El bodegón El Obrero de La Boca no logró superar la crisis por la Pandemia. En diciembre pasado, distintos medios, entre ellos BAE Negocios alertaba la difícil situación que atravesaba.

Fundado hace 66 años, estuvo cerrado durante ocho meses porque no estaba ubicado en una zona de delivery o take away , finalmente se animó a abrir a finales del año pasado, no sin enfrentar muchas trabas para ello.

No podía usar la vereda por falta de seguridad y tuvieron que sacar todas las camisetas y banderines para que el Gobierno porteño se lo autorice. De 20 mesas que tenía sólo le permitieron utilizar cinco.

Imposible, los costos no cerraron y en su cuenta de Instagram la leyenda no dejó lugar a dudas: “Cerrado por tiempo indeterminado”.

Los hermanos Castro (Silvia, Pablo y Juan Carlos), sus dueños, no pueden más de tristeza y de bronca. En las paredes del bodegón se queda su vida, su infancia. El lugar fue fundado por su padre, Marcelino, quién vivía arriba con su familia. Lo concibió como una fonda que daba de comer a estibadores y obreros del puerto.

 

Marcelino Castro, fundador del Bodegón.

 

Con el paso de los años se hizo un lugar imprescindible de visitar. Estuvieron Bono, Francis Ford Coppola, Robert Duvall, entre otros. El bodegón seducía a argentinos y extranjeros por igual. Sólo le faltó ir a Diego Maradona, cuentan sus propietarios.

“Lunes a puro rock! Gracias por visitarnos Juanse”, escribían los hermanos Castro cuando eran tiempos felices.

Considerado como un Bar de Interés Cultural, recibió ayuda a través de los ATP del Gobierno nacional para el pago de sueldos (aunque en dos meses no los recibió y se endeudó), y el Gobierno porteño le perdonó sólo dos meses de ABL. Tuvieron que pedir un préstamo personal de $700.000 para hacer reformas y reabrir, no pudieron acceder a los de tasa 0 o bajas.

 

Silvia Castro, la dueña de El Obrero, pedía por favor en diciembre pasado que la ayudarán y nadie la escuchó. “Necesitaríamos que nos ayuden con los impuestos, y con algo que se pueda para pagarles a los empleados. No llegamos a pagar los sueldos. Hubo que hacer muchas reparaciones y mantenimiento en la cocina, freídora y heladera”, le dijo a BAE Negocios.

 

“Siento una tristeza profunda, el cierre es por tiempo indeterminado. No vamos a poner en venta ni el local ni el fondo de comercio. La única posibilidad de volver a abrir es que mejore la economía, que llegue la vacuna para todos y venga el turismo”, le dijo Silvia al diario porteño.

 

En una charla donde todo era tristeza, contó: “Tenerlo tantos meses cerrado fue muy duro anímicamente. Nosotros nacimos acá, no hicimos otra cosa en la vida que estar acá. Esto es nuestra vida, nuestra vocación, por eso estamos todos los días del año. Económicamente fue muy difícil, es peor volver a empezar que instalar algo nuevo. Arrancamos con muchas deudas, poco trabajo porque no hay turismo. Antes teníamos dos turnos y eramos 13, ahora abrimos sólo al mediodía y somos la mitad”.

 

Los hermanos Castro lo intentaron todo, se endeudaron pero lo remodelaron. Hicieron todo lo necesario para cumplir los estrictos protocolos. Pero sabían que no iba a ser fácil reabrir con tan pocas mesas autorizadas.

 

Silvia, la mujer rubia que siempre sonreía y como buena anfitriona estaba atenta a todos los detalles, perdió la sonrisa. “No hicimos delivery ni take away porque la zona no es de delivery. Tampoco pudimos abrir en la vereda, no da. Ahora abrimos al mediodía pero podemos ocupar el 25%, de 20 mesas que tengo sólo ocupo cinco. No me dan los números para levantar la persiana, más el costo de los empleados y la mercadería que hay que comprar todos los días. Antes podían entrar 90 personas, ahora ya no. No puedo cubrir los sueldos de más personal”.

 

El Obrero siempre fue una fiesta, encontrar una mesa era una ardua tarea. Todos iban a comer como sólo se come en un bodegón, sus paredes repletas de pizarras contaban los platos disponibles. Era uno de los pocos lugares de Buenos Aires donde tomar sopa era una ceremonia, llegaba la olla y desde ahí se servía. Bien casera.

Los hermanos Castro lo intentaron todo, hasta se endeudaron para remodelar y cumplir con el protocolo. Pero los costos no dan.

El teléfono ya no sonaba de noche pidiendo reservas. Querían esperar a que la Usina y el Museo del Cine reabran con el ritmo habitual. Pero no pudieron aguantar, querían pasar el verano y no pudieron.

“No pensábamos cerrarlo porque es todo para nosotros, pero estamos muy desanimados, es nuestro peor momento. Es el momento más difícil que paso El Obrero. Mi papá pasó muchas crisis, pero esto es muy duro. Queríamos ver si podíamos pasar el verano y esperar hasta marzo y abril”, puntualizó. Pero tuvieron que cerrar porque los números no daban.

 

Silvia no pierde las esperanzas, quiere pensar que si bien no puede seguir perdiendo dinero, con la vacuna y el turismo el cierre será temporario. Son dueños de la propiedad, quieren ver si algo mejora, pero ahora no tienen fuerza para seguir resistiendo.

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