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Por Juan I. Martínez Dodda

La actividad lanar se hace desde hace cientos de años (los primeros lanares fueron introducidos en 1550 al país), pero ha cambiado. El manejo de las ovejas, la concepción del ambiente y la huella de carbono, el bienestar animal y la salud del propio personal, así como la calidad y cantidad de la lana y la genética específicamente adaptada a las condiciones extremas de nuestra provincia. El pasado 15 de septiembre se conmemoró el “día del productor lanero” y fue la excusa perfecta para hablar con los protagonistas, quienes están en las “trincheras” de esta actividad troncal, para contar ¿Qué es ser hoy productor lanero?

 “Para mí, es haber heredado esta actividad que comenzó mi bisabuelo y, al día de hoy, hace nuestro padre y nosotros, nos criamos en el campo y aprendimos de chicos, como un juego”, contó a Santa Cruz Produce Pablo Jamieson, de cabaña Fortitudo en Río Gallegos. Y agregó: “Es una actividad apasionante producir más de manera eficiente, ser productor lanero es no bajar los brazos porque estamos en una zona donde la oveja es monocultivo, la mayor parte de la provincia no tiene otra alternativa por sus tierras con pocas pasturas y pocas precipitaciones anuales”.

Rudy De Ferrari, de la Ea. Los Eucaliptos, consideró que “ser productor lanero es hacer honor a los que vinieron con el sueño de dejar huellas a los que vendrán“, pero reconoció que “no es fácil, los tiempos no acompañan, pero como todo ganadero, la fuerza no se la da la prosperidad económica, sino la intención de hacer una Argentina productiva, es muy difícil, sobre todo si la economía, la fauna y el clima nos juegan en contra, y sin embargo seguimos para adelante”.

“Ser productor lanero en Santa Cruz significa ser pionero en la civilización, había muchos lugares sin poblar cuando llegaron los primeros ovejeros, ni siquiera había Tehuelches, y también honra a quienes iniciaron el progreso en nuestro territorio, conectando el teléfono, haciendo caminos, dando trabajo”, resumió Adolfo Jansma, de la estancia Nibepo Aike, en el Parque Nacional Los Glaciares, de su abuelo. “Hoy, el lanero es quien sigue dando presencia en nuestro territorio tan vasto, con 1.200 establecimientos agropecuarios en 24 millones de hectáreas”.

“Es una cultura”, sentencia Alejandro Tirachini, de una familia con más de 150 años en el campo, sobre ser ovejero. Su abuelo fue de los pioneros en Puerto Deseado. “Es una forma de producir especial, hay muchas limitaciones que son propias del ecosistema en el que se produce, sobre todo climáticas, se hace con 175 mm de lluvia al año con sectores que han avanzado mucho en el manejo de los animales, la regeneración de pastizales y la genética”.

La macroeconomia no ayuda y es el desafío a sortear en un escenario “complejo”.

Parecido es el sentir de Javier Álvarez Bento, administrador de la estancia Punta Loyola, cerca de Río Gallegos. “Sentimos que generamos un producto de los que demanda el mundo con nobles propiedades, que demuestra que es muy eficiente para el uso que fue creado”.  Y destacó “la lana no sólo que es lo opuesto a lo sintético, sino que, bien producida, está dentro de las actividades que favorecen la reversión del proceso de contaminación y efecto invernadero”.

¿Cómo está hoy el negocio?

El negocio está al límite de la rentabilidad“, advierte Tirachini. Y le pone números a su sentencia: “Para tener rentabilidad hoy hay que pasar de los 7.000 animales y no todo el mundo los tiene“. Por eso, para Tírachini, “la perspectiva a futuro de la lana es destacarse como una especiality, un producto diferenciado, y para ello se han incorporado certificaciones, como la orgánica, bienestar animal, nativa, en este momento se está trabajando sobre la regeneración y la cadena de carbono”. El desafío entonces, para Tirachini es “encontrar los clientes que paguen el valor agregado que le damos nosotros a nuestra lana”.

Para Jansma “hoy, como desde hace unos años, el negocio está muy difícil“. “Los principales países productores de lana han disminuido drásticamente su stock, Argentina no ha seguido esa corriente, porque fundamentalmente en Patagonia no encuentra otra actividad”, expuso. Pero considera que “ha sido un producto muy complementario para la ganadería argentina, tener lana y carne es lo que nos ha salvado, la lana atada al mercado internacional y la carne al nacional, además la lana se puede guardar”, opinó Álvarez Bento.

El “legado familiar” y las “tradiciones” es el primer sentir de los productores. El futuro es el siguiente.

En tanto que De Ferrari señaló que “la lana viene en baja hace mucho tiempo y la tendencia mundial apunta a seguir así”, pero “lo más duro es la micro, si se unificaran los tipos de cambio y se diera acceso al crédito se podría encarar mejor la producción, pero si seguimos por este camino cada vez va a ser más duro afrontar los costos fijos”.

En este sentido, Jansma también apuntó a un contexto complicado en el que los productores siempre dan la cara. “El productor, en general, siempre trata de ser positivo, y todo lo que sale del campo lo reinvierte en el campo, pensando que en algún momento va a cambiar, es lo que sabemos hacer”, expuso.

Sin embargo, reconoce que “el presente no es el mejor, porque los precios internacionales no ayudan, el tipo de cambio tampoco y los costos suben y suben“. Por otro lado, “cada vez hay menos cabezas ovinas y cada vez hay más guanacos y depredadores, pumas, zorros, ni hablar de los conservacionistas”, dijo Jansma.

Legado que tracciona, presente que no emociona y un futuro incierto que no seduce, pero invita a seguir. Muchos siguen porque tira la sangre, otros porque sueñan que alguna vez cambie. Para nuestra provincia representan mucho más que un sector productivo.

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