“La vivencia es una herida incurable, que se vuelve más profunda y sangra cada vez más. Parece un película terrible, pero no lo es”, describió el excombatiente a La Opinión Austral.

Su relato es apenas un fragmento mínimo de lo que fue Malvinas. La historia que relata a continuación se sitúa en la tarde del 29 de abril.

Marcos Enrique Medina, soldado conscripto, regresaba ese día de estar de guardia en el Aeropuerto General Mosconi.

Cerca de las 20 horas, el capitán Horacio Marengo entrega al coronel Arévalo las últimas informaciones recibidas que indicaban el pronto desembarco de un grupo de comandos ingleses en un punto no especificado entre Caleta Olivia y Puerto Deseado.

Los restos del helicóptero 419 derribado por los ingleses.

Aparentemente era para refugiarse en una estancia recientemente adquirida por ciudadanos británicos.

Automáticamente, se organizaron dos patrullas de combate en helicóptero. En la segunda viajaba Medina.

Alrededor de las 21 horas de la noche se aproximaron a Caleta Olivia en las dos aeronaves. La ciudad estaba completamente a oscuras por la alerta roja dada.

Estaban a sólo 5 kilómetros del primer objetivo. El terreno que habían elegido para descender era complejo, escabroso, y no tenían instrucción específica para este tipo de operaciones.

Los soldados llevaban, además, mucho peso entre los equipos y armamentos de cada uno.

Aterrizaron cerca de la ruta, uno de los responsables de las patrullas ordenó la detención de un camión que los trasladaría hasta el monumento al minero, en el acceso a Caleta Olivia.

Allí les comunicaron la misión: “Detener el desembarco de marinos ingleses”.

Marcos contó que antes disfrutaba su vida como cualquier adolescente.

“Nos separaron en dos grupos, uno a cada lado de la calle, nuestras armas alistadas con bala en recámara y sin seguro. Avanzábamos agazapados por las veredas junto a las paredes y rumbo a la playa”, continúa el relato.

Llegaron a la comisaría, a unos 100 metros de la playa que estaba cubierta hasta el arribo de los soldados.

“Desde la comisaría avanzamos arrastrándonos hasta llegar a la playa y relevar a los policías que allí se encontraban. Quedamos a cargo de cubrir más o menos unos 500 metros de playa”, prosiguió.

Tengo orgullo de haber estado, a tan corta edad, a la altura de las circunstancias

Cerca de las 23:30 horas llegaron a la comisaría dos camiones con aproximadamente 70 soldados de Defensa Costera “Comodoro Rivadavia”. Así lograron cubrir la extensión de la playa de forma eficiente.

Esa noche se realizaron rastrillajes y control de población por las calles de la ciudad y en varios cascos de estancia.

El 30 de abril, a las 07 de la mañana, llegó la misión para las dos patrullas que habían sido transportadas en los dos helicópteros el día anterior.

Imagen que retrata cómo quedó el helicóptero derribado en Caleta Olivia.

El desenlace

La misión era trasladarse a la estancia La Floradora, propiedad de unos ingleses, ubicada al sudeste de Caleta Olivia. En ese lugar debían hacer un cerco, para lo cual se uniría la Compañía de Ingenieros 3.

Luego los trasladaron desde la comisaría hasta donde habían quedado los helicópteros la noche anterior.

Todos ellos abordaron el Bell UH-1H, matrícula AE 419, y se dirigieron a cumplir su misión bordeando la costa.

Cuando llegó la segunda patrulla al lugar de embarque, el primer transporte ya había partido.

Diario Crónica del 2 de mayo. Primera foto: el comandante de Institutos Militares, la señora Arévalo y el obispo Moure. En la otra, familiares de un caído.

El segundo helicóptero UH-1H, matrícula AE 414, en el que viajaba Marcos Medina, estaba listo para abordar y partir de forma inmediata.

La bruma de esa madrugada hizo que el camino fuera difícil de mantener. El piloto tuvo que adentrarse unos kilómetros dentro del mar hasta encontrar un claro y retomar su marcha hacia el objetivo fijado.

Una vez descendieron en la cima de las colinas, cerca de las 10:30 de la mañana, comenzaron a observar el horizonte esperando al otro helicóptero.

La comunicación con la primera aeronave nunca fue retomada. Algo había sucedido.

El segundo helicóptero retornó al punto de partida. Se declaró la emergencia y se alertó a Prefectura Naval, al Ejército y a la Fuerza Aérea.

Imagen de los militares caídos en el derribo de la aeronave.

Alrededor de las 13 horas, un poblador de la zona se presentó en la comisaría con un tanque de combustible que identificaron como el del primer helicóptero.

La búsqueda se declaró de inmediato y cuando llegaron a la zona donde el poblador había encontrado el tanque, descubrieron fragmentos del helicóptero, cuyos restos se veían a unos 50 metros mar adentro.

Los propios soldados fueron quienes recuperaron los cuerpos mutilados de los compañeros y superiores, esparcidos por toda la playa.

El rescate de los cuerpos y elementos fue priorizado ante toda otra actividad.

“Nunca el Ejército nos informó acerca de lo que pasó. No recordamos que haya habido informe oficial alguno al respecto”, recuerda Medina.

Una herida incurable

Para el excombatiente, las sensaciones son y serán encontradas. “¿Cómo lo veo? Parece una película terrible, pero no lo es, ya que los sentimientos, las sensaciones, la mente y el cuerpo te pasan factura”, describió a La Opinión Austral.

La vida de Marcos era normal. “Estaba estudiando en la secundaria, tenía un grupo de amigos que compartíamos un deporte en común al cual le dedicábamos muchas horas de nuestras vidas”, contó.

La vida antes de Malvinas era así. Tenían un lugar de reunión donde escuchaban música progresiva, esas mismas canciones que luego lo acompañarían en las largas guardias.

“Éramos divertidos y muy alegres por estar viviendo la mejor época de toda persona, la adolescencia y el descubrimiento de nuevas cosas”, relató.

Para Marcos, “existen muchas cosas ingratas en la vida, pero creo que como la guerra ninguna, ya que lo primero que se pierde en la guerra es la verdad”.

Los únicos que me cobijaron fueron mis seres más cercanos, mi familia

La vida después de Malvinas sin dudas fue otra. “El regreso a la vida civil fue mucho más duro que el ingreso a la vida militar, ya que cargábamos con la mochila de pertenecer al grupo de jóvenes que había perdido la guerra, por esos días éramos parte de un todo”, describió.

Nada fue igual, todo fue un gran vacío. “Por llamarlo de algún modo”, explicó Marcos, quien, en palabras, intenta transmitir esa parte de Malvinas.

Marcos, en un borde de la comisaría de Caleta Olivia luego del derribo.

“Los únicos que me cobijaron fueron mis seres más cercanos, mi familia. Todos los demás sólo eran meros espectadores de mis reacciones”, detalló.

Una sola vez les contó a sus amigos los hechos vividos aquel 30 de abril, relató. “Vi en sus miradas una cuota de descreimiento, esas miradas hicieron que callara durante 20 años nuestra vivencia”, describió.

Su refugio fue el deporte que practicó, tal como contó, “hasta el cansancio”. Era lo único que lo alejaba de su gran enojo. Con la sociedad, con los gobernantes, con todo.

En su relato cuenta, además, cómo fue la vida de muchos de sus compañeros. Algunos se suicidaron, otros pusieron en peligro su vida constantemente para poder terminar con ella. Algunos, en su mayoría, lo consiguieron.

“Todos cumplimos nuestra obligación con la Patria, pero debe quedar muy claro que no sólo se murió defendiendo la Patria en el conflicto del Atlántico Sur pisando las islas Malvinas”, cerró Medina en su relato desgarrador. Su vida no volvió a ser igual.

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