Pensar en Néstor Kirchner en términos económicos es hablar de política. Del país devastado que encontró y en las decisiones políticas que debieron tomarse para salir del infierno.

“La Argentina está en el infierno, después viene el purgatorio y esperemos que los próximos gobiernos puedan darnos el cielo que merecemos los argentinos”, había dicho en diciembre de 2003 durante un acto.

 

El periodista Mario Wainfeld publicó el libro “Kirchner, el tipo que supo”, presentado en la Feria del Libro de Río Gallegos. Entre sus páginas describió a la perfección el clima imperante en aquel lejano infierno de 2003:

 

“Quiero abordar aquí una semblanza del presidente que llegó, casi de chiripa, a gobernar un país devastado, es decir, sin Estado, sin moneda, sin gobierno, en default. Con índices socioeconómicos escalofriantes, una población desolada, incrédula y enfurecida. Dos gobiernos sucesivos, uno radical y uno peronista, habían debido acortar sus períodos tras derramar sangre de argentinos, jóvenes en su mayoría. Kirchner reconstruyó, paso a paso, el Estado, el gobierno. La Argentina se desendeudó, se recuperó la moneda, el empleo cobró centralidad, la redistribución de la riqueza volvió a ser una finalidad pública, se elevó la condición de los trabajadores. Se reconstituyeron derechos arrasados por la obra deliberada de la dictadura y por la defección de gobiernos democráticos. Se reconocieron otros, reivindicados por minorías tenaces, que son parte de la agenda más reciente”.

 

El “tipo que supo” construyó su poder popular con gestos y acciones claras. El día en que se subió a un helicóptero, apenas asumido, para viajar a Entre Ríos y mirar a los ojos a los docentes que no habían cobrado su salario, quedó más que claro que Néstor le pondría el cuerpo a todo. Con la economía hizo lo mismo.

 

El dogma neoliberal del menemismo y la Primera Alianza se encargó de mancillar el rol del gasto público como dinamizador de la economía (Macri fue una continuación de ese modelo). En 2003, la inversión pública representaba el 1,2 por ciento del PBI, mientras que en 2007 era del 3,4 por ciento. Como contraposición, veamos lo que dejó Macri: una inversión púbica del 1,1 por ciento.

 

Para 2010, año de su fallecimiento, la inversión pública representaba 4 puntos del PBI. Para motorizar un programa de inversión estatal y desarrollo del mercado interno primero había que sacarse de encima el yunque de la deuda externa, pero sobre todo, los condicionantes políticos del FMI.

 

Nuevamente una contraposición con la segunda Alianza, que hizo todo lo contrario: dejó un país endeudado y con el Fondo dentro del Banco Central.

 

Domingo Cavallo anunciaba el llamado “corralito” en el 2001, durante el gobierno de Fernando De La Rúa.

Lo que sucedió con el organismo multilateral de crédito también fue un gesto que marcó la unidad latinoamericana que conoceríamos luego, con su mayor hito icónico durante los festejos del Bicentenario. En una jugada conjunta con el presidente de Brasil, Luis Inacio Lula Da Silva, Argentina canceló la totalidad de la deuda con el FMI (9.500 millones de dólares).

 

De esta manera, su Gobierno lograba la independencia del Fondo; no más recetas, no más revisión del Artículo IV, no más programas de austeridad. Fue el principal gesto de independencia de la política económica.

 

Al año siguiente comenzó el proceso de desendeudamiento. En 2003, la deuda externa representaba el 79,2 por ciento del PBI. Siete años después, sólo el 17,6 por ciento.

 

La política de desendeudamiento tuvo dos hitos marcados por la renegociación con los Fondos Buitres, primero en 2005, durante la presidencia de Néstor Kirchner y con Roberto Lavagna como ministro de Economía, y luego en 2010, ya bajo la administración de Cristina Fernández de Kirchner. Entre ambas negociaciones se alcanzó una aceptación del 93 por ciento entre todos los bonistas y un 65 por ciento de quita.

 

Kirchner no tenía un pensamiento heterodoxo de la economía. Pero tenía claro que el ahorro que podría producirse –con los superávit gemelos- debía volcarse hacia al mercado interno. La acumulación de reservas fue la estrategia principal para lograr un sostenimiento del peso acorde a las necesidades productivas. Con un peso fuerte se potenció el rol productivo del país, sumado al sostenimiento de las pequeñas y medianas empresas.

 

¿A quién querés que ponga en el Banco Central, al flaco Kunkel? – respondió cuando le cuestionaron haber designado en ese lugar al neoliberal Alfonso Prat Gay. Puro pragmatismo.

 

Alfonso Prat Gay, presidente del BCRA durante el gobierno de Néstor Kirchner.

Cuando Prat Gay dejó de responder al modelo de acumulación planteado por Kirchner, salió del Gobierno. Lo mismo que con Martín Redrado durante la gestión de Cristina. Cuando su visión monetarista obturó el uso de las Reservas para potenciar la economía, fue eyectado del BCRA.

 

Durante su gestión, el flujo de las exportaciones (y la limitación de las importaciones sobre algunos productos) potenció la acumulación de divisas en el Banco Central. Se pasó de tener 9.000 millones de dólares a más de 51.000 millones. Este proceso de acumulación devino, luego, en la fuerte discusión sobre el rol del Banco Central en la economía. La crisis internacional de 2008 demostró que los bancos centrales no son independientes de los procesos económicos, de ahí la pelea con Redrado en la gestión de CFK.

 

Martín Redrado junto a Cristina Fernández de Kirchner.

Los sesudos analistas del período no ahorraron críticas al modelo económico de Kirchner; cuando murió, lo elogiaron, pero sólo para criticar a Cristina. Y para menospreciar el período iniciado en 2003 instalaron la idea de que la recuperación fue por el “viento de cola” internacional.

 

El crecimiento promedio del PBI en el período 2003-2010 fue de 7,1 por ciento. Luego de realizar los cálculos econométricos, en base a variables de política económica interna y datos exógenos, surge que hubo en el período un crecimiento del 4,1 por ciento que no se explica por las variables externas. Eso indicaría que un 58 por ciento de la tasa de crecimiento no está explicado por el viento de cola”, sostuvo el economista Eugenio Díaz Bonilla, exrepresentante argentino ante el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) durante las gestiones de Néstor y Cristina.

 

En un trabajo publicado en septiembre de 2011, titulado “Del infierno al purgatorio: ¿y después qué?”, sostuvo que otras economías vinculadas con los commodities, como Chile y Perú con el cobre, crecieron menos que la Argentina, cuando ese metal aumentó mucho más que la soja.

 

“Esto se explica por cuatro motivos, uno político y tres económicos: la recuperación del manejo político sobre la economía, los buenos resultados macroeconómicos, el apoyo a la demanda y un mejor clima de inversiones”, escribió el especialista.

 

Ese apoyo a la demanda estuvo íntimamente relacionado con la vuelta de las negociaciones paritarias. Durante la gestión de Néstor, y con Carlos Tomada como ministro de Trabajo, se reinstalaron en el país las negociaciones paritarias entre los gremios y las empresas. Este mecanismo de negociación fue el que permitió a la clase trabajadora mejorar sus condiciones salariales, recursos que se volcaron al mercado interno.

 

Nuevamente se habló del “fifty fifty”.

 

También se reinstaló el Consejo del Salario, el mecanismo democrático para que los representantes de los trabajadores, los empresarios y el Estado, establecieran los nuevos pisos para el salario mínimo, vital y móvil.

 

Como sostuvo el sociólogo Horacio González, en un reportaje incluido en el libro “Bisagra K” –publicado por Héctor Bernardo y Gregorio Dolce -, “el kirchnerismo evoca un Estado democrático, que interviene en áreas sensibles de la economía, que tiene políticas de distribución de la renta diferente a los anteriores gobiernos”.

EN ESTA NOTA nestor kirchner

Leé más notas de Sebastián Premici