“Dios ha muerto. Dios sigue muerto. Y nosotros lo hemos matado”.

Friedrich Nietzsche

 

 

“Maradona se convirtió en una suerte de Dios sucio, el más humano de los dioses”.

Eduardo Galeano

 

 

Por un par de días la Argentina se detuvo. Se frenó el dólar. Se aplacaron los contagios de coronavirus. Las lágrimas mojaron todas las camisetas de fútbol, sin importar los colores. Hasta pareció que la grieta política se había detenido, aunque esto último se convirtió en una ilusión que rápidamente se escurrió entre los dedos.

 

 

La muerte de Diego Armando Maradona golpeó con la fuerza de un martillazo en el pecho. Y quienes aman la pelota –en su significado deportivo, cultural y social-, sufrieron en este país y en el mundo entero.

 

Con su muerte, Diego, el Diez, el “Pelusa” de Villa Fiorito, volvió a marcar la cancha. Así como cuando jugaba marcaba la diferencia entre un extraterrestre –todavía Víctor Hugo Morales se pregunta “¿de qué planeta viniste?”-, y el resto de los mortales. Así como le marcó la cancha a los poderosos, llámese FIFA o el Vaticano. Y marcó la cancha en la política argentina.

 

 

A tono con el mensaje del presidente francés Emmanuel Macrón, quien vio como una “derrota” de Diego sus encuentros con Fidel Castro y Hugo Chávez, la derecha local no le perdonó ni en vida ni en su muerte su simpatía con el peronismo y el kirchnerismo, así como su último abrazo con Alberto Fernández.

 

 

El mensaje de condolencias de Mauricio Macri pareció casi de compromiso, sin emoción, obvio. “Cartonero Báez” lo llamó Maradona cuando, como presidente de Boca, quiso bajarle las primas a los jugadores del club. “Si piensa que los jugadores de Boca somos empleados de Sevel, está muy equivocado”, le advirtió en 1995.

 

 

 

Hace poco tuvieron otro duro cruce. Para demostrar su determinación política, Macri dijo en un encuentro con un periodista amigo: “Tuve que hacer algo durísimo, porque también era mi ídolo y de todos los argentinos, que fue sacar a Diego Maradona de Boca”. Diego no tardó en contestarle y marcarle la cancha: “A vos Mauricio, te digo que a mí no me echaste de ningún lado. Fui yo el que dejó el fútbol, para proteger la salud de mis viejos. Esa fue una decisión mía, y no le hice mal a nadie”.

 

 

Tan rápidos para utilizar las redes para despedazar a Alberto y a Cristina, la mayoría de los integrantes de Juntos por el Cambio esta vez brillaron por su ausencia ante la muerte de Diego.

 

 

En cambio, optaron por criticar duramente al Gobierno por querer “sacar un rédito político” del velatorio de Diego en la Casa de Gobierno y también por los desmanes que se produjeron y la movilización en pandemia.

 

 

Federico Pinedo, que es justo reconocerlo, se lamentó por la muerte del ídolo, utilizó su cuenta de Twitter para poner una foto del busto de Hipólito Yrigoyen caído en el piso por los desbordes en la Casa Rosada acompañado por la leyenda “¡¡Cómo es posible!!”. Otro usuario le respondió: “Pero, Pinedo, tu familia volteó al original en 1930”.

 

 

Volviendo a la carta de Macrón, muy elogiosa en casi todos los párrafos hacia el Diez, puso textualmente: “Diego Maradona también vivirá esta alegría popular en otros terrenos. Pero sus visitas a Fidel Castro y Hugo Chávez tendrán el sabor amargo de la derrota; es en la cancha donde Maradona hizo la revolución”.

 

 

Gran error del francés. Diego fue revolucionario también fuera de la cancha. Peleó en favor de sus compañeros jugadores, se enfrentó por eso contra los más poderosos dirigentes del fútbol mundial y criticó el negocio para pocos que ha organizado la FIFA. Amó las causas populares. Llevaba tatuado al Che en una de sus brazos y a Fidel Castro en su gloriosa pierna izquierda.

 

 

Fue un revolucionario hasta con sus declaraciones más ingeniosas que políticamente profundas, pero que no escondían su posición: “No me dejan entrar porque consumí droga, pero se abrazan con los gringos que les tiraron dos bombas atómicas”, le disparó al gobierno de Japón.

De niño y Cebollita. Diego posaba con la camiseta de su equipo con el cual participó de los Juegos Nacionales Evita 1973 y 1974.

 

Ese “Dios sucio” como lo definió Eduardo Galeano vivió en los lugares más lujosos del mundo y gastaba plata como el millonario que era, pero nunca se olvidó de su dura infancia en las pobres calles de Villa Fiorito. Por eso su casa en ese humilde barrio de Lanús se ha convertido en un santuario.

 

 

No hay más que escuchar lo que decían muchos de los que pasaron junto a su féretro en la Casa Rosada para entender todo lo que significó Maradona.

 

 

“Hubo momentos que no tenía ni para comer, pero lo que él hacía en la cancha me hacía feliz y me hacía olvidar el hambre”, dijo alguien en la cola empapado en lágrimas.

 

 

La diferencia que generó en la política también se trasladó estos días en el movimiento de mujeres. Algunas criticaron a las chicas que elogiaron a Diego, recordándoles como maltrató a algunas de sus parejas y a los hijos que se negó a reconocer. Hechos también ciertos de este “Dios sucio” quien dijo: “Yo me equivoqué y pagué”. Y eso es cierto, Diego pagó por sus errores.

 

 

“Cuando era chico de una patada en el culo me subieron a la cima de la montaña y nadie me dijo cómo sobrevivir ahí”, reconoció una vez Diego, retratando esa imposibilidad que tenemos los mortales de llegar a comprender por un momento qué significaba ser Maradona.

 

 

“Qué me importa lo que Diego hizo con su vida, me importa lo que hizo con la mía”, respondió genialmente Roberto Fontanarrosa a este dilema de Diego y sus momentos oscuros.

 

 

Por todo eso, insisto, la mejor definición de Maradona para quien escribe estas líneas le corresponden al genial Eduardo Galeano: “Maradona se convirtió en una suerte de Dios sucio, el más humano de los dioses. Eso quizás explica la veneración universal que él conquistó, más que ningún otro jugador. Un Dios sucio que se nos parece: mujeriego, parlanchín, borrachín, tragón, irresponsable, mentiroso, fanfarrón”, decía el uruguayo.

 

 

El día de la muerte del escritor, Maradona escribió al despedirlo: “Gracias por luchar como un 5 en la mitad de la cancha y por meterles goles a los poderosos como un 10. Gracias por entenderme, también”.

EN ESTA NOTA Diego Maradona

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