Francisco se desplazó a la prisión romana de Rebibbia, en una zona degradada de las afueras de Roma, para presidir una misa de Jueves Santo ante decenas de reclusas, guardias, capellanes y funcionarios reunidos en una zona al aire libre de la sección femenina.
Desde su silla de ruedas, lavó y besó el pie derecho de 12 mujeres sentadas en una grada, en un ritual que conmemora el gesto de humildad de Jesús a sus apóstoles en la Última Cena, la noche antes de ser crucificado.
Varias de las presidiarias eran extranjeras y algunas lloraron durante el ritual. La sección femenina de la prisión, una de las más grandes de Italia, alberga a unas 370 internas.
Francisco es el primer Papa que celebra la ceremonia del lavado de pies fuera de las iglesias, normalmente en prisiones, residencias de ancianos u hospicios, continuando una práctica que inició cuando era arzobispo de Buenos Aires.
También es el primer Papa que incluye a mujeres, ateos, musulmanes y otros no cristianos en el servicio, según destaca un informe de la agencia de noticias Reuters.
Sus antecesores celebraban la misa en la Basílica de San Pedro del Vaticano o en la Basílica de San Juan de Letrán.En esos lugares sólo participaban hombres, normalmente sacerdotes.
La breve e improvisada homilía de Francisco giró en torno al tema del servicio a los demás.
“Cada uno de ustedes tiene su propia historia, pero el Señor nos escucha con los brazos abiertos y nunca se cansa de perdonar“, expresó.
El Santo Padre, quien recientemente ofreció menos discursos debido al cansancio provocado por los ataques de bronquitis y gripe, parecía en forma.
Cuando llegó a la prisión, un ayudante empujó su silla de ruedas entre la pequeña multitud y muchos reclusos se abalanzaron para tocarle.
Francisco permaneció de pie durante parte de la misa y luego, sentado, saludó a las presas y a un niño de tres años que vive allí con su madre reclusa. (NA)
Leé más notas de La Opinión Austral
Compartir esta noticia
Dejanos tu comentario