Fernando Zalazar y Daniela Vargas tenían 18 años cuando el 18 de enero de 2002 nació Agustín.
“Estaba muy amarillito, estuvo mucho tiempo internado. Lo dejaron bajo lámpara más o menos durante un mes y haciéndole estudios a ver si bajaba la bilirrubina. Su pelito no crecía, estaba con las defensas muy bajas”, relata Fernando (38) a La Opinión Austral.

Un médico de Buenos Aires lo vio en el HRRG y le indicó que era urgente derivarlo. Así viajó acompañado de su mamá y su abuela, ya que por tener 18 años Daniela no era considerada mayor de edad.

Las derivaciones y los estudios médicos fueron una constante durante cinco años y también los viajes que por su parte hacía Fernando. Cuando todo comenzó, consiguió pasajes para viajar y durante cerca de un mes estuvo durmiendo en plazas sin revelar que no tenía dónde quedarse.

“Mi papá trabajaba en la Caja de Servicios Sociales, así que él pudo ponerlo a cargo para que tenga obra social, yo no tenía. Después se me dio de poder entrar a la Municipalidad”, cuenta.

FESTEJO. Fernando y Agustín con el banner que familia y amistades les obsequiaron años atrás. Foto: José Silva/La Opinión Austral

“La que siempre me dio una mano fue Mónica Kuney, cuando me avisaba yo salía para la terminal con mi bolsito. Era muy difícil por todo lo que había que pagar. Liliana Korenfeld fue también una ayuda muy grande, fueron muy atentos, una situación por la que estaba pasando Agustín no se vivía todos los días. Ya en Buenos Aires vimos que en Terapia Intensiva Agustín era uno de los que mejorcito estaba. Eso te sacaba adelante y te preparabas para todo”.

Internado en el Hospital de Niños Dr. Ricardo Gutiérrez le realizaron varios estudios. “A los tres meses de vida, le sacaron un pedacito de hígado para examinarlo y salió que tenía atresia de las vías biliares. Nos dijeron que había que hacer un trasplante de hígado pero con el transcurso del tiempo, tenía que crecer un poco más, tener más defensas para poder hacerlo”, explica.

Ser donante implicaba algo más que la voluntad, también había que ser compatible. “Debía existir un parentesco muy cercano, mamá, papá, familiares muy directos. Empecé a hacerme los estudios, eso llevó mucho tiempo, porque fueron muchísimos estudios, de pies a cabeza”.

BOMBONERA. Cuando Agustín tuvo el alta, los remiseros de la parada de la esquina del hospital Gutiérrez los llevaron a la cancha. Foto: gentileza familia Zalazar

Mientras tanto a Agustín “lo pinchaban y le sacaban sangre todo el tiempo, había mucha medicación. Le pusieron una vía para no lastimarlo porque se le hacían muchos callos en las venas por tantas medicaciones. Vivíamos en el hospital”, cuenta su papá.

Sabían también que tras realizarse el trasplante “podía haber uno o dos rechazos y se podía llegar a complicar”.

Luego de seis meses realizando estudios, recuerda Fernando, llegó a la Fundación Favaloro. En una sala con una mesa muy grande estaban “todos los doctores con todos los estudios, había un médico de cabecera que iba preguntando uno por uno hasta llegar al último. Ahí el médico de cabecera me dice que podía ser donante de Agustín, que era compatible. Se me cayó el cielo encima”.

Cuenta que sintió “una alegría terrible, me acuerdo que salí del Favaloro y llamé a mi viejo. Tenía una alegría muy grande de poder ayudarlo. Sentí mucho alivio. Cuando me dijeron que podía ser donante, fue muy emocionante, quería que ya se haga la operación y que mi hijo esté bien”.

No tuvo miedo de la operación, “era lo que tenía que hacer”, afirma.

VIDA. El pequeño Agustín de cinco años tras recibir el trasplante de hígado. Foto: gentileza familia Zalazar

De sus primeros cinco años, repasa Agustín, “tengo pantallazos en diferentes lugares que me habían pinchado”, y de aquel día en el que empezaba una nueva etapa de su vida recuerda “la mesa y los médicos que te explicaban paso por paso como iba a ser la operación”.

“Nos vinimos para acá, nos acomodamos y a los tres meses volvimos, nos internamos y fue todo rápido, a prepararse como si fuera una cirugía de apéndice, a cambiarse. Nos encontramos en el pasillo, nos pusieron en una sala grande, chocamos los cinco y nos durmieron”, detalla Fernando.

Ser padre es estar con ellos, acompañarlos y cuidarlos

“Fueron 14 horas conmigo y 12 con Agustín. Prácticamente me sacaron la mitad del hígado, que significaba un hígado entero para Agustín”, explica.

Pasaron varios días hasta que padre e hijo volvieron a encontrarse. “Cuando me desperté de la cirugía sentí un dolor inmenso, terrible. Pregunté si Agustín sentía el mismo dolor que sentía yo, me dijeron que no porque a mí me cortaron y a Agustín lo limpiaron y unieron las vías, pero ese dolor no me lo olvido más, fue terrible”.

Foto: gentileza familia Zalazar

“El 16 nos encontramos. Cuando lo vi estaba jugando con un jueguito, el famoso Nintendo. No daba más del dolor pero quería verlo a ver si realmente no me mentían y estaba en buenas condiciones. Estaba jugando a los juegos, lo más bien gracias a Dios”, comenta y agrega, “me dio un beso y me dijo: Papi juguemos y nos pusimos a jugar un ratito”.

El 17 de octubre es el cumpleaños de Fernando y ver bien a su hijo fue “flor de regalo”.

Tras el alta médica, revela “hubo una recaída que fue por error mío. Es una anécdota por la que los médicos me han retado mucho”.

Cuando se fueron al hotel, Fernando le pidió a su padre que le cocine carne al horno y le sacó un “vasito de vino. Me cayó malísimo”.

Al día siguiente debió volver a la clínica. “Me metieron jeringas, mangueras, me dormí. Al otro día, los médicos me bajaron y me subieron, casi se me infecta el páncreas, si se me infectaba el páncreas pasaba cualquier cosa…”.

15 años después

Fernando recuerda que “hubo médicos que dudaban que Agustín pudiera llegar a salir adelante por la enfermedad que tenía. Yo decía que no, que iba a salir, sentía que lo iba a ayudar y que no iba a pasar eso”.
Hoy, Agustín ya completó sus estudios secundarios, practica boxeo y está definiendo qué carrera estudiará cuando se mude a Córdoba.

Me acuerdo de haber preguntado varias veces ¿por qué estoy acá?

Cada 12 de octubre, Fernando y Agustín festejan un cumpleaños, la nueva oportunidad de vida que les dio el trasplante.

De esos años guardan algunos recuerdos, el gesto de la parada de remises de la esquina del Hospital Gutiérrez en la que conocieron a Agustín a través de las palabras de Fernando y le prometieron que, una vez que tuvieran el alta, los llevarían a conocer la Bombonera. Y así lo hicieron.

Foto: gentileza familia Zalazar

También la mochila peluche del personaje Danonino de Agustín. “Cuando andaba en el carrito o apenas empezó a caminar, andaba con su pañal y algunas galletitas y se la colgaba en su espalda”, o las remeras con una foto de los dos en la Bombonera con las que la familia los sorprendió en un cumpleaños de Fernando.

Cada 12 de octubre, padre e hijo celebran un nuevo cumpleaños. En 2022 será el 15to

“Me siento muy bien con la satisfacción de haber podido ayudar. Dicen que la mamá le da la vida y el papá lo va a cuidar, pero yo también le pude dar la vida a mi hijo. Siento orgullo de tenerlo al lado mío y poder disfrutar, compartimos, viajamos, es mi hijo, un amigo. Estoy totalmente agradecido con todas las puertas que se nos han abierto, con toda la gente que nos ha ayudado. Sin palabras, lo tengo a mi lado”.

“Me fueron contando de a poco, de a poco fui entendiendo las cosas que fueron pasando. Me acuerdo de haber preguntado varias veces, ¿por qué estoy acá? ¿por qué me hacen eso? pero de a poco lo fui entendiendo”, comenta Agustín sobre todo lo que pasó cuando era niño, y sobre el gesto de su papá afirma “no tengo palabras”.

Para Fernando, quien también es padre de Tatiana (15) y Sofía (12), ser papá es “estar con ellos, acompañarlos, cuidarlos, ayudarlos lo que más se pueda. Los voy a acompañar el resto de mi vida, así sean grandes, hasta lo último y para lo que necesiten voy a estar siempre al lado de ellos”.
Agustín es sencillo en sus palabras pero es transparente en sus gestos, expresa: “Voy a estar siempre agradecido”, para luego fundirse en un abrazo con Fernando, su papá, quien con la donación del hígado le dio vida.

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