El trabajo del canillita continúa vigente gracias a los vendedores que nos siguen acompañando. Uno de ellos es Luis, el de la esquina histórica frente a la vieja farmacia.

 

En el cruce entre la avenida Santiago del Estero y la avenida Kirchner, se encuentra uno de los canillitas con más trayectoria de la ciudad.

 

Esta especie en extinción, como lo dijo él mismo, todavía sigue firme acompañando al diario todos los días, en todas sus etapas, en parte de su historia.

 

La Opinión Austral fue a esa esquina a encontrarse con él, con Luis Bitterlich, alguien que no pasa desapercibido para los vecinos que transiten por la zona.

 

Luis es el hombre de rastas largas, con un montoncito de diarios bajo el brazo y el bolso diariero apoyado en la vereda del bar amarillo.

Bitterlich llegó a la Argentina con su familia cuando era muy chico. Vinieron escapando de la dictadura chilena para llegar al otro lado de la cordillera justo cuando empezó la dictadura de Videla.

 

Aún así, pudo cursar la primaria y el secundario. El problema -contó el canillita- es que le fue bastante mal en los estudios y ese fue el motivo por el que empezó a vender diarios.

 

“Tuve que empezar a conseguir laburo a la mañana para ir a un nocturno, y un laburo que me pareció muy piola fue la venta de diarios”, relató Luis. De ese momento, ya pasaron 25 años.

 

Él está muy agradecido al diario porque le permitió recorrer la Argentina de punta a punta. “Gracias al diario me recibí en Turismo”, recordó el chileno.

 

Explicó que pasaba todo el invierno en Río Gallegos para vender el diario, juntaba plata y en la temporada primavera/verano se iba a la zona de montañas.

 

Para Luis “ha sido el mejor trabajo del mundo porque en un trabajo estable te dan 15 ó 20 días de vacaciones”.

 

Trabajaba hasta que juntaba la plata necesaria para poder viajar y cuando la tenía, venía al diario y le decía a los chicos y a las chicas:

“Acá están los diarios. Metelos allá en el fondo, no sé cuándo vuelvo a laburar”. Y cuando volvía, retomaba el oficio.

 

En el recorrido como canillita, Luis ha recogido un montón de anécdotas, buenas y malas. Pudo llegar hasta Jujuy, pasando por todos los lugares que quiso. Conoció a Grondona y a la “Gata” Fernández en la inauguración del club Boca, a la que lo invitaron por estar vendiendo en la esquina todos los días.

 

Comenzó a vender La Opinión Austral en una época en la que había un canillita por esquina, postal que formaba parte del día a día de la que alguna vez fue la avenida Roca.

 

Pasó por etapas de muchas ventas y de recaídas. Se encontró con el avance tecnológico y la llegada de internet que provocó una merma en la venta de los diarios.

 

Pero Luis sostuvo que “está lindo ser parte de la historia de los 62 años de La Opinión”. Lamentó que los canillitas “como él y Maceta y alguno más que queda sean dinosaurios en extinción” por la masividad del internet, una amenaza que difícilmente pueda reemplazar la emoción de tomar un diario y leer con tiempos pausados las noticias del día.

 

El diariero -aclaró-: “Se gana poco, no vamos a decir que tenemos para tirar manteca al techo, pero lo bueno de esto es que yo soy mi propio jefe, es mí propio trabajo, yo soy el que pone las reglas, los horarios”. Y disfruta mucho de la independencia económica.

 

Luis, este canillita que es parte de la inmensa familia de trabajadores y trabajadoras de La Opinión Austral, concluyó: “Para mí vender diarios ha sido el mejor trabajo del mundo”.

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