Todas las semanas se suman más familias a pedir ayuda al comedor del San Benito. Más allá de la ayuda que nunca alcanza, las mujeres de las Red de Mujeres Solidarias cuentan qué está pasando en los barrios cercanos. El aumento de la pobreza y las posibles salidas demonizadas años atrás.

* Por Juan Suarez

Cada semana que pasa Graciela Suarez cuenta de a dos, de a ocho, de a doce la cantidad de chicos y grandes que se acercan por primera vez al comedor del San Benito a pedir un plato de comida. Un día el comedor no tuvo fideos ni arroz para ofrecer y todos quedaron desahuciados. “No alcanza, donan pero no alcanza”, explica Graciela sin entender demasiado, “cada vez peor está esto”, agrega.

“Cinco familias más vinieron ahora, son ocho, más seis y? arriba de 20 chicos más”, calcula dos días después de que tuvo que decirle a las mamás que no habría almuerzo. Graciela aclara, como si hiciera falta: “No es que nosotros juntamos niños a que vengan al comedor, de hecho les hicimos visitas a algunas familias y las mujeres pudieron sacar a dos de ellas con cuatro niños que realmente no estaban necesitando de urgencia”.

Al comedor de 19 y 38 ya no van sólo pequeñas y pequeños, el barrio crece al ritmo de las necesidades y hay “mucha gente mayor que se quedó sin trabajo y ya no los toman en ningún lado”. Como la comida escasea, las mujeres del comedor priorizan: primero los chicos y los adultos mayores, después las embarazadas y las que amamantan. Si queda algo, comen las mamás que van al comedor y las mujeres que cocinan, “pero últimamente no queda nada”.

Pobreza en números

Hace 10 años que no hay tanta pobreza en el país. Según el Observatorio de la Deuda Social de la UCA “la economía argentina pasó de un ciclo de crecimiento a una fuerte recesión”, y eso se trasladó a la gente. Se congelaron los salarios, los haberes jubilatorios y las prestaciones sociales, y para cerrarla los precios de los alimentos se dispararon hacia arriba. Para el director del Observatorio, Agustín Salvia, la pobreza golpeó más a los sectores medios por la inflación y la falta de trabajo, que a los sectores indigentes que tienen una protección social que hizo mantenerlos en su situación.

Sin embargo el documento que se dio a conocer el jueves afirma que el nivel de inseguridad alimentaria en la Argentina hoy es del 20% del total de la población y la inseguridad alimentaria severa, es decir aquellos que pasan hambre, es de 7,9%.

La provincia de Santa Cruz no sabe de estas crisis. Aunque sí tuvo exiguas experiencias para intentar paliarlas a través del impulso de cooperativas, luego de la crisis del petróleo en 1999 y a la debacle económica nacional del 2001, cuando Alicia Kirchner estuvo a cargo del Ministerio de Asuntos Sociales de la provincia.

Los últimos datos que relevó el INDEC en Río Gallegos sostienen que hay 2.840 personas, que viven en 993 hogares, que no tienen dinero suficiente para comer. Y que hay 21.565 personas, repartidas en 5.898 hogares, que no alcanzan a cubrir sus necesidades básicas diarias.

Pobreza en el barrio

Miriam, Laila, Inés, Adriana, Leo y Cristina, son algunas de las que le dan vida a la Red de Mujeres Solidarias en el comedor del San Benito y encuentran algunos denominadores comunes.

“Hay muchas mujeres e hijos abandonados por los maridos”, sostiene una de ellas cuando LOA consulta acerca del crecimiento de la demanda en el comedor. “Mujeres que no trabajaban porque las mantenía el hombre y el tipo se quedó sin trabajo y se fue, o se fue porque sí y dejó abandonadas a las mujeres y a los hijos también”.

En el barrio la mayoría de los hombres son albañiles, plomeros o gasistas, todos oficios vinculados a la construcción, rubro que se desplomó en todo el país, pero sobre todo en Santa Cruz. Las obras privadas están casi paradas, la pública apenas se mueve y quedó una gran masa de trabajadores, muchos de ellos en edad avanzada, afuera.

“Muchas familias se quedaron sin trabajo acá, y de las mujeres que trabajan algunas son docentes y otras limpian casas, lo que pasa es que ahora en las vacaciones quedan desempleadas porque ya no las necesitan”, cuentan las chicas del comedor, que tampoco cuentan con un empleo formal.

Y el escenario se agrava porque los barrios siguen creciendo sin un ladrillo pegado con cemento. “Una consecuencia trae la otra. No queda otra más que armar un ranchito en algún lugar. La gente ya no tiene opción, y el resto cuestiona pero no analiza lo que está pasando”, sostiene Graciela a LOA.

Según las mujeres del comedor, hay mucha gente que ya no puede pagar el alquiler y los servicios porque no le alcanza para comer y decidió buscar un terreno en los barrios y asentarse. Como al principio tienen que levantar el rancho encuentran en el comedor un lugar donde contener a los chicos.

En el barrio Santa Cruz, uno de los más vulnerables de la zona, no consideran que ahora mismo haya más usurpaciones. “Somos los mismos de siempre. Por ahí vemos que anda gente preguntando por los terrenos, pero nosotros los mandamos al IDUV porque esos terrenos vacíos son de alguien”, dijo a LOA Williams Garreta, referente barrial y miembro de una asociación civil con personería del barrio. “Hay un asentamiento en un espacio verde, pero eso se creó hace 5 años y no hubo un crecimiento ahí tampoco”, aseguró.

Para él “a los comedores va gente que necesita y gente que no necesita tanto, ahora en las vacaciones nos vamos a dar cuenta porque mucha gente se va de vacaciones”.

Al revés, Graciela Suárez se preocupa por lo que vaya a suceder en enero y febrero, porque “la mayor ayuda la tenemos de gente común y esa gente es la que se va a ir y nos vamos a quedar sin nada para darle a los chicos”, se mostró preocupada.

Más allá de la ayuda

Pero más allá de la donación de alimentos y la necesidad de notas y formalidades para conseguir un bolsón de fideos, nadie en el barrio tiene certezas de cómo se va a salir.

“No hay incentivo de verdad a los emprendedores. Todos te dicen avanza, dale para adelante, pero no hay un acompañamiento real para encontrar mejorar los productos que hacen y, lo más importante, conseguir el mercado donde vender lo que producen”, dijo a LOA Juan José Cabral, un técnico superior en Economía Social con varias experiencias en distintos barrios de la ciudad.

“Además acá hubo un época en que se aniquiló a los emprendedores y se demonizó a las cooperativas”, agregó. 

En 2013 el gobernador Daniel Peralta y los medios de comunicación se encargaron de desprestigiar a las cooperativas. Y si bien Peralta en algún momento diferenció a las que prestaban servicios de las que producían, se terminó relacionando a las cooperativas con la precarización laboral, sostiene un trabajo académico de María Gabriela Ramos y Alfredo Fernández denominado “El caso de las cooperativas promovidas por el Estado”.

El ministro de Trabajo de Santa Cruz Teodoro Camino recordó el caso. “Estamos trabajando mucho para recuperar experiencias. En Zona Norte una minera está promoviendo un proyecto para que un grupo de personas forme una cooperativa que les venda la indumentaria a las empresas que trabajan para ella”, contó. Se trata de un caso excepcional. Hasta hoy una experiencia exitosa es la de las tres cooperativas de Caleta Olivia, Piedra Buena y Puerto Deseado que proveen de los uniformes a la Policía de Santa Cruz. El salto estaría en encontrar mercado por fuera del Estado.

Alicia Cabral, directora de Desarrollo Local del Ministerio de Desarrollo Social, dijo que este año se generaron 160 emprendimientos socioproductivos en la provincia, de los cuales en Río Gallegos son 35″. Se trata de emprendimientos de baja escala, “muchos tratan de salir de la crisis con emprendimientos gastronómicos, y nosotros acompañamos con algunas herramientas. Algunos casos son grupos muy vulnerables que su sustento pasa a través el emprendimiento, muchos casos de mujeres solas que sustentan su familia u hombres que por una u otra causa quedaron desocupados”, contó a LOA la funcionaria. “Estamos tratando de pensar en emprendimientos de alta escala, cuando hay 3 o 4 personas que quieren hacer por ejemplo una textil o cerveza artesanal”, explicó.

Las mujeres del barrio ven ese tipo de posibilidades muy lejos. Hace poco, Estrella Cortés, titular del Sindicato de Amas de Casa, fue a enseñarles cómo deshuesar los pollos, y días antes los miembros del Club de Pescadores fueron a filetear el pescado que sacaron de la ría y les donaron a los chicos. “Todo nos sirve para aprender”, dicen seis de las mujeres que cocinan en el comedor, que recordaron con orgullo cuando fueron contratadas para hacer el catering de una cena en un salón frente a la terminal de colectivos.

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