Por Francisco Nutti

Primero lo primero: me llamo Francisco Nutti, nací en Chacabuco, provincia de Buenos Aires, y escribo en el diario Crónica desde 2017, tras haber pasado por varios medios y recibirme de periodista en 2014. Tengo 30 años, soy un apasionado por Boca, pero en estas líneas quiero hablarles de mí, de mi viejo, de mi familia. A veces no queda bien ser autorreferencial en las notas, pero hoy es un día especialEn mi casa vive un héroe y nadie lo reconoce.

A mi papá Luis, soldado TOAS clase 1960, nunca nadie logró borrarle los fantasmas que dejó el conflicto bélico entre Argentina e Inglaterra de 1982. A pesar de buscar ayuda psiquiátrica, su vida estuvo marcada por la angustia, los ataques de pánico y la desolación adquiridos durante esa etapa, que lo motivaron a tener que jubilarse por problemas psiquiátricos a sus 60 años.

Recorte de revista. Luis, durante la guerra, mirando hacia cámara de un reportero gráfico.

Él, como tantos otros, es una víctima más de Malvinas, porque las secuelas afectaron tanto a quienes pusieron el pecho en las islas como a los que formaron parte de la logística desde el continente.

Perteneció a la batería “A” del Grupo de Artillería 101 Bartolomé Mitre

Luis, papá, también hincha de Boca y que había hecho el servicio militar a fines de 1981 por haber pedido una prórroga de dos años, estaba en La Plata para estudiar odontología, cuando en abril de 1982 recibió una carta donde lo convocaban a presentarse en el cuartel en que había estado meses atrás. Eso lo obligó poner una pausa a sus estudios, cancelar el departamento que había alquilado en la capital bonaerense y ponerse a disposición de la patria.

Fue así que pasó por Chacabuco, saludó a sus padres y se retiró con algunos chocolates que comió antes de llegar a Junín, desde donde partieron en tren hacia el sur argentino.

Se fue como un valiente, con los besos de mamá y papá y los saludos de la gente. Regresó de noche, escondido en un avión sin butacas, “prácticamente detenidos”, dice cada vez que lo recuerda. Fue directo al aeropuerto del Palomar, donde durmieron en un galpón oscuro. De ahí en adelante nunca tuvieron asistencia médica ni psicológica. Mi padre, como pudo, rehizo su vida y volvió a estudiar odontología, carrera en la que se recibió en diciembre de 1988.

Mi papá perteneció a la batería “A” del Grupo de Artillería 101 Bartolomé Mitre de la ciudad bonaerense de Junín, donde cumplió tareas como apuntador de cañón en la localidad santacruceña de Comandante Luis Piedra Buena, reconocida como parte del teatro bélico. También pasó por Caleta Olivia y Comodoro Rivadavia, donde custodió un camión que transportaba armamento.

Allí vivió todo tipo de humillaciones: desde malos tratos, hasta pasar frío, hambre y tener que ver con sus propios ojos cómo uno de sus compañeros era asesinado a golpes por un militar.

La gran cantidad de suicidios que se produjo desde entonces demostró que las muertes no distinguieron si eran soldados del archipiélago o del continente. Afectó a todos por igual, aunque quienes estuvieron al frente de batalla merecen el mayor de los respetos, por poner el cuerpo en un momento donde el gobierno dictatorial los utilizó como “manotazo de ahogado” para recuperar la confianza de un pueblo que no les pertenecía.
Durante años, mi padre se despertó de madrugada soñando con los peores momentos.

Así, me contó que casi pierde la vida por ser estaqueado de madrugada y con temperaturas bajo cero, tras haber sido encontrado por sus superiores buscando comida en un depósito cercano.

Los soldados del Teatro de Operaciones del Atlántico Sur (más conocido como TOAS), donde estuvo mi padre, no fueron ajenos al conflicto. Desde allí custodiaban la costa, abastecieron a las fuerzas en las islas, atendieron a los heridos que eran evacuados e interceptaron comunicaciones enemigas. También, en el continente, se registraron 17 bajas. Pero la historia los fue olvidando.

En la década del 90 se había hecho habitual que cada 2 de abril los vecinos de Chacabuco, provincia de Buenos Aires, íbamos a la plaza San Martín, frente al municipio, para presenciar el desfile de los veteranos que organiza año tras año el intendente de turno.

Yo era apenas un niño y me gustaba ubicarme cerca de las vallas para tener una vista privilegiada.

A pesar de buscar ayuda, su vida estuvo marcada por la angustia

Los actos por Malvinas eran muy concurridos: había estudiantes que cantaban el himno, abuelas con banderas y familias enteras que se fundían en aplausos cada vez que algún excombatiente terminaba su discurso. Cuando sonaba la marcha de Malvinas, vi gente llorar. Yo me emocionaba. Todavía me emociono.

Francisco Nutti, periodista. Escribe en Crónica desde 2017.

Pese a todo, mi padre nunca quería acompañarnos y prefería quedarse en casa para “mirarlo por televisión”.
No era por falta de respeto, sino por este suceso en su vida del cual tomé dimensión mucho tiempo después.

Soy testigo: nunca nadie lo reconoció. Sólo alguna que otra vez un vecino de aquellos tiempos lo llamó para saludarlo y recordarle cuando su nombre era “el comentario” del barrio porque lo habían convocado para defender a la patria.

Sólo un par de medallas del Ejército certifican que estuvo en zona de guerra durante 1982. Nadie olvida lo que hicieron los héroes que estuvieron en las islas, en el frente de batalla y en los buques, como el hundido General Belgrano, pero en el continente también estuvieron esos valientes dispuestos a cumplir órdenes, lejos de sus seres queridos. Y mi papá fue uno de ellos.

Estoy seguro que muchos hijos o familiares, amigos de veteranos, sabrán de lo que estoy escribiendo. Me duele el alma.

Las medallas del Ejército que certifican que estuvo en zona de guerra durante 1982.

Este sábado 2 de abril, cuando se cumplieron 40 años, mi padre recordó el infierno que vivió y pidió que se hiciera efectivo su reconocimiento. Durante la madrugada compartió algunas imágenes de su pasado en las islas en su perfil de Facebook, intercambió llamados con excompañeros para recordar anécdotas y después, el silencio. Apagó su celular durante varias horas, como todavía haciendo un duelo que nunca pudo superar.

Para mí y para todos los que lo conocemos, es un héroe de Malvinas

De acuerdo al marco normativo vigente, son veteranos aquellos que participaron en “acciones efectivas de combate” en el Teatro de Operaciones Malvinas (TOM) y en el TOAS (por ejemplo, buques o pilotos de aviones).
Un grupo llevó un acampe que duró una década en plaza de Mayo, pero nadie los escuchó.

Cerca de 6 mil exsoldados presentaron o tienen pendientes reclamos por la vía de la Justicia. Mi papá nunca quiso hacerlo, pero para mí y para todos los que conocemos su historia, es un héroe de Malvinas.

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