El grito era “síganme, no los voy a defraudar“. Las promesas eran el “salariazo” y la “revolución productiva“. En 1989, Carlos Menem ganó las elecciones con estas consignas y promesas. Tiempo después, ante Bernardo Neustadt, reconoció que “si decía en verdad lo que pensaba hacer nadie me iba a votar”.

El menemismo de los años 90 produjo una revolución, es cierto. Pero no fue productiva. El salariazo llegó para algunos en dólares, por los que pudieron viajar al exterior y comprar productos importados de los más variados, mientras muchos otros perdieron sus trabajos y comenzaron a marchar y cortar calles bautizándose “piqueteros“.

Tras dos períodos de gobierno, reforma constitucional mediante, Menem dejó el poder con 147.000 millones de dólares de deuda externa, cuando asumió con menos de la mitad. En la década de los 90, Argentina cambió inflación por endeudamiento externo.

Recibiendo el bastón presidencial en el 89.

También más que duplicó el desempleo que recibió. Aumentó la brecha entre ricos y pobres. Hubo un fuerte proceso de desindustrialización. Aumentó la fuga de capitales: pasó de 55 a 139 mil millones de dólares durante ese período. Se concentró la economía en los grandes grupos. En el segundo mandato de Menem, la pobreza volvió a aumentar. Fueron años de fuerte déficit comercial.

El superministro Domingo Cavallo prometió una disminución de la deuda pública, pero para el 31 de diciembre de 1995 la deuda del Estado nacional ascendía ya a 87.091 millones y para cuando Cavallo fue reemplazado por Roque Fernández, en julio de 1996, la misma se había elevado a 90.471,80 millones.

Cavallo para intentar reducir el déficit fiscal decidió realizar ajustes en los gastos de funcionamiento del Estado y en los servicios sociales. En materia impositiva se aumentó la tasa del impuesto al valor agregado (IVA) del 18 al 21 por ciento en abril de 1995.

Después de la crisis del 2001 por el rotundo fracaso de la convertibilidad, con un país con pobres, endeudados y desocupados, Carlos Menem decidió no presentarse para la segunda vuelta en las elecciones del 2003, no quiso perder por paliza.

Veinte años después, llamativamente se vuelven a escuchar voces que reclaman volver al menemismo, a la convertibilidad, la flexibilización laboral y jubilatoria y a las privatizaciones. Comenzó a escucharse algo tímidamente, pero ahora ya es un reclamo que importantes figuras de la derecha política no tienen empacho en hacerlo público.

El propio ex presidente Mauricio Macri se animó a hacerlo. “Carlos Menem cada día va a estar más reivindicado con el paso del tiempo”, dijo ante periodistas amigos. Y se extendió: “Él vino con un peronismo moderno, intentando unir a los argentinos detrás de la producción, el empleo y el progreso pacífico de la Argentina, y esta gente (el kirchnerismo) ha vuelto a predicar sistemáticamente el discurso del odio”.

Otros referentes de Juntos por el Cambio salieron a cuestionarlo, es cierto. “Rechazamos las políticas neoliberales implementadas por el menemismo en los 90 que hoy reivindican algunas voces de la política argentina”, enfatizó el gobernador de Jujuy, el radical Gerardo Morales. “Estas medidas destruyeron nuestro aparato productivo, nos hicieron más pobres y terminaron con la esperanza de nuestro pueblo”, recordó

Recorte periodístico de la época.

El titular del bloque de la Coalición Cívica en Diputados, Juan Manuel López, pidió no olvidar que, “con Menem, también empezó la degradación institucional que tampoco nos deja crecer”. Otra diputada nacional de la Coalición Cívica, Mariana Zuvic, afirmó que Menem será recordado “por ladrón”, al afirmar que “voló un pueblo, encubrió un atentado y tráfico armas a Ecuador y Croacia”.

La corrupción durante el menemismo y la Corte Suprema de la mayoría automática no parece ahora importar a este sector de la derecha política que está reescribiendo la década del 90.

Ahora la corrupción y las irregularidades en las privatizaciones no es algo que les importe. Lo esencial pasa por frenar la inflación a partir del regreso de la convertibilidad, de eliminar nuestra moneda y pasarnos a depender del dólar.

Esta nueva moda tiene también voces en el exterior. No podía faltar el apoyo norteamericano a la derecha nacional. El mediático asesor económico de la Casa Blanca Larry Kudlow, sentenció que “la única salida para el dilema argentino es fijar el tipo de cambio, el peso se ata al dólar, pero no podés crear ni un sólo peso nuevo. No se crea dinero a menos que tengas una reserva de dólares detrás de él. Eso funcionó en los 90. Bajó la inflación y mantuvo la prosperidad. Eso es lo que necesitan hacer nuevamente. ¿Y sabés qué? Hay gente del Tesoro de EE.UU. metida en eso. Están en eso”.

Larry Kudlow.

El líder libertario y diputado Javier Milei es otra de las voces que recorre los medios de comunicación promoviendo el regreso a la convertibilidad. Su primera medida antiinflacionaria sería cerrar el Banco Central, dejar de emitir pesos y utilizar directamente el dólar estadounidense como moneda nacional, un paso al que no se animó ni el propio Domingo Cavallo.

“Los argentinos elegimos el dólar, hay que dejar de emitir pesos. Si dolarizamos, el salario de los trabajadores va a subir como pedo de buzo”, agregó el diputado. Y concluyó: “En caso de dolarización, habría una transición de 18 meses de inflación en dólares, pero los salarios van a volar”.

Otro que promete un salariazo. De revolución productiva no habla.

El economista liberal Manuel Adorni, un admirador de Cavallo (“Es una persona brillante”, asegura), también ve como única salida volver al sistema de convertibilidad. En diálogo con Crónica HD, el miércoles último reconoció que “Menem hizo algunas cosas buenas y otras malas, pero la convertibilidad fue de las buenas”.

-“¿Volveríamos al uno a uno? ¿Cómo sería la paridad cambiaria“, se le preguntó.

-“Uno a uno no. Habría que hacer varios cambios estructurales en nuestra economía, pero hoy, teniendo en cuenta las reservas del Banco Central y la realidad, la conversión debería ser de 900 pesos por un dólar“, respondió.

Pasándolo en limpio, una jubilación mínima estaría en los 30 dólares. De las más bajas del mundo.

El regreso a los 90 es un deseo de la derecha política y económica que se escucha cada vez con más fuerza. No lo asocian con ese camino que terminó en el desastre del 2001, ni con la corrupción, ni con la Corte de la mayoría automática y la servilleta de los jueces amigos de Corach, ni con leyes aprobadas con diputados “truchos”, ni las fábricas cerradas, ni el nacimiento de los piquetes. Surge otro relato de lo que fueron los 90.

¿En la sociedad habrá memoria o ganará el nuevo relato de la derecha?

Leé más notas de Jorge Cicuttin