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La víspera de Navidad convocó a un centenar de fieles en la misa de Nochebuena, donde el cura párroco de la localidad, César Heltner, pronunció una homilía de tono firme y definiciones claras. El mensaje apuntó a una advertencia directa a la comunidad: cuando Dios queda fuera del corazón, ni los bienes, ni los logros, ni las metas alcanzadas logran dar verdadera paz.
Desde el inicio, el sacerdote situó su reflexión en el misterio central de la Navidad: la encarnación. Recordó que, según la fe cristiana, Dios crea tanto el mundo espiritual como el material, y coloca al ser humano en medio de esa tensión. “Entre lo espiritual y lo instintivo estamos nosotros”, señaló, para introducir el núcleo de su mensaje: Dios no permanece distante de esa fragilidad humana, sino que se hace hombre y entra en la historia.
En ese sentido, destacó la doble condición de Jesús como verdadero Dios y verdadero hombre. Mencionó los pasajes del Evangelio que lo muestran compartiendo la vida cotidiana —comiendo, caminando, participando de encuentros y llorando por la muerte de su amigo Lázaro—, y también aquellos en los que se manifiesta su divinidad al sanar enfermos, devolver la vista a los ciegos o calmar la tormenta. “Eso es lo que celebramos en Navidad: un Dios que se acerca y asume nuestra realidad”, expresó.
Uno de los ejes más contundentes de la homilía estuvo puesto en la insatisfacción que atraviesa a la vida contemporánea. El sacerdote describió una dinámica conocida: la búsqueda constante de cosas, objetivos o reconocimientos que, una vez alcanzados, dejan lugar a un nuevo deseo. “Se quiere una casa, después un auto; se espera que un hijo se reciba, luego que tenga trabajo, y después que tenga un buen trabajo”, ejemplificó.
Incluso —advirtió— hay personas que pueden afirmar que tienen familia, afectos, trabajo y estabilidad, pero aun así reconocen una falta. Para el cura párroco, esa sensación no es casual: responde a un vacío interior que no puede ser llenado por lo material. En esa línea, recordó el pensamiento de San Agustín, quien advertía que el ser humano suele buscar a Dios afuera, olvidando que es en el interior donde debe habitar.
Heltner sostuvo que, cuando Dios ocupa su lugar en el corazón, se produce una transformación profunda: aparece la paz, la reconciliación y un sentido distinto para afrontar las dificultades. Por el contrario, cuando Dios queda desplazado, ni siquiera la abundancia alcanza para ser feliz. “El problema no está solo en lo que pasa afuera, sino en lo que llevamos adentro”, remarcó.
Otro tramo central de la homilía estuvo dedicado a la figura de Dios como Padre. El sacerdote recordó que Jesús vino a revelar esa relación y a invitar a los creyentes a reconocerse como hijos. “Si de verdad tomáramos conciencia de que somos hijos de Dios, ¿qué podría faltarnos?”, planteó ante la asamblea.
Para graficar esa confianza, apeló a una imagen sencilla: la del niño que, ante el miedo, se aferra al abrazo de su padre o de su madre. Allí —dijo— encuentra protección y seguridad. Esa misma actitud de abandono confiado es la que, según afirmó, está llamada a vivir la comunidad creyente.
Hacia el final, el cura párroco llamó a no reducir la Navidad a una reunión social o a una mesa compartida. Advirtió que, sin la presencia de Cristo, incluso una noche familiar puede quedar vacía de sentido. En cambio, aseguró que cuando Jesús está en el centro, la vida se mira de otra manera y las dificultades, aunque no desaparecen, se atraviesan con esperanza.
De este modo, la celebración de Nochebuena en Las Heras dejó un mensaje directo para la comunidad: la acumulación de bienes, los logros personales o la estabilidad material no alcanzan para colmar el corazón cuando Dios queda al margen. En la víspera de Navidad, el cura párroco César Heltner recordó que el centro de la fe cristiana no está en lo que se tiene, sino en a quién se deja habitar la vida.
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