“¡Les voy a partir la cara!, ¡sí, soy un racista y, ¿quiénes me hicieron racista? Este gobierno, los conservadores y los concejales rancios que apoyan a los negros”, grita ante las cámaras de televisión un hombre entrado en años, el pelo desordenado y blanco, que lleva una chomba café con leche.
Esta escena se ve en el documental “The Third And The Fury” (la mugre y la furia), que muestra el surgimiento del fenómeno de los Sex Pistols, la banda clave para la revolución punk, a mediados de los setenta en el Reino Unido.
El documental resuelve la escena del indignado con una voz en off, que explica que el pobre hombre está mal informado, desorientado y fue utilizado por el gobierno. Recordemos que el continente había vivido el fascismo en los treinta, y para fines de la segunda guerra mundial reaparecieron los partidos de extrema derecha que, con el tiempo, pusieron en la agenda el conflicto de la migración y la xenofobia.
Pero había rock, punk como trinchera para rebelarse a esos fenómenos y aglutinar a las juventudes en la lucha por igualdad. Hoy, con leyes que ampliaron el goce de los derechos humanos, que permiten la elección de una identidad de género distinta a la asignada al nacer, con tratados internacionales de protección, a los que las naciones adhieren para desterrar el racismo, y la disputa por la equidad que impulsaron las mujeres, ¿quiénes convocan a los jóvenes a rebelarse? ¿Contra qué?
Hace dos semanas el candidato a presidente por Libertad Avanza, Javier Milei aseguró que ser libertario es vivir en otra frecuencia y aceptar que podemos acostarnos con alguien de nuestra familia de sangre.
-Si llega a presidente, ¿qué rol va a tener su hermana?- le preguntó el conductor de LN+ Eduardo Feinmann sobre Karina Milei, la mujer que está detrás de todo su armado político.
– Creo que jugaría el rol de primera dama-.
-¿No de jefe de gabinete?-.
-No, no, no.-
-Impresionante-.
-¿Por qué?-.
-Porque yo sé que usted se recuesta en su hermana…, le respondió el conductor, que, a todas luces, eligió intencionalmente el verbo.
Cuando tuvo que explicar cómo es que el liberalismo no sostiene el tabú del incesto, el candidato de pelos entreverados fue contundente: “Yo me puedo vincular con cualquier tipo de ser humano que tenga la decisión sexual que se le antoje, que se auto perciba como se le da la gana. Mientras los intercambios sean voluntarios vale todo”.
La contradicción está clara. Mientras anuncia que va a eliminar el Ministerio de Las Mujeres y Diversidades, así como la Educación Sexual Integral (ESI), porque son “un lavado de cerebro socialista”, Milei dice que, entre cuatro paredes, el sexo es con “humanos” y no importa cómo se “auto perciban”. Entonces, ¿es ideológico el planteo o simplemente provocador? Lo que seguro no es: nuevo.
En 2016, la juventud del partido liberal sueco pidió la legalización del incesto entre mayores de 15 años y la necrofilia, es decir, el sexo con cadáveres. “Entiendo que la necrofilia y el incesto puedan ser consideradas como inusuales y repugnantes, pero la legislación no puede basarse en que sean repugnantes”, fueron las palabras de Cecilia Johnsson, una de las voceras del espacio, y para quien, así como a veces se decide que ciertos cadáveres vayan a universidades para ser estudiados, bien podrían ir a la cama de alguien que sienta placer sexual con muertos, porque, clarita la cuenta, eso “debería ser tu decisión”, insistió. Para el ala madura de ese fascismo que encierra el partido libertario, el reclamo fue un tiro en los pies. “Entienden que la gente se está riendo de su liberalismo, ¿no, imbéciles?”, respondió el exdiputado Carl B. Hamilton.

“Más allá de las ideas políticas, es un señor que vive con ocho perros y está enamorado de su hermana. No hago juicios de valor, hago una descripción. Que cada uno saque sus conclusiones en sus casas”, opinó la periodista Julia Mengolini en un panel televisivo. Sus dichos fueron comparados rápidamente con los de Laura Di Marco y Viviana Canosa contra Florencia Kirchner, hija de la vicepresidenta, en cuanto a que se saltó el muro que divide la vida pública de la privada.
No es lo mismo. Una cosa es meterse con la salud mental de alguien y brindar un diagnostico descarnado por TV, y otra, poner en debate el modo en el que se comporta quien pretende conducir el país, diciendo abiertamente que debería haber vía libre para que hijas y padres, madres e hijos o hermanos tengan relaciones sexuales entre sí.
Cualquiera podría citar la teorización freudiana y hablar del incesto en el mundo, los países donde existe o no persecución penal- en el nuestro no pero está prohibido- pero, ¿por qué no pensarlo con su lógica?
Milei demuestra tener un enorme desprecio las mayorías, lo popular y colectivo porque se erige en un lugar de superioridad de la raza. Y lo cierto es que a lo largo de la historia, el incesto fue una práctica común y aceptada, sobre todo en familias reales, para garantizar el linaje en el trono.
“Casta”, ese término peyorativo con el que se refiere a clase política de un sistema democrático que le permitió ser legislador sin haber presentado un solo proyecto, significa que “se reúnen ciertos caracteres hereditarios en una especie”. Incesto, casta, Milei proyecta fuerte.
Por eso los chistes y memes que circulan en torno a esto, intentando explicar que dice las cosas que dice porque está loco o porque sus papás eran hermanos, tienen poco que ver con la potencia de su discurso residual, a base de una ingeniería de escombros de la cultura, con el que nos muestra una parodia grotesca de lo que podemos ser.
En Santa Cruz, de la que salieron dos presidentes que encabezaron el gobierno con mayor ampliación de derechos porque interpretaron la frecuencia de su tiempo, algunas consultoras sostienen que Milei tiene una intención de voto mayor al veinte por ciento. Recientemente se vieron imágenes de su paso por Tierra del Fuego y antes por Comodoro Rivadavia, donde una multitud heterogénea lo vitoreó. Una foto que resulta a todas luces curiosa y temible, ya que si algo caracterizó a la región patagónica, es ser la que, en líneas generales, aportó los votos para las leyes de reconocimientos de las mayorías.
En contra del candidato, claro está, juega no tener estructura para traccionar su boleta. En el distrito gobernado por Alicia Kirchner, sus militantes no actúan cara descubierta, y él ya se ocupó de aclarar que no va a acompañar a nadie en las provincias, luego de las derrotas que sufrió en Río Negro y Neuquén.
La imagen de Milei no es la de un amateur. Viene construyendo su desembarco al poder hace más de una década, cuando ya decía que había que quemar el Banco Central, en sus libros o con la película que protagoniza, Pandenomic, que fue un éxito en YouTube, una dimensión donde los millennials y centennials siguen pasando tiempo. Chapeau. “Es una película a lo Werner Herzog”, definió comparándola con las del director del nuevo cine alemán y creador de la mítica Fitzcarraldo. La comparación solo tiene algún sentido cuando los personajes centrales de sus películas tienen por delante misiones imposibles.
Lo que Milei pareciera buscar es un choque de civilizaciones a menor escala, un fundamentalismo de la anti política que – a contramano de moderar el discurso para ganar adeptos como hicieron en países de eso que llaman primer mundo- profesa una narrativa sin edulcorante, pero también sin ideología.
El móvil de TN está en la calle y un trabajador precarizado de esas empresas repartidoras de comida rápida responde que va a votar a Milei porque prometió la convertibilidad, una idea descabellada a la que ni siquiera la alianza neoliberal Cambiemos se montó.
Con la convertibilidad perdimos las mayorías, pero algunos parecen haberlo olvidado. En este punto es muy gráfico como el filósofo José Pablo Feinmann hablaba de este fenómeno como el “estado de interpretado”, a través de la ideología taxi. Decía que cuando subimos a un taxi, lo más probable es que el tachero nos hable y que seguramente eso que diga esté vinculado con algún hecho de actualidad. Pero que ni bien subimos podemos adivinar qué nos va a decir por la frecuencia de radio que lleva encendida. “No está diciendo sus ideas sino las de la radio que escucha, no está hablando, está siendo hablado, está siendo pensado, vive en estado de interpretado, sus ideas no son suyas, lo que usted dice no le pertenece”, nos ofrecía Feinmann como respuesta.
No todo es mérito de Milei. A la moderación que propuso el gobierno que prometía volver para ser mejores le fue mal y generó, ya antes de las legislativas para acá, un camino de incertidumbre con una economía que tiene crecimiento pero se distribuye pésimo. Y mientras una parte de la sociedad se escandaliza con la propuesta del candidato de ojos azules porque dice que los órganos deberían ingresar al mercado de compra y venta, otros recordarán cuando, durante los años en que perduraron los afectos del gobierno de La Alianza, aparecían- varias veces en Santa Cruz- personas que desesperadas ofrecían sus riñones a mejor postor.
Quienes por su juventud no vivieron ese país ni el que terminó en 2015 con la salida de Cristina Fernández, y que naturalmente están llamados a la rebeldía, no tienen voces que los seduzcan. La diputada Ofelia Fernández habló de esto la semana pasada cuando dijo que “a los jóvenes les está tocando crecer en una Argentina de fracaso. Esta generación es hija de la anti política, y me parece razonable. La juventud se está volcando a la derecha, pero no es ideológico. Es casi arbitrario porque es quien agarro primero ese descontento”.
Este año, con la película 1985 sobre el juicio a las juntas militares, vimos a los pibes y las pibas que colaboraron con la fiscalía de Julio Strassera en la causa 13/84. En aquel entonces fueron invisibilizados por los medios, pese a que se involucraron cuando judiciales con experimentados tuvieron miedo. Ante la falta de una propuesta disruptiva, con horizonte y futuro con la que embanderarse, esa fuerza de la rebeldía, de la inconciencia como motor de conquista de un fin, ¿quedó en manos de Milei?
Por estos días, en los que una ola de nostálgicos habla de la serie de Fito Páez, y rememora con lágrimas los ideales de una generación a través de la historia del músico, pensarnos más intrépidos que quienes hoy están construyendo su identidad política, -incluso desde la anti política-, suena injusto e inútil. Porque como plantea Byung-Chul Han, hoy todos somos sujetos de un régimen en el que nos creemos libres, cuando en realidad, nos hicimos cada vez más dóciles porque el “like” excluye toda revolución.
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