Hace ya unos años que las cadenas productivas van de adelante para atrás, de la góndola, los estantes y las perchas hacia la industria, la logística y el campo. Hay una especie de “diálogo entre campo y góndola“. Ya no se trata sólo de hacer un producto de calidad, por sus características intrínsecas, sino que también se tiene en cuenta lo social (principalmente los trabajadores a lo largo de esa cadena productiva) y lo ambiental (la huella, el costo que dejó producir ese bien).

En ese sentido, la Patagonia está muy bien posicionada en cuanto a la producción de lana. Fue así que durante el mes pasado visitó el país una comitiva de Textile Exchange, la organización global sin fines de lucro que propone una industria textil mundial “que proteja a las personas y al planeta, influyendo positivamente en el clima, la salud del suelo, el agua y la biodiversidad”.

Esta organización es la que motorizó en 2016 el lanzamiento de la certificación de producción de lana responsable (RWS), que a finales de 2022 tenía alrededor de 4.400 predios certificados en los principales países productores de lana: Sudáfrica, Australia, Nueva Zelanda, Argentina, Uruguay, Estados Unidos e India. Algo que se viene incrementando año tras año. En el caso de Argentina, hasta hace un año el 20% de la producción total de lana ya contaba con la certificación RWS.

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La lana certificada es requerida en numerosos mercados internacionales.

En diálogo con Santa Cruz Produce (SCP), Pablo Sturzenbaum, médico veterinario, responsable del Nodo Santa Cruz de Ovis XXI, quien recibió y acompañó a la comitiva que visitó la región, contó los objetivos y desafíos que se avecinan. “Estuvieron recorriendo predios, conociendo nuestras condiciones de producción, porque quieren hacer una revisión de RWS, una certificación que surgió pensando en bienestar animal, que ya incorporó lo que tiene que ver con lo social y ahora va por el ambiente”.

“Glocalización”

Globalización teniendo en cuenta aspectos locales. Esa tendencia se denomina “glocalización” y es lo que están haciendo desde Textile Exchange, recorriendo las principales regiones laneras del mundo para conocerlas de primera mano y luego elaborar un protocolo de certificación que incluya tanto la producción ovina en el calor de Turquía, en donde no se les corta la cola a las ovejas, como el desierto frío que es la Patagonia argentina o New South Wales, en el sureste de Australia.

“La presentación e intercambio con los productores locales, durante cinco días analizando prácticas y viendo aspectos productivos típicos de acá, me pareció muy responsable porque al elaborar un protocolo hay que tener en cuenta estos regionalismos, no es una imposición desde una visión europea ni un protocolo duro, hay un interés por acompañar e incluir al productor“, contó Sturzenbaum, que acompañó a las tres mujeres en la recorrida por los campos.

Desde Textile Exchange y la iniciativa Climate+ el objetivo es reducir las emisiones que provienen de los procesos productivos en un 45% para 2030. Actualmente tienen más de 60.000 sitios certificados en 103 países, con distintos protocolos y certificaciones.

¿Quiénes visitaron Santa CruzAnne Heaton, responsable de Estrategia de Materiales y Fibras de Origen Animal de Textile Exchange, que es una de las referentes más importante en bienestar animal cuando se escribió el protocolo original. También estuvo la directora de Climate+Bronwyn Botha, especialista en el manejo de campos y tierras, de pastizales, “con una capacidad sorprendente para entender cómo son los procesos productivos acá”.

Y la tercera persona fue Hanna Denes, directora de Impacto del Programa Climate+, “que es el nuevo programa de Textile Exchange que está muy enfocado en todo lo que se viene, desde biodiversidad, índices ecológicos, lanas regenerativas, procesos virtuosos de regeneración, etc.”, porque después de haber pasado por los aspectos básicos de bienestar animal, haber incorporado lo social, ahora es el turno del medioambiente”, destacó Sturzenbaum.

Lo que viene

“Cuando surgió el protocolo, en 2016, era exclusivamente de bienestar animal, muy concentrado en evitar que se generaran prácticas de manejo indeseadas; posteriormente se incorporaron aspectos sociales, que también la gente que trabaja tenga buenas condiciones, y ahora buscan incluir el tercer aspecto, el ambiental, que tiene que ver con el manejo de suelos, evitar procesos de degradación, que haya biodiversidad, etc.”. La idea es que esta actualización de RWS esté vigente para 2025.

Vale recordar que RWS es un estándar voluntario, no obligatorio para los productores. Depende: “Si sos un productor que sigue con muchas prácticas antiguas, seguro te va a costar más, pero también pasa que muchos productores, cuando empiezan a repasar lo que tienen que cumplir, muchas ya las están haciendo”, apuntó Sturzenbaum.

En cuanto a si se paga más o no la lana que cumple con estos protocolos, una buena referencia es el mercado sudafricano: “Allí se incentiva a que esta certificación la tenga el 100% de los productores sudafricanos, por eso son líderes en adopción, entonces allí el mercado está perfectamente reflejado con los valores de lana con y sin certificación RWS”. Y ahondó: “En los años de buenos precios la lana RWS se paga de 7 a 15% más que la no certificada, en tanto que en los años de precios bajos ese sobre valor se acorta a un 8% máximo”.

En Argentina también hay mejores precios para la lana con certificación RWS o, en los momentos de mercado complicado o retraído, es la única lana que se compra. Para el referente de Ovis XXI, certificar “nos ayuda a los productores a que nuestra lana se pueda usar tranquilamente, ser una referencia para los consumidores y en algún momento puede también transformarse en una barrera para-arancelaria”.

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