Elisabeth Beatriz Muñoa era la menor de las dos hijas de una de las familias fundadoras de Concordia, Entre Ríos, y Víctor Franco, nacido en Buenos Aires, el tercero de los cuatro de una pareja conformada por un ingeniero inglés y una alemana.
Se conocieron en el Club Regatas de Concordia, fueron novios durante seis meses y se casaron. En 1946, nació su primera hija: Stella Maris.
Dos años después, Elisabeth estaba nuevamente embarazada y Víctor se encontraba realizando el Curso de Estado Mayor en la Escuela de Guerra en Concordia cuando con motivo de una recepción a la Primera Dama Eva Perón, la Escuela solicitó confirmar las asistencias. Elisabeth, de familia radical, se negó por lo que Víctor, sin filiación política, firmó el libro dando los motivos.

PRIMERA COMUNIÓN. Elisabeth junto a su hermano Víctor. Foto: gentileza Víctor Franco
“En 48 horas lo separaron de la Escuela de Guerra y lo mandaron encanado a Río Gallegos”, cuenta Víctor, el menor de tres y único hijo varón de la familia Franco a La Opinión Austral.
Con ocho meses y medio de embarazo, Elisabeth viajó junto a su marido y su hija mayor a Santa Cruz. Así fue que el 19 de junio de 1948 en Río Gallegos, nació Elisabeth Liliana.
Tiempo después, con la ayuda del ministro de Guerra, Franklin Lucero, Víctor fue trasladado y nombrado Jefe de Guarnición Curuzú Cuatiá.
El 19 de junio de 1948, Elisabeth Liliana Franco nació en Río Gallegos, Santa Cruz
El menor de tres, que llevó el mismo nombre que su padre, nació el 13 noviembre de 1949 en Concordia. Años después, en 1952, la familia se trasladó a Buenos Aires cuando Víctor fue nombrado 2do Jefe del Instituto Geográfico Militar.
Lisbeth, como le decían en su casa para diferenciarla de su mamá, inició sus estudios en Física Nuclear en la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA, carrera que luego dejaría para estudiar maestra jardinera en el Instituto Pestalozzi.
“Creo que el interés (por la política) se le despertó cuando fue a la universidad y vio todo ese movimiento. Tenía que ver con su manera de pensar, siempre fue preocupada por la gente que menos tiene y la falta de respuesta del Estado”, comenta su hermano.
AMIGOS. Víctor y Lisbeth eran hermanos, pero además los unía un fuerte lazo de amistad. Foto: gentileza Víctor Franco
Sobre su relación con Lisbeth, un año y cinco meses mayor que él, señala y destacará durante toda la entrevista: “Éramos muy unidos”.
Víctor eligió la carrera militar. “Durante cuatro años viví enclaustrado, era el tiempo que en ese momento duraba la carrera. Ella no faltó nunca, siempre iba a verme. Tenía un carácter bastante difícil y me la pasaba castigado. Salí de la carrera al tiempo que asumió Cámpora”, recuerda.
Por dificultades con su padre, Víctor se fue a vivir con Lisbeth. “Fui cuando estaba embarazada. Un día nos sentamos con Osvaldo (Jauretche, pareja de Liz) y ella y me dijeron que era riesgoso que estuviera con ellos. Yo no tenía nada que ver, no me metía para nada en política”.
La última vez que la vi fue un día miércoles de junio de 1977
Víctor tomó el consejo y se mudó, primero vivió en Necochea, después se alojó en un departamento que Osvaldo y Ernesto consiguieron. Finalmente, regresó a la casa de sus padres.
Víctor, que trabajaba en el Banco Nación, continuó en contacto con su hermana. “Teníamos una forma especial de comunicarnos porque yo sabía que me seguían. Ella llamaba a una oficina que no era la mía, mi compañero me avisaba y atendía. Después nos juntábamos cerca de mi facultad, venía con el nene”.

¡2.252 PRESENTES! En la placa en el patio de ATE Nacional. Foto: Gerónimo Neyro/La Opinión Austral
Los encuentros siempre fueron espaciados. “Ella nos cuidó mucho”, sostiene.
A pesar de la advertencia de Liz y Osvaldo, dice Víctor que “en ese momento no había asumido la gravedad. Nunca sentí miedo, en mi vida casi nunca he sentido miedo, es una actitud personal”.
Señala que “nunca estuvimos de acuerdo en la lucha armada, yo la conocí desde la experiencia militar. Para ponerse enfrente a una estructura militar tenías que ser medio loquito. Es muy difícil pelear contra un Ejército, en ese entonces estaban los planes de abastecimiento de Estados Unidos, era poderoso”.
Junio
Pasaron 45 años pero los recuerdos de Víctor son muy claros.
“La última vez que la vi fue un día miércoles de junio de 1977 en un bar de la esquina de Marcelo T. de Alvear y Paraná. Ese mes era el cumpleaños de ella y el Día del Padre. Me trajo un regalo para mi papá porque era la hija dilecta. Quedamos en vernos la semana siguiente porque iba a ser su cumpleaños, yo le había comprado un regalo pero no lo llevé porque pensé que la iba a ver después”, repasa.
En ese encuentro, Víctor le planteó la posibilidad de irse del país. “Le propuse salir vía Uruguay con el hijo, ahí iba a tener una familia que la iba a recibir, a la que conocía. Ella me dijo que no, entonces le dije: Pero Lisbeth ¿cuál es tu futuro? porque la situación está muy mal y vos corrés un riesgo serio de vida, tenés un hijo”.
Su secuestro se produjo el 23 de julio de 1977 en cercanías del Hospital Italiano
La respuesta de Liz fue contundente. “Mi futuro es una bala me dijo. Y yo me quedé… y le dije: Qué triste manera de pensar que tu futuro sea eso cuando vos tenés un hijo. Me respondió: Sabés lo que pasa, es que yo peleo por mi hijo de otra manera, mi hijo también tiene que tener un futuro y el futuro que tiene no es bueno”.
“Esa respuesta me siguió girando toda mi vida, hasta el día de hoy”, afirma.
Esa fue la última conversación que tuvo con Liz, pero no serían las últimas palabras que recibiría de ella.
El 23 de julio de 1977 en cercanías del Hospital Italiano, en Almagro, Liz fue secuestrada. Tenía 29 años.
Los Franco no tuvieron más noticias.
La carta
Víctor continuaba viviendo con sus padres y estaba saliendo para su trabajo cuando encontró una carta en el palier del departamento, a nombre de Víctor Franco.
“Era una carta de mi hermana, de puño y letra. Era la letra de ella, la conocía perfectamente. Nos decía que había sido detenida, que la estaban torturando, que estaba desnuda, golpeada, en un pozo de tierra. Lo único en lo que ella pensaba era en su hijo, extrañaba a su bebé”, recuerda.
“Eran como tres páginas con un relato espeluznante, era algo de lo que se hablaba en bambalinas en ese momento”, marca.

MILITANCIA. Liz integraba la Juventud Trabajadora Peronista. Foto: gentileza Víctor Franco
Dedujeron que un conocido llevó la carta hasta la casa, aún no saben quién fue. Su padre se comunicó con un allegado a la familia que le recomendó destruir la carta.
“A mí no me gustó que destruyeran esa carta. Qué bien hubiera estado presentarla en el Nunca Más, la carta no está y existió. Ella la estaba pasando muy mal”.
“Mi padre empezó a a averiguar. A ella la detiene la Marina. Los tres allanamientos que hicieron (en la casa) son de la Marina. Iban por mí, alguna duda había sobre mí”, señala y explica que él era del arma de Ingenieros, la reserva de combate, especialista en demoliciones y manejo de explosivos.
Nos decía que había sido detenida, que la estaban torturando, que estaba desnuda, golpeada, en un pozo de tierra
Tiempo después, las advertencias que recibió le confirmaron que lo estaban siguiendo. Un cercano, cuenta “le dijo a mi padre: Mire, lo están siguiendo a su hijo, cuídelo”.
En el departamento de Liz, que había sido allanado y apropiado por la Marina, se encontraban los cajones del Ejército: dos baúles y cuatro cajas de madera, que Víctor había dejado allí. “Por eso ellos creían que estaba involucrado y podía capacitar a otros”, expone.
A Víctor le señalaron que su mejor opción era realizar la denuncia por la pérdida o sustracción de sus pertenencias, si no “no se los va a sacar nunca de encima”, le dijeron.
En el 1er Cuerpo del Ejército se reunieron durante dos horas con el “tristemente célebre genocida general Suárez Mason y el coronel Rualdes”.
Nadie entiende lo que es la desaparición. No tenemos un lugar donde ir
Años después, el 28 de julio de 1980 falleció el padre de Víctor. “Cuando íbamos a llevar el féretro al panteón militar, aparece Osvaldo, se había enterado que mi papá había muerto y lo había ido a despedir, se llevaba muy bien con él, lo quería mucho”.
Tras las exequias, Osvaldo los visitó en la casa familiar durante unas horas. Tiempo después supieron que también había sido detenido.
Cuando Liz fue secuestrada su hijo tenía apenas dos años y se desempeñaba como empleada telefónica en ENTEL en la sección Análisis y Programación en el Centro de Procesamiento de Datos en el edificio República.
La sonrisa de Elisabeth Liliana traspasa cada una de las fotografías gentilmente cedidas por sus familiares.
“Mi hermana tenía una característica muy singular, siempre estaba contenta, era una persona feliz, alegre”, confirma Víctor. El recuerdo le duele. “Nadie entiende lo que es la desaparición. No tenemos un lugar donde ir”, señala.
“Pasaron tantos años y todavía no lo supero. Es una pérdida que nunca superé porque éramos tan unidos, desde que éramos chiquitos, jugábamos juntos, nos divertíamos juntos, salíamos juntos. Cuando estaba en el Ejército me pensaba: Mi hermana está del otro lado. Y si el día de mañana tuviera que enfrentarla ¿qué hago?. Me lo pregunté muchas veces hasta que dije: Esto no es para mí y me fui. Fue lo mejor que hice”.
“Era piola, ella no necesitaba nada, la escuchabas hablar y te conquistaba. Tenía esa característica. Era una persona que se distinguía al resto, muy liderona, no pasaba desapercibida. Toda la vida fue así”, resume.
Este domingo 19 de junio, Liz hubiese cumplido 74 años. Hoy son las palabras de Víctor las que permiten conocer a una joven mujer que con sus convicciones y acciones murió buscando que este fuera un mundo mejor.
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