“Hablan de mí como si fuera un personaje porque no tienen lenguaje”, dijo hace poco a un medio, en una de las tantas entrevistas que dio, y en las que parecía que querían escudriñarlo hasta sacar una etiqueta para definirlo.

Eso no le gustaba. Carlos Regazzoni era un artista bohemio, excéntrico, de esos que hacen de la creación un acto mágico que no puede ser interpretado de una sola manera, porque entonces se convierte en algo estático, muerto.

Nació en Comodoro Rivadavia, ubicada a setenta kilómetros de Caleta Olivia, y por eso tuvo un vínculo especial con la zona norte santacruceña, a la que le regaló una obra poderosa como es el Bridasaurio ubicado en el acceso a la localidad de Pico Truncado.

 

El Bridasaurio, , la escultura con 40 toneladas de metal. FOTO: ARCHIVO

Se trata de una escultura de cuarenta toneladas ideada por la empresa Bridas Sapic en 1997 y que fue construida con desechos metálicos de chatarra, tambores, trépanos, cadenas, bridas y válvulas de la industria petrolera.

Empezó con la serigrafía, pintando paisajes ferroviarios, porque los trenes fueron claves en su historia como artista.

De chico se fue a vivir a Longchamps y contó que frente a su casa estaban las vías del tren.
“Un quilombo infernal: japoneses con casco que iban y venían, máquinas con luces de colores, levantaban 50 metros de vías y durmientes, parecían murciélagos. ¡Yo tengo que pintar! ¡Ni la foto es suficiente, tengo que pintarlo!”, dijo, y ahí arrancó.

Jamas aceptó la crítica a su arte, al menos no esa que surge de académicos, pero sí valoró mucho un poema que dice que le hicieron en su honor, o tal vez lo haya inventado: “Regazzoni, flaco, anarco, turro y cagador… cuando hay que serlo”. Aquella frase, dijo, le pareció extraordinaria.

Su muerte se produjo en horas de la mañana en el Hospital Italiano de la ciudad de Buenos Aires, donde había sido internado el día anterior producto de una enfermedad con la que venía luchando los últimos meses.

 

El “Gato Viejo” era su taller en Retiro. FOTO: ARCHIVO

De reconocida trayectoria en Argentina, Regazzoni logró consolidar su reputación como artista en Francia.
Se había formado en la Escuela Superior de Bellas Artes Manuel Belgrano, en la ciudad de Buenos Aires, pero abandonó en primer año y siguió toda su vida de manera autodidacta.

El crítico Raúl Santana fue uno de sus grandes impulsores, lo mismo que el francés Pierre Restany. Regazzoni tenía un mal carácter legendario, que blandía para combatir hipocresías.

Un decidor de verdades a la cara, mal que le pesara a su carrera.

En París había vivido sus días de gloria, mimado por la prensa y visitado por celebridades.

Viajó para la presentación del filme El Hábitat del Gato Viejo (1991) del cineasta francés Franck Joseph y terminó quedándose 14 años. Con la presentación del filme se lanzó la carrera de Regazzoni, con la inestimable ayuda de Teresa Anchorena, sin la cual jamás hubiera llegado a París.

 

En París había vivido sus días de gloria, mimado por la prensa y visitado por celebridades

Hasta ese momento la obra de este artista patagónico era apenas conocida en Argentina y carecía de proyección internacional.

El filme de Joseph, que obtuvo el primer premio en un festival de cortometrajes francés, le permitió un primer contacto con el público francés, en particular con los cuadros empresarios de la SNCF (Ferrocarriles de Francia), que se interesaron en la técnica de recuperación de chatarra con fines artísticos.

A este primer contacto le siguieron varios viajes a París con el fin de asegurar un atelier ubicado en un hangar desafectado.

A lo largo de los siguientes diez años, el artista, valiéndose de una legión de asistentes y empresarios, fue convirtiendo el edificio en ruinas en un atelier de seiscientos metros cuadrados donde hoy se acumulan pinturas, esculturas, cuartos, cocinas, baños, despachos y pequeños ateliers de otros artistas, como los del escultor español Paco Puyuelo o el fotógrafo francés Marc Lavaud.

Una vez consolidada su reputación como artista “alternativo”, las autoridades parisinas lo invitaron a su primera (y única) exposición financiada por el Estado Francés, enmarcada en la conmemoración de los 100 años de la historia aeronáutica francesa.

 

Obra hecha para la embajada francesa. FOTO: ARCHIVO

Esta muestra marcó el punto más alto de su carrera artística en París, y el período donde sus pinturas y esculturas alcanzaron sus valores más altos.

Su particularidad, por la que será recordado, es haber recuperado y trabajado con elementos del ferrocarril caídos en desuso, transformándolos en obras emblemáticas que hoy se exhiben en distintos museos de Buenos Aires y París.

 

Soy justiciero. Muy, extremadamente, sensible. Autodestrucción

 

Era padre de siete hijos, entre ellos Carlos, médico y político que fue ministro del Gobierno de Buenos Aires en 2007.

“¡Se nos fue un grande! ¡Abrazo, Pa!”, publicó su hijo en su cuenta de Twitter @RegaCarlos, quien fue titular del PAMI durante el gobierno de Mauricio Macri.

Carlos convivió con diferentes problemas de salud que negó hasta el final, en su empecinada fortaleza.
Solía despertarse a las 04:30, tomaba medio litro de café amargo con pan y se ponía a trabajar.

“Era un artista verdadero, desde que se levantaba hasta que se iba a dormir. No tenía una doble vida.

Amanecía temprano para ir al taller de esculturas, después corría a la cocina con todas las manos engrasadas… era un delirio, pero era increíble. Tenía una polenta, una fuerza descomunal”, dijo ayer la escultora Desiree de Ridder, que a los 26 años se deslumbró con el artista y se fue a vivir con él a París. Juntos tuvieron tres hijos.

 

Su muerte se produjo en horas de la mañana en el Hospital Italiano de Buenos Aires

Regazzoni definía el arte como la única manera de descubrir la genialidad oculta.

Siempre recordaba que comenzó su carrera vendiendo kerosene por las calles de Almirante Brown.

La técnica de recuperación de hierros le valió participar en los 100 años de la historia aeronáutica francesa.

La volación en Champs Elyssés, El “Colosal” en Bariloche, “Bridasaurio” en Pico Truncado, el Último malón, Rancho de los Esteros y La flota de aviones son algunas de sus recordadas obras, desparramadas por Bariloche, Azul, Neuquén, Ushuaia, Esquel, Balcarce y Pico Truncado, elaboradas con ayuda de jóvenes del lugar que ayer lo despedían en redes con imágenes de sus obras.

Muchas de sus creaciones las vendió a famosos, como Maddona, Maradona o Antonio Banderas.

 

Tuvo su propio programa de televisión, llamado “Vía Regazzoni”, por Youtube

“Un artista tiene un mandato interior muy profundo que lo exterioriza en su obra. El mundo en general cree que uno hace lo que le gusta y que todo es sonrisas y placeres. El artista hace lo que debe porque tiene un mandato. La genialidad, el talento, el desafío, no lo tiene cualquier persona. Yo vivo trabajando y por ahí me viene la inspiración. Yo no tengo que drogarme ni ponerme en pedo para hacer arte”, contó en una de las entrevistas que dio tiempo atrás.

La última gran muestra del artista argentino en Buenos Aires fue en el Paseo de las Esculturas, que reunió tres grandes series y obsesiones de toda su obra. Una flota de aviones rendía homenaje a la Aeroposta Argentina y a Antoine De Saint Exupéry.

 

“Un artista tiene un mandato interior muy profundo”

 

Estaba la recreación del Último malón de Azul de 1876, con un cacique montando a caballo dispuesto a la pelea y acompañado de sus hombres, y un grupo de aborígenes en estado de alerta esperando la llegada de la cautiva.

Tuvo su propio programa de televisión, “Vía Regazzoni , una performance culinaria ferroviaria”, que permanece disponible en YouTube.

 

 

En una entrevista reciente, se describió así: “Soy justiciero. Muy, extremadamente, sensible. Autodestrucción. Todo el tiempo hago cosas en contra mío. Peleador”.

También dijo que sus últimos 30 años tuvieron un solo objetivo: “La búsqueda de la belleza, un desafío a lo desconocido”.

UN MULTIFACÉTICO QUE TAMBIÉN SE ANIMÓ AL ARTE CULINARIO

Regazzoni amaba la cocina y durante un tiempo, años atrás, tuvo la posibilidad de demostrarlo en un programa de televisión que se emitía los domingos en horario central y por canal Metro, en Buenos Aires.
Ahí, el artista cocinaba recetas que surgían desde “El Gato Viejo”, el restaurante que funcionó en su atelier-vivienda ubicado en los galpones ferroviarios de Retiro.

Bajo la propuesta de realizar “cocina ferroviaria”, Regazzoni realizaba rústicos platos en un programa que estaba en el límite con lo bizarro.

Gritaba, bebía en exceso y explicaba sus platillos con voz áspera y estampa de obrero de la construcción.
En “El Gato Viejo” era famosa la polenta a la tabla (la servía directamente sobre la mesa) o la pizza culera, que, según el artista plástico y sureño, la chica que la amasaba debía aplastar con el cuerpo.

El programa realizó más de treinta emisiones y los capítulos viejos todavía se pueden ver en la fan page de Facebook ‘El Gato Viejo Restaurante’ .

 

Tuvo un programa de cocina desde “El Gato Viejo”. FOTO: FACEBOOK

 

Leé más notas de La Opinión Austral