Fue una arritmia cardíaca junto con una falla renal lo que lo llevó a sus últimas instancias. El amigo de 4 patas que supo estar presente en cada evento realizado en el punto más convocante de la capital santacruceña les dijo adiós a los vecinos que tanto lo querían.

Lobito durante alguna de sus tantas tardes entre la gente.

Fueron varias las personas que, a lo largo de estos últimos días, avisaron que se habían cruzado con Lobito y que lo veían decaído. Gimena, una vecina de la comunidad, decidió tomar cartas en el asunto y el viernes pasado levantó al perro para llevarlo al consultorio del doctor Oberto.

 

La primera advertencia del médico veterinario fue que la mejor solución, en este caso, era ponerlo a dormir. Ya no había vuelta atrás, el bicho estaba mal y eran escazas las esperanzas de que pudiera salir triunfante de esta última batalla.
“Podríamos intentar administrarle suero y rogar por que un milagro lo levante”.

 

Relataba el posteo que realizó Mariángeles Cárdenas, una activista reconocida de la ciudad, en el grupo de Amigos de 4 Patas. Eso fue lo que hicieron, para ver si podían cambiar la suerte del perro, sin embargo, no fue suficiente.

 

Las personas que le dieron tránsito durante su última noche afirmaron que el cuadro parecía empeorar con el correr de las horas, que dejó de orinar, que se quejaba y que vomitaba hasta el agua. Además, la arritmia que padecía ya no lo dejaba respirar con normalidad y se mostraba agitado ante cualquier movimiento.

Lo llevaron a otro veterinario, donde recibieron el mismo diagnóstico, sin embargo, se le aplicaron más medicamentos para intentar mejorarlo, pero Lobito sólo empeoraba. Ya llevaba más de 24 horas sin orinar, acumulando toxinas en su organismo, ya no comía, ya no podía mantenerse en pie.

 

Podríamos intentar administrarle suero y rogar por un milagro

 

Finalmente, tuvieron que tomar la decisión más difícil, pero la más sensata en ese momento. Lobito se fue acompañado del amor de unos vecinos que hicieron todo por él y con el cariño acumulado de años de caminar junto a la comunidad riogalleguense.

 

El cielo como techo

Lobito vivía en la calle, eso es indiscutible. Era su hábitat natural, el lugar que él mismo eligió para ser feliz y donde sintió el amor de toda la comunidad. Lobito era un perro enorme, gordo, de pelo oscuro y de una alegría destacada por toda la comunidad.

 

También era conocido por ser la mascota de los múltiples nombres, era Lobito, pero también era Capitán, Cabezón, Chino, Goliath.
Sin embargo, el perro de las marchas tuvo más de una familia en simultáneo.

 

 

Pasó varias noches en el calor de alguno de sus hogares de acogida, donde lo trataban como a cualquier mascota querida. Tenía su plato de comida en más de una casa y de vez en cuando, cuando reconocía a esos humanos, dejaba un rato las calles para pasar un tiempo con ellos.

Una de las vecinas que le dio un lugar en su casa conversó con La Opinión Austral y relató que ella lo conoció en el año 2015, en el barrio Belgrano, por la zona del supermercado de la Maipú y Los Pozos. “Se veía un perro no muy adulto, pero tampoco era un cachorro, de alrededor de unos dos años, quizás”, comentó la chica.

 

Lobito tenía una arritmia cardíaca y una falla renal. Luchó hasta que ya no pudo más

 

La proteccionista dijo que, por ese entonces, Lobito, aunque para ella Goliath, todavía no era famoso. Además recordó que “era un perrito flaquito, que se ve que comía por ahí”, por eso ella le dio comida y lo invitó a pasar la noche en su hogar, aunque al otro día el perro ya se iba.

 

“Nunca quiso quedarse porque pasaba la noche y al otro día ya había que soltarlo porque se empezaba a volver loco, se ve que hacía tiempo que andaba en la calle y ya se había acostumbrado así”, dijo su madre ocasional.

Pasaba la noche y al otro día ya había que soltarlo porque se volvía loco

 

Además de ella, había otra vecina que le daba tránsito de vez en cuando.

 

El perro de las calles, el de todas las estaciones.

Al parecer, al perro le gustaba acompañar a sus humanos para todos lados. A la proteccionista la seguía hasta su trabajo y ya se quedaba por el centro, donde acompañaba los paseos de otros vecinos, donde apoyaba las luchas de la gente, no importaba cuál fuera la causa, él estaba ahí, firme.

La alegría de Lobito es lo que más recuerda la comunidad a través de las redes sociales. Fue parte de la vida de muchas personas, pero Lobito era callejero por derecho propio.

 

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