Una semana atrás, en esta misma columna, se advirtió sobre la aparición de una nueva grieta en el escenario nacional: los “anticuarentena”.

 

Comenzó siendo un grupo que se subió a una serie de reclamos muy genuinos, de personas que económicamente la pasan muy mal con la cuarentena y que están al límite, pero que ocultaban razones político partidarias. Un grupo al que lo asustó la imagen de Alberto Fernández y Horacio Rodríguez Larreta unidos, y la gran aprobación en la sociedad que este acuerdo logró.

 

En el medio, impresentables llamados “libertarios”, antivacunas, terraplanistas y algunos que sostienen que la pandemia no existe y que solo se trata de un plan para dominar el mundo. Con cuidado, algunas figuras de la política y del periodismo apoyaron los reclamos pero tomando distancia de esas grandes estupideces.

 

Manifestantes “anticuarentena”.

Pero en estos días apareció una ofensiva que ya es peligrosa. Porque se da en un momento delicado, un punto de inflexión en el que la sociedad empieza a sentir el esfuerzo que produce el aislamiento justo cuando la epidemia está llegando al punto más alto de la curva de contagios.

 

Y así se elaboró una carta pública firmada por intelectuales macristas, científicos, ex funcionarios de Cambiemos y algunos periodistas, advirtiendo que “la democracia está en peligro” y comparando al actual gobierno con una dictadura. Hasta le pusieron nombre: “infectadura” la llamaron.

 

Juan José Sebreli, Santiago Kovadloff, Luis Brandoni, Daniel Sabsay, Darío Lopérfido y Federico Andahazi, aparecen entre los firmantes.

 

Mauricio Macri y Darío Lopérfido.

A esta carta pública se sumó una campaña mediática de macristas famosos, como Susana Giménez –en su huida hacia Punta del Este-, Maximiliano Guerra y Oscar Martínez, este último proponiendo a los mayores de 70 años autocontagiarse el virus para inmunizarse. Maximiliano Guerra, dijo que la medida contra la epidemia es claramente “comunista” y Susana Giménez aseguró que “nos llevan a ser como Venezuela”.

 

Sebreli comparó el aislamiento de la Villa Azul con el gueto de Varsovia, donde “se los matará de hambre”, y equiparó la cuarentena con una “detención domiciliaria” que Alberto Fernández aplica a los ciudadanos por una decisión política.

 

En esta “infectadura” la “democracia está en peligro” gritan. Es tan insostenible la frase que da vergüenza ajena responderles. Una democracia cuida las vidas, mientras que las dictaduras hacen lo contrario. Niegan el conocimiento científico a punto tal que Patricia Bullrich llamó “terrorista” a un infectólogo. “Juicio y castigo a los infectólogos” gritaba en el Obelisco una de las manifestantes anticuarentena. “No al nuevo orden mundial” y “las vacunas son un genocidio”, señalaban algunos carteles.

 

Juan José Sebreli, uno de los partidarios de la “infectadura”.

Hay algo de criminal en estas propuestas. Si algo está demostrando la experiencia en otros países es que esta pandemia mata y mucho. “Mezclan la voluntad de hacerle un daño al Gobierno y le hacen un daño a la sociedad”, advirtió el jefe de Gabinete, Santiago Cafiero.

 

Del otro lado insisten. El ex funcionario y negacionista de los desaparecidos en dictadura, Darío Lopérfido, asegura que “el peronismo es la enfermedad”. Algo similar a lo que dijo Mauricio Macri: “El populismo es peor que el coronavirus”. La misma línea de pensamiento.

 

Por supuesto que una cuarentena es mala. Se llega a ella porque aparece un enemigo peor, una epidemia. Claro que una cuarentena afecta el aparato productivo, las finanzas personales e implica una restricción de libertades. Nadie puede ser un fundamentalista de la cuarentena y proponer que siga por siempre.

 

Pensar e insistir con que esto ocurre en el país es, además, una muestra de ignorancia. Porque en la Argentina no hay una sola cuarentena, sino que cada provincia aplica una modalidad diferente. Y uno de los gobernantes que es más estricto y duro con la cuarentena pertenece a Juntos por el Cambio, y es Rodríguez Larreta en la Ciudad de Buenos Aires.

 

Decir que una cuarentena trae consecuencias negativas es tan obvio como señalar lo mismo acerca de la quimioterapia. Pero ambas salvan vidas.

 

Aunque más allá de estos discursos de la “infectadura”, la verdad es que la mayoría de la población sostiene las actuales políticas sanitarias de aislamiento.

 

Dos encuestas de esta última semana lo reafirman.

 

Un trabajo del Centro de Estudios de Opinión Pública (CEOP), da cuenta de que el 80% de los consultados cree que la cuarentena es exitosa, frente solo a un 18% que piensa que no lo fue. Al 48% le parece bien flexibilizarla, pero siente miedo ante las consecuencias que esto traería. A un 33% le parece bien y no tiene ese temor, y al 13,8% le parece mal. Además, la imagen positiva de Alberto Fernández sigue muy alta.

 

En otro trabajo, éste de Proyección Consultores, el aislamiento social obligatorio mantiene una aceptación alta, del 58%, pero con un descenso respecto del mes pasado de 7 puntos. Asimismo, el 88,5% considera que si aumentan los casos se mantendrá el aislamiento actual o incluso se volverá más estricto.

 

En la otra vereda, los llamados libertarios llaman a desobedecer la cuarentena porque restringen las libertades personales, ya que cada uno es responsable de cuidarse solo.

 

¿Pero hablar de violación de las libertades individuales y de la Constitución en esta “infectadura” no es tan delirante como hablar de una dictadura de los semáforos?

 

Con este criterio libertario un semáforo no es más que un artefacto puesto por el poder de turno para evitar que un ciudadano –que paga sus impuestos, esto siempre lo recalcan-, avance con su automóvil. ¿Por qué no puede cada individuo cuidarse según sus criterios y observar si viene un auto para decidir si frena o continúa? ¿Por qué el funcionario que puso el semáforo lo obliga a detenerse? ¿Por qué esa reglamentación está por encima del derecho constitucional a circular libremente?

 

¿Suena delirante? Y sí, porque lo es. Pero si se puede mantener firmemente que se vive en una “infectadura” no es tan loco imaginarse una futura marcha contra la dictadura de los semáforos.

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