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Por Daniel Ferrari (*)
(Especial para La Opinión Austral)
El pontificado del papa Francisco ha estado marcado por una profunda renovación espiritual, pastoral y social. En sus documentos más significativos encontramos una visión coherente y luminosa de una iglesia viva, compasiva y comprometida con el mundo real.
En su primer encíclica Lumen fidei (Luz de la fe), escrita en continuidad con el pontificado de Benedicto XVI, Francisco nos recuerda que la fe no es sólo una idea abstracta, ¡sino una luz que ilumina toda la existencia!, esta luz no apaga la razón, ¡sino que la eleva!
En Evangelii gaudium (2013), Francisco nos llama a recuperar la alegría del encuentro con Jesucristo. Su mensaje es claro: el Evangelio no es una carga, sino una fuente de vida plena. La fe vivida desde el corazón se convierte en fuego misionero, en testimonio alegre y en una iglesia que “sale” al encuentro de los más necesitados. El papa nos advierte contra una fe encerrada en estructuras estériles o en la tristeza del alma y nos recuerda que el discípulo verdadero irradia esperanza.
Laudato si‘ (2015) amplía esta visión, reconectando el Evangelio con la creación. Francisco propone una ecología integral, donde todo está conectado: el grito de la tierra y el grito de los pobres son uno solo. El cuidado de la casa común no es un tema secundario, sino parte esencial del seguimiento de Cristo. Con sensibilidad y profundidad, el papa nos muestra que el mundo es un don, no un recurso, y que la conversión ecológica comienza por una mirada distinta: contemplativa, agradecida y responsable. Finalmente, en Dilexit nos (2024), su última gran carta espiritual, Francisco nos habla del amor como principio transformador.
Retomando las palabras de San Juan -“El nos amó primero“-, nos recuerda que toda vida cristiana nace del encuentro con ese amor primero, gratuito e incondicional de Dios. Desde ahí, Francisco nos dice con firmeza y ternura: “El mundo puede cambiar desde el corazón”. No hay renovación sin amor, sin ternura, sin reconciliación profunda entre los seres humanos y con el propio corazón. Reflexión personal: leer estos documentos es como abrir ventanas a un aire más limpio, más humano, más divino. En cada palabra de Francisco hay una llamada a despertar, a volver al centro: a Jesús. Y desde ahí, mirar el mundo con compasión activa, con sensibilidad por los que sufren, con respeto por la tierra, con el corazón dispuesto a amar.
Personalmente, siento que estos textos no sólo son documentos, sino caminos. Me invitan a preguntarme: ¿desde dónde vivo mi fe?, ¿cómo puedo anunciar con alegría, cuidar con ternura y amar con profundidad? Francisco no da recetas, pero sí nos ofrece una brújula: el Evangelio vivido desde el corazón. Hoy más que nunca, en medio de tanto ruido, la voz del papa Francisco resuena como una caricia y un llamado urgente. Que su legado no se apague. Que nos empuje a ser cristianos alegres, comprometidos y profundamente humanos. Porque, como él nos recordó con su vida y su palabra: el mundo puede cambiar si dejamos que el corazón se convierta.
El pensamiento y enseñanzas de Francisco nos ayudan a mirar la propia vida desde una luz distinta. Nos anima a no quedarnos en la superficie de las cosas, a no vivir a oscuras, a confiar más. Nos recuerda que tener fe es caminar incluso cuando no veo el camino entero, porque sé que Dios me acompaña. Es una luz que no elimina las preguntas, pero me da fuerza para atravesarlas con esperanza.
En tiempos de incertidumbre, las enseñanzas del papa Francisco es un bálsamo. Nos recuerda que, aunque el mundo parezca confuso, hay una luz que no se apaga: la fe. Una fe que no nace del esfuerzo humano, sino del amor de Dios que, en Cristo, ha entrado en nuestra historia y no la abandona jamás.
(*) Daniel Ferrari, vicario episcopal de la Diócesis de Río Gallegos.
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