositores.

 

Claro que, citada a declarar por la Justicia y sin tener una platea opositora que la aplauda, debió decir la verdad. Y resultó que no pudo sostener su “relato”.

 

En su declaración reconoció que la mujer del gobernador Axel Kicillof llamó a su editor para que le preguntara a Sarlo si quería participar de una “campaña de concientización” para fomentar en la sociedad la necesidad de vacunarse contra el Covid-19. Era en enero, cuando existía una fuerte campaña de la oposición contra la Sputnik V. “El veneno ruso”, le decían.

 

En su declaración, Sarlo reconoce que el pedido no era nada oculto. Al contrario, iban a sacarle fotos vacunándose para generar un efecto imitación. También se invitaba a otras personalidades.

 

Todo claro. Todo arriba de la mesa.

 

“Me autocritico fuertemente, no debí decir por debajo de la mesa”, se arrepintió Sarlo en una entrevista radial, después de declarar. Y la bajaron del pedestal ético que la oposición había construido con barro.

 

“No le ofrecimos nada a Beatriz Sarlo por abajo de la mesa. Ensucia, embarra y me parece que hubo mala fe. Ahora tengo que dar explicaciones”, señaló el gobernador bonaerense.

 

Soledad Quereilhac, esposa de Kicillof, señaló con claridad: “Cuesta creer que quien fuera profesora titular de Literatura argentina del siglo XX durante más de dos décadas, autora además de muchos libros claves para la sociología de la cultura y la crítica literaria, tenga problemas de lectura frente a un simple correo electrónico (…) A la luz de su autopercepción como una persona que “tiene ética”, sólo cabe esperar que se rectifique. Mientras tanto, sigo sin decidirme entre la pena por su enorme torpeza o el desconcierto ante su mala fe”.

 

Este desconcierto por lo hecho por Sarlo invade a muchos. ¿La devoró la grieta? ¿Resbaló ante un entorno que aplaude cualquier acusación contra el kirchnerismo? ¿Enorme torpeza o mala fe?

 

Hace casi diez años, en una emisión del programa 678, Sarlo le dio una famosa contestación al periodista Orlando Barone cuando la vinculó con el Grupo Clarín. “Conmigo no, Barone”, le dijo.

 

Es lo que Kicillof, su esposa, y tantos otros le pueden decir hoy a la prestigiosa intelectual después de su grave equivocación: “Conmigo no, Sarlo”.

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