Es una constante observar en la vida cotidiana cómo, a través de actos y palabras, los seres humanos se vuelven cada vez más intolerables a lo diferente. ¿Es posible erradicar las diferencias entre los seres humanos?, ¿o quizás se trate de aceptar al fin que cada sujeto es particular y único porque desea y goza de manera singular?
Para la constitución psíquica de un sujeto, se pone en marcha el mecanismo de la identificación y de la segregación. El primero es necesario para que un ser se una al semejante, se agrupe y se integre; el segundo, el de la segregación, le permite al sujeto diferenciarse, discriminarse, para no confundirse con el otro y ser uno mismo. Ambas son características universales, estructurales, propias de la constitución subjetiva.
No hay culturas mejores que otras
A partir de la globalización propiciada por la virtualidad y las pantallas, existe una creciente tendencia a la homogeneización de la cultura: por una parte hay mayor flexibilidad para incorporar las características de otros lugares hasta ahora desconocidos, pero a la vez muchas veces aparece el rechazo de aquello que se desconoce en cuanto a las diferencias sociales y de contexto de cada cultura.
Paradójicamente, ante esta característica actual de nuestra época, se evidencia aún más la intolerancia a las diferencias, los efectos de rechazo, odio, racismo y segregación en la civilización que habitamos, afectando la convivencia entre los seres humanos. ¿Cómo se explica esta lógica?
Los derechos, en tanto universales, generan igualdad de oportunidades, pero desde el psicoanálisis advertimos que hay que hacer un buen uso de ellos aceptando las diferencias, ya que en lo más íntimo del ser humano habitan deseos y modos de satisfacción singulares que no podemos desoír.
En la época de la caída de los ideales vemos la importancia de los grupos particulares, en los que se presenta la identificación y cierta cohesión dada por un interés particular. Así, es necesario que exista cierta permeabilidad y flexibilidad hacia adentro y fuera del grupo para la convivencia social con otros. Cuando prima el rechazo hacia lo diferente, el grupo y sus particularidades se radicalizan, provocando sentimientos de odio al otro.
Miguel Furman (*) nos recuerda que el odio es una de las pasiones del ser. Al igual que el amor y la ignorancia, el odio no es solamente destructivo, puede tener una función unificante, conformando grupos o masas con función segregativa. ¿El debate mediático de los veganos versus los gauchos carnívoros podría ser un ejemplo de las comunidades en donde se observa que se orientan más por el rechazo al otro que por identificación a un grupo? ¿Será que somos tan distintos como iguales?
Lic. Natalia Pelizzetti, colaboración de Lic. Cintya González. Equipo de Coordinación GIA – Setripco – HRRG.
Bibliografía:
(*) Psiquiatra, psicoanalista, docente del IOM2 (Bs. As. miembro de la EOL y de la AMP.
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