Esta nota relata hechos reales. Se preservan los nombres verdaderos para proteger a las víctimas y protagonistas de esta historia.

 

 

Río Gallegos, en plena cuarentena y con nieve. La camioneta estacionó en la puerta de la casa. Iba cargada de cajones de frutas y verduras para repartir a quienes más lo necesitan.

 

Mientras, un profesional que llegó acompañado, y algunos vecinos, como testigos, vieron cómo un cerrajero abrió un candado. La cadena quedó suelta. Abrieron la puerta. Silencio. Humedad. El impacto fue tremendo. Pese a todo lo tétrico, todavía intactas estaban sus mochilas del colegio, sus libros, lápices, sus bicicletas…

Ahí, “el mundo se paró” hace 18 meses.

 

 

Ese lugar oscuro, vacío, había ya quedado atrás para ellas, donde
había muerto la mamá en 2015.

 

 

 

En el aire había dolor, angustia. Todos estremecidos. Retiraron lo que fueron a buscar. Volvieron a cerrar con llave y lo cargaron arriba de los cajones.

 

 

 

 

La camioneta arrancó, despacio. Ahí iban sueños y recuerdos de
momentos tremendos.

Domingo 9 de agosto de 2020. Reiteramos: un domingo, un domingo, domingo 9 de agosto una funcionaria firmó una fría orden “de ejecución inmediata”.

 

 

 

 

Tres nenas, de 13, 11, y 8 años debían ir a vivir a una institución
pública de menores, tenían que ser despojadas – y separadas – del hogar donde hoy están protegidas, donde reciben amor, comida y
educación, donde tienen una cama caliente y una familia que nutre su relación con su hermano mayor de edad, sus tíos y sus primos. Su mundo cambió. Están cuidadas y les sobra amor.

 

 

Las tres ya lo saben.

 

 

 

Audios estremecedores revelan que no quieren irse. Hubo llantos silenciosos que aún desgarran el alma.

 

 

 

La peor noticia a horas del día del niño.

 

 

 

Un feriado podría extender la posible agonía.

 

 

 

 

El hermano mayor, por parte de madre, en 2016 había sido echado de esa casa oscura por el padrastro, a partir de la muerte de su mamá. Preocupado por la seguridad de sus hermanas pidió ayuda a una familia. Fue acompañado a denunciar la situación de riesgo que vivían sus tres hermanas.

 

 

 

Nadie hizo nada.

 

 

 

Tres años después, las sospechas de abuso eran más que sospechas. Eran muy tristes realidades que no podían esperar. Las niñas lograron la libertad, de alguna manera, en enero de 2019.

 

 

 

 

 

Intervino la Justicia y la pareja de su madre fue detenida en el mes de mayo del año pasado.

 

 

 

Ellas sobrevivían a lo peor. Al fin una familia providencial, un hogar de verdad, las recibía con todo amor.

 

 

 

 

Mientras tanto, ese hermano terminó sus estudios secundarios. Antes sin trabajo, se incorporó como voluntario a una de las fuerzas de
seguridad. Con gran esfuerzo luchó para que sus hermanas siguieran
en ese hogar de la familia amiga. Hoy es una familia ampliada.

 

 

 

 

Él quiere que ellas no vuelvan a sufrir. Desesperado, hoy pide ayu‑
da. Se presentaron recursos administrativos. De las denuncias penales, aún no hay respuestas.

 

 

 

Ahora, ¿será la propia funcionaria firmante quien decida si da lugar o no al despojo? ¿O será la Justicia?

 

 

 

 

 

 

La camioneta llegó a la casa donde viven las tres hermanas. Ellas habían hecho una lista con las cosas que querían recuperar de ese lugar del horror, donde habrían sufrido los peores vejámenes. Sólo querían volver a escribir en sus cuadernos, sentir el olor de sus útiles y volver andar en sus bicicletas.

 

 

 

 

Fue un momento único de saltitos en punta de pie, gritos y felicidad. Recuperaron parte de lo que fue su vida, sus pertenencias y lo que tanto ansiaban: tener una foto de la mamá.

 

 

 

Cuando quedaron “a la buena de Dios” nunca fueron escuchadas.

 

 

 

 

Hoy, justo en el día de los niños, alguien tiene que decir “¡Basta!”.

 

 

 

La familia que les da amor y las considera como hijas, también espera que la Justicia reaccione y no se rija sólo por una “letra fría” de la
ley.

 

 

 

 

Esa mamá  y ese papá, de gran corazón solidario y compromiso,
también necesitan ser escuchados para que se respeten sus deseos y
sus derechos.

 

 

 

 

Tres niñas, hermanas, no quieren vivir separadas. Juntas, recuperaron algo de todo el daño que les hicieron. Están siendo sanadas en su dolor, atendidas en su tierna infancia.

 

 

 

 

Recordemos: domingo 9 de agosto de 2020. Un domingo, un domingo, domingo 9 de agosto. Una semana antes del día del niño una funcionaria firmó una fría orden “de ejecución inmediata”.

 

 

 

¿Una injusticia, una desgracia en tiempos de cuarentena fase
uno, en tiempos de COVID-19?

 

 

¿Cómo es posible que nadie reaccione? ¿Quién piensa en estas tres nenas?

 

 

 

Es muy habitual escuchar discursos altisonantes “en defensa de los Derechos de los Niños, Niñas y Adolescentes”. Textos jurídicos con épica.

 

 

¿Y?

 

 

 

Los silencios preceden a la palabra.

 

 

 

Esta es una historia de carne y hueso, como tantas otras que tienen rostros de niños y niñas. Miradas inocentes perdidas en un punto del más allá. El presente, les duele.

 

 

Manos destinadas a columpios, y más juegos, que hoy se encuentran vacías de justicia, de una mínima compasión.

 

 

 

Pequeñas vidas que no entienden de medidas cautelares, con grandes pesos en sus mochilas que ellas mismas no cargaron. No conocen de tiempos judiciales.

 

 

 

Que este grito desesperado despierte a los responsables.

 

 

 

Que la Justicia reaccione, que alguien reaccione.

 

 

Las tres niñas no son tres juguetes. Son personas. Tienen derechos.

 

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