Un dicho popular versa que somos dueños de nuestro silencio y esclavos de nuestras palabras.

Un aspecto esencial de la condición humana, es la capacidad de hablar. El ser habla porque está vivo.

Al sujeto se le atribuye la función de la palabra, que como ser viviente nace inmerso en el campo del lenguaje. Hablar de lenguaje implica considerar la dimensión del habla y del silencio. Ambos tienen paradójicamente un sonido.

En el silencio hay ausencia de palabras, pero a la vez hay presencia. Hay distintos silencios. Si buscamos el significado en el diccionario el silencio se relaciona con el mutismo, la insonoridad, con la quietud, con el callarse, con la boca cerrada?

Hay silencios que hablan así como hay palabras que no dicen nada. Hay silencios que demandan, que matan, otros que provocan. Hay silencios que liberan, otros que angustian.

En el imaginario social se sostiene con convicción que hablar es bueno, que sacar todo lo que uno tiene “guardado” hace bien. Esta idea surge de las primeras elaboraciones freudianas sobre catarsis y asociación libre.

Hoy reina el derecho a decirlo todo como parte del ideal de democracia, el “hay que hablarlo” propone ciertas técnicas ofertando una escucha. La función social de la escucha supone que hay un sujeto que hace catarsis, pero no que ese mismo sujeto se escucha. Se apunta a la mera descarga, pero no al sentido de lo que se dice y desde dónde se lo dice.

Un interesante aspecto a considerar entonces es establecer la diferencia entre lo silenciado y silencioso. 

Lo silenciado remite a acallar algo existente, una palabra no dicha. El silencio de callarse puede ser el de una decisión de no hablar o efecto de la represión o de la inhibición. Mientras que lo silencioso está en relación a algo nunca advenido, al vacío que nos constituye, al silencio estructural, como aquello imposible de decir que habita en cada sujeto.

En el terreno silencioso de las drogas hay un rechazo del deseo. El sujeto va muriendo de a poco, subjetivamente, se va ausentando de sí mismo. Por eso se lo nomina adicto, o sea sin dicción, sin palabras, sin expresión, sin pronunciación.

Esta experiencia de una soledad fundamental en el silencio reúne y convoca por su especificidad todo un discurso para dar cuenta de ella, así se disponen servicios sanitarios, dispositivos analíticos, intervenciones judiciales entre otras ante aquello que aparece como imposible de tratar. 

¿Qué se hace con lo que se dice y con lo que se silencia? El modo de vivificar a ese sujeto muerto subjetivamente, el modo de hacerlo aparecer es vía la transferencia. Cuando puede establecer un lazo de otro orden, un lazo de amor, un lazo social, contrario a intoxicarse, que le dé un sentido a la vida.

Lic. Natalia Pelizzetti, Lic. Cintya González. Equipo de coordinación GIA

Bibliografía: 

(*) Gustavo Cerati

Luis Darío Salamone “El silencio de las drogas” Ed. Grama 2014

Enrique Acuña. “Resonancias y silencios” Ed. Edulp 2009

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