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En Caleta Olivia, a más de 700 kilómetros de la capital de Santa Cruz, suena por segunda vez el celular de Patricia, una mujer de más de 70 años. Por su ubicación, la ciudad del norte santacruceño está a menos de una hora de Comodoro Rivadavia, propiciando que muchos patagónicos trabajen en una ciudad y vivan en otra. Esos escasos 70 kilómetros son los que en 1971, una joven artista de Buenos Aires recorrió para llegar a Caleta Olivia.
Patricia es la hija de un matrimonio oriundo de Ayacucho que con esfuerzo compró un terreno y se instaló en Ensenada, provincia de Buenos Aires. El matrimonio entre el panadero y el ama de casa tuvo seis descendientes. La menor recuerda que en sus primeros años “siempre jugaba con las nenas, nunca un juego de fútbol”.
En una infancia que transcurría en la década de los cincuenta, Patricia tenía una expresión de género femenino. En cuanto a estudios sólo cursó la Escuela Primaria, la Secundaria no la pisó “era rebelde, era una época divagante”.
Cuando tenía 18 años ingresó a trabajar a Swift. Ya se animaba a usar ropa acorde a lo que sentía y eso “era un escándalo. Me decían cosas, parecía salida del Teatro Maipo”.
En la fábrica generó nuevas amistades y fueron las que le hablaron de hacer espectáculos, lo que en aquél momento denominaban como travestismo. Patricia no estuvo mucho tiempo en ese lugar, y cuando recién tenía 20 años comenzó a bailar y hacer playback. En La Plata trabajaba en un boliche ubicado entre 2 y
7, en “Dragón Rojo”, había “una mujer y todos travestis”.
Entonces, los viajes
La época pesaba y la dictadura más, Patricia Lander no pasó horas y días detenida, como muchas otras, por el código contravencional que -vigente en aquel momento- marcaba como una falta el uso de vestimenta no acorde al sexo o por no poder comprobarse su medio de vida. Vestida como varón en la calle, pudo librarse de detenciones y sólo fue demorada por averiguación de antecedentes.
Conseguir trabajo tampoco era fácil “no te aceptaban en los cabarets, no daban trabajo.
La Policía no te dejaba trabajar, era muy cansador”. También vivió situaciones en las que corrió riesgo su vida, como aquella vez en la que estaba en un boliche donde pusieron una bomba. “Eran malas personas, mataban a medio mundo”, manifiesta.
Por supervivencia, comenzó a viajar. En Bahía Blanca no permitían los espectáculos y cuando llegaron a Chubut, específicamente en Comodoro, “no sabían lo que era un travesti”, las puertas no se abrían, pero el grupo con el que viajaba Patricia encontró un boliche en el bajo de Comodoro donde el dueño era de la Policía Federal, hubo visto bueno y trabajaron 42 días.
Luego pasaron por Pico Truncado y finalmente por Caleta Olivia. Allí se quedó, de manera
casual conoció a quien desde hace 47 años es su pareja y desde hace cinco, su esposo, Juan Alberto.
Con la ley de identidad de género, Patricia solicitó su documento con el nombre de Patricia Lorena González, el trámite se hizo esperar, tardó dos meses hasta que llegó a sus manos y fue con documento en mano que se casó. No omite el reconocimiento para quien fuera presidenta en aquel momento y expresa: “estoy muy contenta con Cristina, me dio la posibilidad de cambiar el nombre”.
Otro hecho que la marcó sucedió en las elecciones de 2017 cuando salió de votar y comenzó
a sentir una pesadez en su cuerpo, estaba teniendo un ACV. Quedó internada por 15 días, si bien le quedaron algunas secuelas son sólo superficiales.
En Caleta, la familia por parte de su marido es numerosa y cercana, su sobrina Claudia le ceba mates mientras ella repasa su vida entre Ensenada, La Plata y Caleta Olivia. Por el contrario, con su familia de sangre los lazos no persistieron, su madre la entendió, pero su padre nunca aceptó que ella sea mujer, con sus hermanos y hermanas no hubo mayor comunicación y sólo quedó el contacto con su sobrina, Shirley, con quien desde hace unos años y vía Internet pudieron retomar la comunicación y anualmente se visitan. Con quien también retomó comunicación es con una compañera con quien compartió escenarios en La Plata.
En la chacra, Patricia comparte su vida con Juan Alberto, reparte su tiempo entre sus costuras, le gusta cuidar a sus mascotas: dos perros, un gato y dos canarios y se ocupa del cultivo de uvas, damascos, peras y manzanas. Pero su vida no se termina en su casa, desafiando cualquier pronóstico, con 75 años Patricia
Lander no deja el escenario. Esporádicamente y utilizando suntuosos trajes para representar a Lola Flores, sigue subiéndose a las tablas.
En 2019, Patricia señala que con el marco de leyes que existe en Argentina hoy las personas trans “tienen todo servido”, pero no deja de observar la violencia que existe por género u orientación sexual, “sigue pero con menos intensidad, se puede caminar por la calle”, dice. No hay que olvidar que vivió épocas muy duras en las que se vivía bajo el poder de las botas.
Cerrando menciona a Valentino Barboza, un joven caletense que fue el primer varón trans rey de la Vendimia para Todxs y una bioquímica que trabaja en el Hospital Zonal Pedro Tardivo, a quienes destaca por su belleza y logros, y claro por ser de estas tierras.
Destaca además la importancia de la educación sexual integral para las personas y la autodeterminación, “si quieren ser mujeres, que lo sean. Tienen que tener su sexualidad, que sean ellos mismos”.
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