Your browser doesn’t support HTML5 audio

Para muchos este es un hecho totalmente desconocido pero San Lorenzo de Almagro fue el primer equipo del orden nacional que visitó Río Gallegos, acontecimiento que tuvo lugar en Febrero de 1937 cuando en un transporte naval, el plantel viajó desde Buenos Aires hasta Comodoro Rivadavia en la actual provincia del Chubut, y de allí por la Ruta 3 de ese entonces, en colectivo hasta Río Gallegos pasando por las localidades intermedias y un corto viaje a Punta Arenas (Chile).

Es de imaginar el viaje por los caminos de la época, porque desde Comodoro se dirigieron primero a Puerto Deseado donde jugaron un “amistoso” y de allí a Puerto San Julián donde también recalaron por unos días para posteriormente seguir viaje hacia Comandante Luis Piedra Buena y Puerto Santa Cruz, lugares donde jugaron partidos con equipos del lugar.

Luego llegarían a Río Gallegos y el equipo se alojó en el recordado Hotel España en la calle Sarmiento, uno de los mas importantes de ese tiempo, y jugaron con el Boxing Club dos partidos, donde en el primero fue Larraburu encargado del arbitraje y en el segundo encuentro la responsabilidad del silbato le tocó a Andrés Fiori.

El equipo porteño lo formaban con Jovert, Ravignani, Conti, Inguza, Célico, Lucchessi, Rojas, Alarcón, Magán, Baroni, Fernández, Carmeligno, Gualco, Vanzzini y Martín, con los delegados Belloto y Bozzo y el técnico Juliano.

Luego del segundo encuentro, el equipo de San Lorenzo viajó de visita a la ciudad de Punta Arenas (Chile) donde también jugó un partido “amistoso” con un conjunto chileno y luego retornó a Río Gallegos, para al día siguiente tomar rumbo otra vez hacia Comodoro Rivadavia para volver en el mismo transporte de la Armada nacional a la ciudad de Buenos Aires.

Una odisea que seguramente deben de haber recordado de por vida todos los integrantes de ese plantel, porque si aún hoy con nuestros caminos se hace un poco “pesado, nos imaginamos en las ruta pedregosas de 1937 donde la soledad era mas reina de las rutas que ahora y la tierra que volaba era la acompañante predilecta, por lo que esta es una historia real para contarles a los nietos.

Leé más notas de La Opinión Austral

Ver comentarios