Agostina nació un 10 de julio por cesárea de urgencia y con apenas siete meses de gestación. Pesaba 1, 200 Kg. y estaba perdiendo proteínas. Era la primera hija de Tamara Durán.

Ante la ausencia de un nefrólogo infantil en Río Gallegos, viajaron derivadas a Buenos Aires y los que eran solo unos días se convirtieron en cuatro años.

“El médico dijo que había que biopsiarla en el riñón pero que no iba a tener más de nueve meses de vida“, recuerda Tamara (36) en diálogo con La Opinión Austral. En el Hospital Ricardo Gutiérrez, Agostina pasó nueve meses en estado crítico con respirador.

 

Agostina cuanto tenía un amo y medio. FOTO: GENTILEZA T.D.

 

 La biopsia dio el diagnóstico: síndrome nefrótico congénito tipo finlandés. “Rarísimo, el primero en Argentina”. Las opciones eran diálisis o un trasplante. “No le daba el peso para diálisis, tenía que tener 10 kilos como mínimo y ella tenía casi cinco meses y pesaba casi 3,500 Kg.”.

Al año y medio le sacaron un riñón y el otro quedo funcionando, el objetivo era que pierda menos proteína y pueda ganar peso.

Un año más tarde, su único riñón ya no funcionaba. Había logrado el peso esperado y se podía iniciar una diálisis peritoneal, para realizarla era necesario que sea en un lugar acorde. Desde que habían llegado a Buenos Aires vivían en el Hotel Real, donde contaron con la buena predisposición del dueño, quien acondicionó el espacio. Afortunadamente no fue necesario realizar la diálisis.

“Planteé si podía ser donante. Dijeron que era muy difícil porque generalmente uno de cada 20 papás es compatible”. Tamara fue una de 20. “No lo dudé un solo segundo, es la vida de mi hija si se la puedo dar de nuevo y evitar que sufra con la diálisis, lo hago”.

Agostina a los dos años y medio. FOTO: GENTILEZA T.D.

Agostina tenía tres años y medio cuando fue trasplantada. Salió del quirófano con el riñón funcionando. “No lo podían creer, los médicos decían que el tamaño parecía dibujado para ella, entró perfecto”.

Los estudios revelaron que nuevamente estaba perdiendo proteína. No sabían si el síndrome atacaba el órgano nuevo o si se trataba del riñón nativo. A la semana le quitaron el riñón nativo y quedó con el que había sido donado por su madre.

Pasaron 11 años del trasplante, Agostina, hoy ya tiene 15 y reparte su tiempo entre el secundario, el gimnasio y las salidas con amigos. Su rutina es exigida, además de tener una dieta hiposódica, baja en consumo de carne y con mucha agua, tomar alrededor de 15 medicamentos por día con horarios fijos.

“El médico dijo que había que biopsiarla en el riñón pero que no iba a tener más de nueve meses de vida”, recuerda Tamara. FOTO: JOSÉ SILVA/LA OPINIÓN AUSTRAL

“Me canso. El FK (inmunosupresor) siempre lo tomo porque sé que es importante igual que el corticoide”, cuenta la adolescente, quien rápidamente expresa “estoy orgullosa de estar viva”.

“Siempre estuve en favor de donar, creo que es un tema del que no se habla mucho, falta mucha gestión”, reflexiona Tamara y en el Día Mundial pide “piensen lo importante que es, con una sola persona que lo haga, muchas pueden seguir viviendo. No tengan miedo. Agradezco a Dios yo pude donar”.

Agostina en su cumpleaños N° 4, el primero en Río Gallegos. FOTO: GENTILEZA T.D.

 

“Les cambia la vida a las personas”, suma Agostina. “Cuando pasaba por diálisis, me ponía triste, pensaba ‘qué bueno que tengo un riñón’, dentro de todo puedo llevar una vida normal, puedo salir. A las personas dializadas las ves cansadas, les quita la energía”.

“Si pueden donar, donen. Cambia la vida, muchas mueren esperando, es muy triste”.

“Estoy orgullosa de estar viva”, dice Agostina. FOTO: JOSÉ SILVA/LA OPINIÓN AUSTRAL

 

Cuando Agostina tomó consciencia de lo que su mamá había hecho por ella, recuerda, “me puse muy feliz. Me contaba que cuando estaba internada había otras mamás que ni siquiera se ocupaban de sus hijos que estaban sanos. Después de todos los problemas que tuve, ella se quedó ahí, conmigo”.

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