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El sábado 7 de marzo de 2020 la cancha de Boca explotó. Maradona entró como DT de Gimnasia y Esgrima La Plata. Dalma fue a abrazarlo. Le dieron una plaqueta. Partido clave. Boca podía salir campeón. Y lo fue. Yo estaba en la cancha. Fui, pese al temor latente que todos teníamos con la llegada del covid. Tevez hizo el único gol. En mi celular recibí un mensaje: la jugada del gol dibujada en una servilleta de papel.
Mi papá Hugo lo hizo y mi mamá Teresa me lo mandó desde su celular. Doble emoción.
Luego, Boca dio la vuelta olímpica y festejó más de la mitad del país. Todos con Boca: la tevé, las redes, las radios y las tapas de los diarios. Y River no pudo.
Al otro día, 8 de marzo, Día de la Mujer, Dios quiso que fuese la última vez que viera a mi mamá.
Luego, un viaje. Trabajo. Virus. Cadena nacional. Pandemia. Decreto. Encierro. Decreto. Encierro. Decreto. Ocho meses lejos de casa.
La pandemia me la llevó el 28 de octubre de 2020. Y, en menos de tres meses, el 5 de enero de 2021, a mi papá Hugo. En el Hospital Durand dijeron adiós.
A ella no la pude ver. No la pude despedir. No la toqué por última vez. Tre – men – do. ¿A cuántos miles les pasó lo mismo? Mis hermanos Zulma y Silvio me hicieron una videollamada y pude ver cómo una ambulancia la trasladaba hacia la eternidad.
Mamá. Teresa Ester Manrique. Es un día más y no. Su ausencia se lleva en el alma. Ya no suena el teléfono y no se escucha más su voz. Sus preguntas de: “¿Cómo llegaste?”, “¿Cómo estás?” , “¿Qué te preparo para comer?”, no están más.
Tampoco llegan sus mensajes por WhatsApp (escritos con abreviaturas especiales y exclusivas de ella con su familia) por el triunfo de Boca o la derrota de River o querer saber quién ganaba las elecciones…
Ese vacío es eterno. Me quedan, nos quedan, los mejores recuerdos de la infancia en Herrera Vegas, Bolívar y Pirovano, en la provincia de Buenos Aires, y lo que vivimos.
Y así vuelven aromas, olores, colores, voces y sonidos: el perfume está intacto, el mate cocido, el café con leche, las pastas, la salsa, el guardapolvo blanco -y con almidón-. Todo resurge en este preciso instante.
Mamá Teresa, la abuela “Tere”, desde algún lugar sigue alentando a Boca, dando su vida por su esposo, el abuelo Hugo, sus hijos, sus nietos, nueras, yerno, por su familia.
Más de una vez, en algunas de las reuniones, sonó un celular. Y también en algún café. Tardan en atender. Cuando escucho: “¡Hola má! Sí, dormí bien”, “Gracias por llamar”, “En la semana paso a verte”, se me estruja el corazón. Más de una vez se me llenaron los ojos de lágrimas. Sé que eso no me va a volver a pasar. No me llama más. No hay palabras para explicarlo. Sólo sentimiento.
Por eso, en un día tan especial, no nos olvidemos de mamá, como tampoco de papá. No nos olvidemos de la familia. Los que la tienen, a seguir disfrutándola. Y abrazarla. Mucho. Siempre es poco.
Quizás cuando la tenemos, los tenemos (a mamá y a papá), no valoramos en su plenitud cada momento.
Mamá, cómo quisiera hoy, ahora, ya, darte un beso, abrazarte fuerte, fuerte…
Mamá, te extraño. Papá, también. Los quiero, los amo.
Mamá, “Tere”, ¡feliz día!
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