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Después de años de espera y dolor, Franco “El Cala” Gallardo logró un paso crucial en su lucha por la identidad: este lunes, el juez Alberto Ludueña firmó la sentencia que lo reconoce como hijo de Roberto Pablo Diomeda.
La jornada comenzó temprano y terminó con una noticia largamente esperada. A las 9 de la mañana, Franco Ariel Gallardo se presentó en el Juzgado en lo Civil, Comercial, Laboral, Minería y de Familia de El Calafate para dejar una nota dirigida al juez. En ella, reiteraba su pedido de resolución en la causa de filiación que lleva más de dos décadas estancada. “Todavía estoy esperando que el señor lea mi expediente”, explicó.
Pasaron horas. El frío y la incertidumbre marcaron la espera. Recién cerca de las 16 horas, el juez firmó la sentencia. La noticia fue confirmada por el propio Gallardo a La Opinión Austral.
Más tarde, él mismo lo compartió en sus redes sociales: “Bueno amigos y familia, recién me abrió las puertas del juzgado y me firmó la sentencia. El 3 tengo que ir a buscar el papel para el RENAPER. Después de 7 horas de frío afuera, pude venirme contento con mi objetivo”.
Instantes antes, en diálogo con LU12 AM680 de Río Gallegos, Franco había compartido su angustia y agotamiento tras años de espera: “Estoy en busca de mi identidad desde que tengo 13. Llevo 24 años con esto y tengo 37. Vine hoy a manifestarme para que concreten la sentencia. No hay más pruebas por presentar”. Y remarcó: “Colapsé con el tiempo de espera, con muchos días sin dormir, con una impotencia terrible porque siento que mis derechos desde niño fueron vulnerados”.
Mientras contaba su historia, lo interrumpieron porque el juez lo estaba llamando para entregarle lo que anhelaba desde hace tantos años: la sentencia firmada que lo reconoce como hijo de Roberto Pablo Diomeda.
Una lucha por el derecho a la identidad
Franco Gallardo, conocido como “El Cala” en el ámbito musical de Santa Cruz, no es solo un artista y trabajador del Estado. Es también un emblema de la persistencia frente a una justicia lenta. Desde los 13 años reclama que se le reconozca como hijo de quien siempre supo que era su padre. “Desde que era niño, mi identidad fue vulnerada. Hoy tengo 37 años y no quiero seguir esperando”, aseguró.
La historia es tan cruda como reveladora: a pesar de haber obtenido resultados de ADN concluyentes —primero con su tío (89%) y luego con el cuerpo exhumado de su padre en 2024 (99,99%)—, la sentencia seguía sin llegar. “Hice dos ADN, tengo todo, y aún así no me dan una respuesta”, denunció en mayo ante LU12 AM680.
El peso de la indiferencia judicial
Franco asegura que la Justicia lo desatendió durante años. “No podía pagar un abogado”, cuenta, y acusa a la familia paterna de bloquear su reconocimiento: “Cada vez que hablaba del tema, me decían: ‘¿Otra vez con lo mismo?’”. A esto se sumó, según denunció, maltrato en su infancia y una fuerte carga emocional por sentirse excluido del entorno familiar.
En su última nota dirigida al juez Ludueña —entregada personalmente este lunes— dejó en claro su agotamiento: “Le dejo esta nota para que sepa mi descontento con los tiempos de justicia. No puedo seguir pagando abogados por siempre para tener mi identidad, ya que es un derecho”.
ADN, pruebas y una sentencia que llega tarde
Los resultados científicos que confirman el vínculo biológico con Diomeda no fueron suficientes para que la Justicia resolviera el caso de manera urgente. La espera, entre trámites, pericias y demoras burocráticas, pareció eterna. “Mi papá me reconoció antes de morir. Mi abuelo también. ¿Qué más necesita la Justicia?”, se preguntaba días antes atrás.
“El Cala”, artista y símbolo de resistencia
Mientras esperaba una firma, Franco siguió cantando zambas y llevando su identidad al escenario. Su música fue refugio y resistencia. Su madre, Verónica Bunburyana, lo acompañó desde el primer día, y su abuela materna, Luci Vargas, fue un pilar emocional en este camino marcado por el abandono judicial.
Este lunes, después de años de reclamos, Gallardo se fue con algo más que una sentencia: se fue con el derecho reconocido. Una victoria que no borra el dolor, pero sí lo dignifica.
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