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La historia de Franco Gallardo, más conocido como “El Cala” en el ámbito artístico de Santa Cruz, es el reflejo de una lucha silenciosa pero profundamente humana: la batalla por el derecho a la identidad. Músico de alma, cantor de folklore y trabajador en El Calafate, Franco carga desde los 13 años con una herida que ni el tiempo ni la Justicia han logrado cerrar: no tener aún el reconocimiento legal de su padre.

El reclamo de Gallardo no es reciente, ni improvisado. Desde la adolescencia, inició gestiones en la Defensoría de Pobres y Ausentes de El Calafate. Allí se labraron actas que terminaron, según sus palabras, olvidadas en un cajón. Dos años después falleció su padre, Roberto Pablo Diomeda, y con él se cerraron puertas fundamentales para avanzar.

 Franco interpretando una zamba arriba de un escenario, uno de los lugares donde su identidad encontró forma a través del arte. Franco interpretando una zamba arriba de un escenario, uno de los lugares donde su identidad encontró forma a través del arte.
Franco interpretando una zamba arriba de un escenario, uno de los lugares donde su identidad encontró forma a través del arte.

El obstáculo económico también jugó un papel clave: “No podía pagar un abogado”, recuerda Franco. Y la resistencia de la familia paterna, sobre todo de sus abuelos, terminó por profundizar el dolor. “Cada vez que hablaba del tema, me decían: ‘¿Otra vez con lo mismo? ¿Para qué querés el apellido?’”. A eso se sumaron, según denuncia, maltratos durante su infancia y una constante postergación judicial.

ADN positivos… y todavía sin resolución

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En la sangre. Roberto Diomeda en una peña folcklorica de El Calafate a principios de los 80. FOTO: LA OPINIÓN AUSTRAL.

La prueba de ADN realizada en 2022 con su tío paterno arrojó un 89% de probabilidad de parentesco. El resultado sugería realizar un nuevo estudio con otro familiar paterno, lo que obligó a exhumar el cuerpo de su padre en abril de 2024 para una nueva prueba. El resultado, recibido en noviembre pasado, fue concluyente: superior al 99,99% de compatibilidad. Sin embargo, en junio de 2025, Franco sigue esperando la sentencia.

“No puedo dormir, la angustia me consume. Hice dos ADN, tengo todo, y aún así no me dan una respuesta”, expresó en diálogo con LU12 AM680. “Me cansé. Lo hice público porque es mi derecho. Tengo 37 años, no puedo esperar hasta los 60”.

Sufrió el abandono judicial y la indiferencia institucional. Durante años, nadie quiso tomar su caso. Recién con la llegada de un nuevo abogado logró reactivar el expediente, aunque el fallo definitivo sigue sin emitirse.

Este lunes, a las 9 de la mañana Franco Ariel Gallardo se presentó en el Juzgado en lo Civil, Comercial, Laboral, Minería y de Familia de El Calafate a cargo de Alberto Ludueña, para exigir que haya una respuesta. “Todavía estoy esperando que el señor lea mi expediente y me de la resolución para que pueda filiarme como hijo de Roberto Pablo Diomeda“, dijo. La nota fue recibida por un secretario del juzgado y por ahora no obtuvo respuesta.

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Franco actuando en una peña junto a su madre, Verónica Bunburyana, quien lo acompañó en cada paso de su búsqueda por la verdad y lo alentó desde la infancia a no bajar los brazos.

“El Cala” interpuso un fuerte reclamo por la falta de resolución en su acción judicial de filiación a través de un documento que denuncia el desgaste emocional, económico y humano que atraviesa desde su infancia, al no haber sido reconocido legalmente como hijo de quien asegura es su padre biológico.

Gallardo, domiciliado en el barrio 50 Viviendas, relató que desde los 12 años viene insistiendo ante la Justicia por su derecho a la identidad y manifestó su “agotamiento” por el largo recorrido judicial, los “años de desprecio” y el sentimiento de haber sido siempre el “bastardo” dentro de su entorno familiar. También rechaza afirmaciones de familiares que constan en el expediente, en particular los dichos de su abuela Mirta Estela Freile y de Herminio Diomeda, cuya supuesta participación económica niega rotundamente.

“El Cala” Gallardo con su abuela materna, Luci Vargas.

“Desde que era niño mi identidad fue vulnerada. Mis derechos. Hoy tengo 37 años y no quiero seguir esperando”, dice con crudeza. Gallardo detalla además que trabaja en la administración pública y que sus ingresos son mínimos, por lo cual no puede seguir afrontando los gastos de representación legal. “No puedo seguir pagando abogados por siempre para tener mi identidad, ya que es un derecho”, enfatiza.

En su pedido al juez, Gallardo insiste en que sus abuelos ya lo reconocen como hijo de Roberto, el hombre cuya paternidad reclama formalmente. “Le dejo esta nota para que sepa mi descontento con los tiempos de justicia”, concluye, esperando que su carta no sea una más entre los tantos expedientes dormidos en los juzgados.

Una historia marcada por el abandono y el coraje

La historia de Franco también está atravesada por el contexto familiar. Su padre, cuenta, era homosexual y debió mudarse de Río Gallegos para evitar prejuicios. Pese a eso, siempre lo reconoció como hijo, aunque nunca se formalizó por vía legal. Antes de morir, incluso le pidió a la familia que se ocuparan de los trámites. Nada de eso ocurrió.

Roberto Paulo Diomeda junto a Franco “El Cala” Gallardo.

Franco creció entre la marginación y el desprecio, silencios y heridas. Vivió en Chile un tiempo con su madre y recuerda episodios en los que lo humillaban por “no tener padre”. A los 12 años, ya comenzaba a golpear puertas en busca de respuestas que nunca llegaban.

Sin embargo, encontró un refugio y un canal de expresión en la música. A los 11 años, comenzó a tocar instrumentos de cuerdas como el charango y la guitarra. En el año 2000, con apenas 12 años, debutó públicamente en el acto central del 25 de mayo en la plaza San Martín de El Calafate. Aquel día, el intendente le obsequió un charango nuevo para que siguiera cultivando su arte, un gesto que marcaría su camino artístico.

EL 25 de mayo de 2000 el intendente de El Calafate, Néstor Méndez, le regalo un charango nuevo. Fue su primera actuación en publico, en la plaza, con el charango “humilde” de su abuelo Francis, parchado con poxilina, con el que aprendió a tocar. Ese día bailó el pericón, tocaron 3 canciones con Viviana Mansilla que lo acompañó con guitarra.

Desde entonces, “El Cala” desarrolló una prolífica carrera como folclorista. En 2003 comenzó a presentarse en festivales locales, y un año después recorrió escenarios de toda la provincia de Santa Cruz. En 2005 se expandió a otras localidades de la Patagonia, cantando en ciudades como Esquel, Trevelin, Tecka, Gobernador Costa y Sarmiento.

En 2006, ya radicado en Río Gallegos, grabó su primer disco: Nostalgias de mi Infancia. Ese mismo año fue seleccionado para participar del programa “MP3” del Bahiano, emitido por Canal 7. En 2012 lanzó su segundo material con obras de su autoría, y en 2017 concretó su tercer proyecto discográfico: Calafate Dúo, junto a la cantante Eva Mariel. El grupo fue declarado de Interés Cultural por la Legislatura de Santa Cruz por su aporte artístico y su trayectoria en la región. En 2024, Calafate Dúo fue premiado como Revelación en el VIII Festival del Reencuentro Folklórico de Río Grande.

En 2018, “El Cala” y Eva Mariel fueron reconocidos por la Cámara de Diputados.

El eco de una lucha colectiva

Gallardo no está solo. A partir de su testimonio en redes sociales, recibió cientos de mensajes de apoyo. También busca visibilizar lo que ocurre en miles de familias argentinas donde los hijos no son reconocidos y los procesos judiciales se dilatan por años. “Mi caso no es el único. A mi hermana también le costó cinco años lograr que el padre de su hijo le diera el apellido”.

Franco, el músico, el vecino querido de El Calafate, el artista que nunca dejó de cantar, ahora levanta la voz para reclamar algo tan básico como justo: que el Estado le reconozca quién es.

Franco, en su juventud, tocando en Bariloche junto a un amigo.

Y aunque el expediente siga, como él dice, “al fondo del cajón”, su historia ya empezó a sacudir conciencias. Porque el derecho a la identidad no puede esperar. Porque no se puede vivir sin nombre, sin origen, sin verdad.

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