El taller de Marcelo “Chelo” Sebastianelli parece detenido en un punto exacto donde conviven historia, fierros y una vocación que no descansa. Entre herramientas, autos desarmados y el mate siempre cerca, el piloto repasa un recorrido que empezó en 2005 y que lo mantuvo fiel a la 1300, la categoría donde construyó su nombre. “Arranqué con un Fiat 600, después con un 128 y desde ahí no me moví más”, recuerda. Su carrera es un compendio de constancia: 112 competencias, siete victorias y 25 podios.
La familia fue siempre parte del cuadro. “Mis viejos no faltaron jamás. Ahora están volviendo de un viaje por el norte solo para llegar a la próxima carrera”, cuenta. Y el legado ya parece encaminado: su nieto, dice, ya eligió auto. “Se sube al 128 y dice que es el suyo. Le faltan nueve años para manejar, pero yo sueño con correr una carrera con él”.
El proyecto nacional que asoma
Aunque su vida deportiva estuvo anclada en el zonal, el plan de dar un salto está activo. “Es el objetivo pendiente. Siempre estuvo la idea de correr a nivel nacional; estuve dos veces a punto de entrar al Turismo Nacional”, revela. Y esta vez el plan está más maduro: una incursión en la Clase 1 del Pista, con Jesús León como invitado.
“Queremos ir a probar esa experiencia. Vivir ese mundo, ese circo. Si se da, aunque sea una carrera, ya sería un gusto que vengo pateando hace años”, agrega. El entusiasmo es claro, pero la realidad también: distancia, costos y tiempo son barreras que no siempre se pueden mover. “No es solo lo económico: es irte una semana entera todos los meses. Y yo tengo negocio, familia, obligaciones”.
La eterna discusión del 128 y el Fiat 1
Sebastianelli conoce como pocos la evolución técnica de la categoría. Probó, comparó, convive con ambos modelos. Su diagnóstico es directo: “El Fiat 1 tiene un poco más. No es la locura que se ve reflejada hoy en pista, pero lo tiene”. La diferencia de peso también aparece como un punto clave: “Se le pone mucho peso, pero no se nota tanto. En otros reglamentos se siente más. Acá no termina de equilibrarse”.
Según él, la categoría llegó a un punto delicado: “Nos faltan referentes con 128. Eso hace que se note más la diferencia. Pero si se trabaja bien, el 128 puede estar donde está hoy el Fiat 1”. La clave, dice, es trabajar para la categoría y no para el beneficio propio. “Ahí es donde se complica. Muchos tiran para su lado”.
Una forma de vivir el automovilismo
A los 53 años, Sebastianelli sigue metiéndose bajo el auto como cuando empezó. Y no es discurso: “Terminé la última carrera con una vibración rara. Saqué la caja, desarmé el tren delantero y seguí revisando. Eso me encanta”. Ya incluso arma sus propias cajas de cambio: “Las últimas las armé yo. Jesús supervisa, pero ya lo voy haciendo solo”.
La rutina lo pinta entero: oficina hasta la tarde, mate con su esposa, y después taller hasta la noche. “A veces me llaman y ya son las 10. Lo disfruto. Es mi manera de vivir esto”. Y agrega una frase que sintetiza su vínculo con el deporte:
“Me encanta correr, pero disfruto tanto como eso el día a día en el taller. Es parte de lo mismo”.
Un automovilismo que necesita tiempo y paciencia
El piloto también es claro sobre la evolución de la 1300. “Hoy los autos están al límite. Te equivocás medio milímetro y pasás de pelear la punta a quedar cuarto”. La falta de tiempo de pruebas complica tanto a los nuevos como a los que quieren llegar al ritmo de punta. “Antes podías dar 200 vueltas antes de debutar. Hoy no. Tenés ocho minutos de prueba y ya está”.
Eso genera desánimo en los debutantes: “Van, giran, quedan lejos y largan todo. Y no tendría que ser así. Las categorías crecen cuando todos se animan a largar, aunque les falte”.
Dirigencia, hasta ahí
Intentó meterse en la parte institucional, pero se bajó rápido. “Hay muchos no por no. Muchas trabas. No quiero pelearme con nadie, quiero disfrutar. Igual, lo que la categoría necesite, siempre voy a estar”. Prefiere enfocarse en lo suyo: “Bajar el auto después de una carrera, pensar qué hay que hacer para la próxima y listo”.
Un cierre con gratitud
Antes de terminar, tira una certeza que lo define:
“Mientras el cuerpo y la billetera aguanten, voy a seguir”.
Y no se olvida de quienes lo sostienen: “Gracias a Jesús y a Coco por el auto que siempre está ahí. Cuando no funciona, el 99% de las veces la culpa es mía. Y gracias a todos los que se arriman al taller. Sin ellos, nada de esto sería posible”.
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