El noveno episodio de La Mirada tuvo como protagonista a la fundadora de la RED Case, Marita Alvarado, que comenzó cultivando marihuana para darle aceite a su hijo con parálisis cerebral y hoy lo distribuye de forma solidaria a tres mil familias en Santa Cruz.

 

 

En noviembre, a través de un decreto del presidente Alberto Fernández, entró en vigencia la reglamentación de la Ley Nacional de Investigación Médica y Científica de Uso Medicinal de la Planta de Cannabis y sus Derivados.

 

La Ley 27.350, sancionada en marzo de 2017, no había sido aplaudida por quienes son usuarios del autocultivo con fines medicinales, ya que se había estipulado una serie de trabas y controles excesivos que no les permitían acceder a los derivados de la planta.

 

 

En Argentina, la tenencia de semillas y plantas, aún en el ámbito privado y para consumo personal o terapéutico, estaba penada por la ley de drogas (23.737) con hasta 15 años de prisión. Esto cambió y hoy, por ejemplo, se sabe que al menos en el Juzgado Federal de Río Gallegos no existe causa alguna contra quienes utilicen la marihuana con fines medicinales, ni siquiera con fines recreativos, apelando al conocido fallo “Arriola” con el que la Corte dijo, ya hace varios años, que si una persona autocultiva para consumo personal y no hace daño a terceros a través de la venta, lo que haga puertas adentro de su hogar es cosa suya.

 

 

La historia de Marita es la historia de la clandestinidad a la que se empujó a quienes optaron por el cannabis medicinal cuando estaban desesperados por encontrar una forma de paliar el dolor o mejorar las condiciones de una enfermedad permanente.

 

La mujer recibió al equipo de La Mirada en su casa del barrio Municipal de Río Gallegos. Su casa es pequeña y está reformada para que su hijo pueda dormir en el living, mientras espera que llegue su colchón ortopédico.

 

 

Ahí vive junto a sus cuatro hijos, su pareja y un nieto del que se hizo cargo desde los seis meses de vida. En el patio hay tres perros y un chancho, Porky.

 

Al vapor elabora el aceite, mientras hierve el cannabis para hacer cremas. Foto: Mirta Velásquez/La Opinión Austral

“Aparte de cuidar a mi familia, me dedico a hacer aceites, cremas, infusiones, todo lo que tenga que ver con la planta de marihuana”, dice Marita mientras prepara esquejes de una de las plantas que saca del indoor.

 

Marita comenzó con el autocultivo hace cuatro años y medio, luego de incansables internaciones de su hijo, Mauro, que “nació prematuro, a los cinco meses, con parálisis cerebral, cuadriplejia espástica, convulsiones, una operación de cadera completa, pies, tendones, epilepsia y cuando no dio más, tuvimos que buscar lo único a lo que le teníamos miedo, la marihuana, porque fue lo único que resultó”.

 

Hoy tenemos vida, podemos salir con él, festejar cumpleaños

Fue un acto desesperado, ya que entonces Marita reconoce que “pensaba que era droga”. Antes de eso, su papá había muerto de cáncer y durante sus últimos tiempos le había reclamado que le consiguiera aceite de cannabis porque sabía que en Chile se conseguía y podía ayudarlo con el dolor.

 

“Empecé a investigar, me concentré en leer sobre Mauro, que estaba muy mal, no había nada que lo pudiera levantar hasta que buscamos a Mamá Cultiva”, dijo sobre la ONG que llevó la voz cantante para que saliera la ley, con marchas y protestas para que sus hijos accedieran a la medicina natural.

 

Cuando pasó el tiempo, la ONG se comunicó con ella y le ofreció una serie de cursos que tuvo que pagar y hacer en lugares clandestinos. Incluso hoy “no tenemos mucho amparo y estamos peleando para poder plantar tranquilos, estoy peleando por el registro, tengo un hijo con discapacidad, todo el mundo lo sabe”, insiste.

 

 

Junto a Mauro, su hijo adolescente que consume aceite de cannabis. Foto: Mirta Velásquez/La Opinión Austral

 

Marita y su familia dicen ser testigos del cambio radical en Mauro. “La primera noche que le dimos aceite fueron tres gotas y durmió toda la noche. Nosotros no sabíamos lo que era dormir. A veces pasábamos meses sin descansar porque nos turnábamos para que no pasara de largo porque hacia apneas. A la mañana siguiente se despertó y desayunó, porque no comía tampoco bien hace rato”, dijo. Además, Mauro “empezó a balbucear”, agregó, contando que sus primeras palabras fueron “mamá” y llamar a su hermano Andrés.

 

A la marihuana le teníamos miedo, pero fue lo único que funcionó

“Dejamos la medicación, sólo le dejamos una que tiene opio y es muy fuerte, y de ahí empezó Mauro a avanzar tremendo”, al punto que seis meses más tarde, en una derivación, la neuropediatra le comentó a Marita que su hijo “ya no era un bebé en silla de ruedas, era un adolescente en silla de ruedas”.
Durante mucho tiempo Marita tuvo miedo de decírselo a los médicos que trataban a su hijo, porque cuando lo hizo, no la entendieron y la acusaron de drogarlo.

 

“Pero a nosotros nos cambió la vida, nosotros hoy tenemos vida, hoy podemos salir con él, porque antes no se sentaba, podemos festejar cumpleaños, compartir con él y descansar, antes estaba todo el tiempo internado”, dijo.

 

Actualmente, unas 3.000 personas reciben aceites y cremas elaboradas a base de la planta que cultiva Marita y otros integrantes de la red en forma solidaria y sin aditivos. Entre los grupos de mayor demanda hay niños y niñas y personas con diabetes, cáncer, entre otras. La red no cobra por la entrega de los productos y asegura que recibe donaciones de hasta $ 200 pesos.

 

Leé más notas de La Opinión Zona Norte