Por Jorge Cicuttin

 

Durante los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández dos conceptos ganaron espacio en los medios y en la discusión política cotidiana. Para un importante sector de la sociedad fueron los años de la grieta y de la crispación.

 

 

Tiempos en los cuales se forjaron sectores bien diferenciados ideológicamente, con una división fomentada por medios de comunicación y por los propios dirigentes políticos y empresarios. Cualquier discurso irritaba, crispaba al del otro sector.

 

 

Una grieta que llegó a dividir a compañeros de trabajo, a familiares y que se hacía evidente en cualquier reunión de amigos. Grieta que se fortaleció con la discusión de dos proyectos políticos: la Ley de Medios y la Resolución 125 de retenciones móviles.

 

 

Mauricio Macri llegó al gobierno prometiendo cerrar la grieta, pero fundamentalmente por motivos electorales la agrandó. Alberto Fernández desde antes de llegar a la Casa Rosada dio muestras de sus intenciones de terminar con esa división concediendo entrevistas y hablando con periodistas y medios claramente hostiles. La imagen que lo mostraba con dirigentes y gobernadores opositores al anunciar las medidas contra la pandemia de coronavirus iba en ese sentido.

 

 

La lucha contra un enemigo en común, un virus que mata sin diferenciar perfil ideológico o nivel económico, pareció acercarnos. Pero el cansancio ante una extensa cuarentena y el no enfrentarnos a cientos de muertos diarios ni a las fosas comunes, hicieron que se dejara atrás esa aparente unidad y aparecieron los “anticuarentena”.

 

 

De pronto, otro tema bisagra: la intervención y posible expropiación de la cerealera Vicentin. Y más allá de la discusión acerca de las posibilidades legales de la intervención estatal, que podría darse en un tono “civilizado”, resurgió un sector que impulsó cacerolazos y caravanas en defensa de la propiedad privada, contra el chavismo y la llegada del comunismo, denunciando el “avance de la tiranía” y aprovechando para manifestarse sin barbijo y a una distancia peligrosa para la salud propia y comunitaria. Porque, ya que estamos, denuncian la “infectadura”.

 

 

No hay términos medios. De una lado la República y del otro la tiranía. ¿No le decían a Juan Domingo Perón el “tirano prófugo”?

 

 

¿Se acabó la unidad que forzó la pandemia? ¿Alguna vez existió o fue un espejismo transitorio? ¿No será que la crispación, la grieta, la división entre los argentinos existió desde el propio nacimiento del país y toma impulso ante cada decisión política trascendental?

 

 

La historia, la reciente y la no tanto, nos ofrece una sociedad que de las maneras más brutales muestra una división permanente.

 

 

La semana pasada recordamos los 65 años del bombardeo a la Plaza de Mayo y a la Casa de Gobierno hecho por aviadores argentinos –apoyados por políticos opositores y sectores de la Iglesia-, para derrocar al gobierno constitucional de Juan Domingo Perón. En el mundo no hay muchos ejemplos de una barbaridad semejante.

Ni siquiera el ataque aéreo sobre la población civil de Guernica en 1937 dejó tantos muertos, además de haber sido realizado por pilotos alemanes e italianos, no por españoles. Ese salvaje hecho, inmortalizado por la obra de Pablo Picasso, dejó unos 150 muertos. En la Plaza de Mayo los militares argentinos mataron a más de 300 civiles argentinos. Y todavía hoy existen quienes justifican el bombardeo.

Guernica de Picasso

Ni siquiera el reconocido como Padre de la Patria, el general José de San Martín, se salvó de la grieta de un país que intentó boicotear su gesta emancipadora, lo trató de envolver en una guerra interna y lo llevó a morir en el exilio.

San Martín en el exilio

La sangre de argentinos derramada por otros argentinos se volvió un río en la época de enfrentamientos entre unitarios y federales.

 

 

La historia argentina que muchos recibimos en la escuela primaria intentó ocultar esa permanente división, esas luchas fraticidas, por eso se volvía imposible de entender más allá de recordar fechas y nombres de batallas.

 

 

Las de peronistas y antiperonistas es una ruptura que lleva más de seis décadas. Muchos siguen reivindicando la que llaman “Revolución Libertadora” de 1955, pero para otra gran parte de la sociedad fue la “Fusiladora”, por los peronistas que cayeron bajo las balas de los militares “democráticos”.

 

 

En términos personales, el interés por la política, el descubrimiento de las diferencias ideológicas, empezó a llegarme cuando muy chico vi a mis abuelos escondiendo los retratos de Perón en su caballo pinto y el de Evita con su rodete. Si algún vecinos los veía, si los escuchaban hablando, simplemente mencionando a Perón y a Evita, podían terminar en las cárceles de un gobierno “libertador” que llegó para revalorizar “la República”.

 

 

De todas las dictaduras sudamericanas de la década del 70, la argentina fue la más sangrienta, con más desaparecidos y la que más torturó.

 

 

Diferencias y luchas internas hubo en la historia de todos los países. Pero en el nuestro éstas hicieron que la sangre manchara sus páginas más que en otras naciones. Siempre estuvimos “crispados”.

 

 

Sin embargo, para un importante sector de la sociedad, la grieta, la crispación, la desunión de los argentinos y la violencia en los discursos llegaron de la mano del kirchnerismo. Y ahora cacerolean y salen a las calles en plena pandemia para denunciar que Alberto Fernández muestra sus intenciones de ir contra la propiedad privada y aprovechar la pandemia para convertirnos al comunismo y terminar con el sistema republicano.

Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner

Se acabó el espejismo. Seguimos tan divididos como siempre. ¿Y si es imposible unirnos, si no queremos, si no vale la pena? ¿Si somos tan diferentes, si queremos cosas tan distintas?

 

¿Si no somos los mejores del mundo?

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