Durante la última semana asistimos a una de las revelaciones más extrañas y oscuras de la crónica policial, de familias protagonistas de hechos dolorosísimos, de la ingenuidad pero también de las malas intenciones de actores políticos sin escrúpulos a la hora de copar la parada mediática.

Lo que sucedió con Marcos Herrero, el coleccionista de huesos detenido hace ya nueve días en la provincia de Mendoza, debiera dejar una enseñanza. Y si bien está sometido a proceso y todavía desconocemos los detalles de cómo hizo lo que hizo, con la ayuda de quiénes y por qué, lo que sí sabemos es que su engaño puso patas para arriba todas las investigaciones de las que participó y que reconstruir los hechos con una nueva perspectiva significa un esfuerzo inconmensurable, tanto como el tiempo que se perdió.

Algo huele mal

En el mes de agosto, cuando se conoció que el maxilar hallado en el terreno de José Luis Balado, expareja de Marcela López, no pertenecía a la mujer desaparecida en mayo, La Opinión Austral comenzó una investigación que se centró en el famoso adiestrador de perros para búsqueda de personas.

El coleccionista de huesos, Marcos Herrero, y Jorge Trevotich, trabajaron juntos en el caso.

No sólo llamaba la atención que el adiestrador -que no tenía permiso ni habilitación- encontrara restos humanos en un lugar previamente allanado, ni que hablar que luego se determinó que no eran de Marcela, sino también la aparición previa de una carta anónima que quiso forzar a la jueza Valeria López Lestón a volver a ese lugar.

Sin embargo, cuando en aquellos meses se ponía su nombre en Google, brotaban de la red un sinfín de crónicas, notas periodísticas y entrevistas que pintaban al perito como una verdadera eminencia.

No existían puntos flojos en ninguno de sus casos, al parecer era infalible y su reputación gozaba de buena salud.
Todo cambió cuando el periodista Germán Sasso publicó su libro “Operación Facundo”, y en él dedicó varios párrafos a describir la intervención de Herrero, el responsable de haber quebrado la investigación de Astudillo al introducir la teoría del secuestro policial que todavía no pudo ser probada.

Paula Oliveto.

Fue la primera vez que apareció un match: perros que encuentran sangre o pruebas en lugares que ya habían sido allanados y un perito de parte que irrumpe en la escena generando el más absoluto divorcio entre la familia del desaparecido y la investigación del Estado.

Luego, el patrón se hizo más evidente. Provincia por provincia en busca de las coincidencias en los casos. Las noticias de las mujeres y adolescentes desaparecidas y los preservativos en las escenas de los supuestos crímenes, las cartas que explicaban qué les sucedió, aparecieron también las familias que pedían ayuda para juntar el dinero que el falso perito les reclamaba para buscar a sus seres amados, aparecían las respuestas a horas de su arribo, dos, tres y hasta cinco años después. Apareció el perfil de un siniestro estafador.

El 10 de octubre, La Opinión Austral publicó “Herrero, el coleccionista de huesos” y empezó a escribirse otra historia.

Llegó diciembre y fue allanado en su vivienda de Viedma, Río Negro, donde un año antes lo echaron de la Policía por no ir a trabajar. Se supo entonces del resultado del cotejo entre el maxilar que plantó en Río Gallegos y el cráneo que dejó en la supuesta escena del crimen de Viviana Luna, en Mendoza.

El mayor y más contundente de los matchs. Su ADN en los huesos, la detención, su negativa a declarar y una vecina que llama a la Policía para contar que horas antes de ser allanado le tiró huesos humanos en el patio.
Pero existen otros patrones que desnudan las intenciones del falso perito.

El fuero federal

En los casos en los que intervino Herrero se logró poner en tela de juicio la competencia judicial, luego de que sus pruebas buscaran siempre forzar la investigación hacia nuevas teorías. Si no era red de trata como en el caso Luna, o secuestro extorsivo como instaló en la búsqueda de Marcela, aparecían elementos como cartas y anotaciones misteriosas que involucraban a personas conocidas de los pueblos donde operó.

A veces con guiños a crímenes narco y corrupción. Puede decirse que en la provincia gobernada por Alicia Kirchner, el falso perito lo dio todo.

Le aseguró al abogado Jorge Trevotich y a la hija de Marcela, Rocío -se desconoce si acaso fue algo pergeñado entre ellos- que había visto dólares termosellados, lo que generó que las diputadas Mariana Zuvic y Paula Oliveto presentaran una denuncia en Buenos Aires para que se investigue a Cristina Kirchner y su hijo Máximo, porque seguramente se trataba de dinero mal habido que le hicieron ganar a Lázaro Báez.

Mariana Zuvic.

Tal como publicó La Opinión Austral en su edición de la víspera, el juez federal de Río Gallegos, Claudio Vázquez, resolvió archivar la denuncia por estar flojita de pruebas y no conectar los por qué ni para qué, dejando a las legisladoras en medio de un verdadero bochorno del que se mofó ayer buena parte de la sociedad argentina.

La mirada incómoda

Marcos Herrero no podría haber hecho jamás lo que hizo sin que los medios de comunicación lo mostraran despojados de cualquier mirada critica respecto de su extraordinaria suerte para resolver los casos de conmoción pública.

Perfiles completos alabando la inteligencia de sus perros, crónicas sobre la muerte de uno de ellos producto de un embrujo, relatos paranormales en boca de una figura cuyo vínculo con esas investigaciones surge por generación espontánea, altruismo, entre otras narrativas que no se permitieron dudar ni contemplar la propia idiosincrasia de sus comunidades.

Es cierto, La Opinión Austral entrevistó a Herrero en más de una oportunidad y cubrió su llegada como una herramienta clave en la búsqueda de Marcela López. La noticia es la noticia y si es importante para la familia es importante para un diario que acompañó el dolor de esa ausencia desde el primer momento.

La verdad es lo de menos

Que dos diputadas de la Nación salgan corriendo a una Fiscalía ante la mera mención de la palabra “dinero” “dólares” en Santa Cruz, dando por cierto los dichos de un adiestrador de perros, y que eso sea suficiente como para vincular una desaparición que ya se estaba investigando, con el kirchnerismo, es desopilante. Y lo es porque esta línea argumental no sumó nada más. Así fue a parar al Juzgado Federal de Río Gallegos y así también salió eyectada.

¿Se comieron la curva? Todo parece indicar que no. Y no es la primera vez que una muerte en el sur les provoca unir piezas de un puzle imaginario. Lo mismo hicieron con el asesinato de Fabián Gutiérrez en El Calafate.

Pero también existen actores locales de este bochorno, como la diputada nacional reelecta por Cambiemos, Roxana Reyes, de quien el propio Trevotich dijo haber conseguido permiso para ingresar por su terreno a la casa de Balado el día que realizaron un allanamiento ilegal y plantaron los huesos y otras evidencias falsas.

La diputada Reyes también hizo presentaciones políticas, en este caso en su ámbito, el Congreso, dejando entrever que había una suerte de complot para no buscar a Marcela.

Mientras tanto, las hijas de la mujer que falta desde el 22 de mayo esperan respuestas, abiertas o no a la posibilidad de que pudiera haber ocurrido que Marcela tomó una decisión fatal, algo sobre lo cual parecieran existir indicios.

Todo esto que sucedió le quitó tiempo y atención a lo verdaderamente importante, que es encontrar a Marcela, pero por sobre todas las cosas reconstruir la verdad sobre lo que le pasó.

Lo demás, esta fenomenal construcción de sentido que sólo con muy mala intención, y aprovechándose de la desesperación de una familia pudieron distraernos, debe servir para buscar conocer qué nos pasó a nosotros y al lugar en el que vivimos.

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