El complejo de departamentos está sobre calle Maipú y su puerta, “derecho al fondo”.Afuera, una vecina limpia el auto con una nena y nos da una mirada punzante y socarrona, “¿creerá que venimos a hacer un trío?”, pienso.

Vicky abre la puerta. Está de entrecasa, bastante diferente a la foto de su perfil de WhatsApp, donde las tetas le desbordan el escote. Eso sí, la boca sigue con un rojo granadina.

El lugar es diminuto. Cocina, la mesa con tres sillas, un sillón de dos cuerpos con un preservativo y un gato, una escalera hacia la habitación.
La llegada de las chicas a Río Gallegos se produjo en un mal momento.

Son trabajadoras sexuales para quienes la gira por fuera de sus provincias significa mucha plata, o al menos una diferencia importante. Antes estuvieron por Comodoro Rivadavia y con lo que consiguieron comieron todo este tiempo, aunque también se sumaron bolsones de alimentos gestionados por el área de Diversidad que conduce Roxana Rodríguez.

En el lugar donde está junto con una amiga, Patricia, una encargada del dueño les retuvo los documentos porque sabía que si no podían trabajar, tampoco iban a poder pagar los $ 1.300 diarios del departamento.

VICKY HIZO LA TRANSICIÓN A LOS 15 Y A LOS 16 YA SE PROSTITUÍA.

Esto derivó en una nota de La Opinión Austral, allá por fines de marzo, y en una denuncia ante el INADI que evitó que las quisieran desalojar cuando tal cosa estaba prohibida por un decreto presidencial.

El aislamiento les impide tener sexo con hombres, pero las habilita a otros servicios en plataformas virtuales. Sin embargo, cuando empezó el aislamiento social, preventivo y obligatorio, dieron de baja sus anuncios en Locanto y tiraron la toalla con el sexo por videollamada, donde les da fiaca repetir las frases una y otra vez entre cliente y cliente.

En el último tiempo, con la excusa de violaciones a la cuarentena, se registraron varios hechos de violencia institucional con ataques a mujeres trans por parte de las fuerzas de seguridad.

El aislamiento les impide tener sexo con hombres, pero las habilita a otros servicios en plataformas virtuales

Esto es un drama para el cual el Estado todavía no tiene respuestas, porque quienes ejercen la prostitución a la intemperie y deben cumplir el aislamiento, no tienen modo de subsistir. Para la mayoría, las condiciones de vida, vivienda, servicios y demás son precarias, como consecuencia de la marginalidad.
Vicky nació en Misiones, pero de muy chiquita se fue a vivir a Córdoba, y cuando tenía ocho años, su mamá dejó la casa y a ella con sus tres hermanos a cargo de su papá.

A los quince hizo la transición y a los dieciséis ya se prostituía en una whiskería.

“Me crié con mi papá, divina”, cuenta, sabiéndose afortunada porque él la hubiera entendido y apoyado en su elección.

Estoy brindando un servicio como cualquier otro y se me paga

“Se lo conté a los quince, pero él ya sabía porque desde chiquita siempre fui muy amanerada. Cuando le dije, me acuerdo que me abrazó y me dijo que siempre me iba a querer”, se acuerda.

ALMA VIVIÓ SIETE AÑOS EN PARÍS.

Vicky habla con orgullo del trabajo sexual, ese que algunos feminismos ponen en tensión y como punta de lanza de la trata, pero ademas lo hace desde una mirada trans, esa que también algunos feminismos intentan borrar en una pulsión que las quiere mujeres.

“Yo estoy brindando un servicio como cualquier otro y por eso se me paga. Nunca lo sufrí, hay chicas que sí, pero no es mi caso”, aclara Vicky, que a los veinte años dejó de prostituirse en la calle y migró para trabajar en departamentos VIP, sin intermediarios, ni fiolos, ni madamas.
Ella, su cuerpo, su dinero, su elección.

—¿Si te dieran a elegir otra forma de vida, cuál elegirías?—, le pregunto.

—Esto me gusta, estudié peluquería, ejercí, me fue bien, pero no. Yo siempre vuelvo al ruedo, me encanta. Me gusta lo que se gana trabajando. En peluquería puchereaba y asimismo, si me pongo ahora a comparar, no tengo mucho, vivo el día a día, a pesar de que se gana muy bien. Tengo mi casa, me operé toda y si hubiese tenido que trabajar de peluquera, hubiese tenido que ahorrar para montar un negocio, naah—, dice y resopla. La plata que hace Vicky en un mes normal es alrededor de $ 40 mil pesos y si está de gira, en un lugar donde es nueva, a esa plata la hace en una semana.

Llevamos ya varios minutos de charla cuando cruje la escalera con los pasos de Alma, la otra piba trans, que baja hecha una diva con un enterito corto de tiritas. Tuerce la cadera hacia un lado, coloca un brazo en forma de jarra y con el que le queda libre, se tira el pelo recién lavado hacia un costado. “No aguanto más, ¡me quiero ir!”, dice y nos mira a mí y al fotógrafo.

—¿Quieren tomar algo, chicos?, ¿un té?, ¿café?—, pregunta Vicky, casi anunciando que ahora hay que ponerse cómodos.

Alma, que habla tres idiomas, invade la escena con sus historias de prostitución en París, donde vive desde hace siete años, y de caminatas en el Bosque de Bulogne, donde consigue a sus clientes.

EL GATO DUERME SOBRE UN PRESERVATIVO EN EL SILLÓN.

“Nosotras no hacemos plata fácil. Vicky tiene un poco más de buche, pero si a mí no me gustó el tipo, le cierro la puerta en la cara, porque yo a mi cuerpo le pongo precio y me acuesto con quien quiera, porque hay personas que vienen con olor”, larga y su explicación es como un cachetazo porque, siendo honestos, quién alguna vez no se hizo esta pregunta: ¿cómo hacen si lo que ven les parece feo o fea?

“Ademas, hay mucho loco dando vuelta, que te quieren romper el condón, personas resentidas. A muchas compañeras las han asesinado, les sacaron prótesis, las golpean. Viví miles de veces situaciones violentas. Yo vivo en Francia, vine a ver a mi mamá y me agarró esta mierda, pero allá también te discriminan, ¿creés que no?”, dice Alma, que sigue parada y se sigue acomodando el pelo.

Claro, una imagina que la prostitución en Europa es un camino allanado por una cultura open mind, siempre y cuando la trabajadora no sea transexual y latina.

“Un gay, una lesbiana en Europa la pasan piola, pero a una chica como yo, nueve de diez la van a juzgar, los policías te llevan presa, te pegan, te violan”, aclara.

—¿Y por qué te quedás?
-Me quedo por la plata, son euros, nena. Aparte me acostumbré al ritmo de vida de Europa, me salta el hombrecito de adentro y si tengo que cagarte a trompadas, lo hago. La calle me enseñó a ser fría. No dudaría si tengo un cuchillo en la mano. Antes que llore mi madre, lo hago—, asegura.

—¿Y si te dieran a elegir?
—La prostitución te lleva a ser ambiciosa. Yo también soy peluquera como Vicky, también tuve mi novio, Diego, que me daba todo. En Córdoba hay un cantante, la Mona Giménez, que nos dio mucha libertad, la travesti se respeta, somos locas de la calle, entonces el cordobés es mente abierta. Mi novio trabajaba y ganaba muy bien, pero me gusta que mi billetera esté llena, me gusta irme de shopping, me gusta mi libertad—, responde Alma, que nunca se sienta, sino hasta que, cuando ya nos vamos, Pato les saca fotos en el sillón.

Por si no quedó claro: “Elegiría seguir siendo prostituta, elegiría mi dinero”.

Porque “además, me gusta jugar con los hombres”, dice y bebotea con la mano sobre la boca y el pelo que le cae, ya seco, sobre la mitad de la cara sin maquillaje.

Las dos tienen discurso político, político pero no partidario, y aunque vienen de una provincia que durante la era macrista estuvo mayoritariamente alineada con Cambiemos, dicen que hoy la realidad es bien diferente.

—Nosotras levantamos nuestra bandera, porque nadie nos viene a traer un plato de comida. Lo que conseguimos, lo conseguimos en la lucha, en las marchas. En Córdoba la gente estaba con Macri, pero hoy en día se está dando cuenta—, dicen.

Alma incluso cuenta que “digan lo que digan de los kirchneristas, que a mí ni me van ni me vienen, cuando me fui a París, en Argentina se podía comer, cuando volví había gente en la calle y en el supermercado contaban las monedas para pagar un paquete de fideos”.

Decí que te gusta

Con Vicky comparten esa idea de varones con masculinidades que se ponen en duda por la orientación sexual, de aquellos que aparecen para sacarlas de la oscuridad de la noche y confesiones de cama que dicen mentiras.

“El hombre nos ve como algo bonito pero con pene, y a la vez quiere y se hace el que no. Pero el que pasó por una travesti, va a volver siempre. El que dice es la primera vez miente, ese ya viene corridísimo de locas”, dice una y se matan de risa.

“Tenemos miles de oportunidades de tener novio y siempre que salimos viene el que te dice que te va a ayudar, pero ¿quien sos? ¿Robin Hood? ¡raja!”, y de nuevo se descostillan.

—¿Son feministas?
Vicky pone una cara fruncida y los labios superiores se le tensan hacia arriba, dejando ver la encía.
—No—, dice Alma, segurísima, mientras relojea el pañuelo verde atado a mi bolso. Lo señala y dice que no comparte muchas cosas, como que se mezcle a las putas con el trabajo sexual.

“Nosotras ganamos nuestro dinero. Es un trabajo. Más vale que no vamos a ser toda la vida prostitutas, porque no vamos a ser toda la vida jóvenes y bonitas. En mi caso, voy a ser activista. Me gusta luchar. Pero a veces no se entiende que nosotras no somos mujeres, somos trans. Respetamos toda decisión, pero la mujer tiene útero, vagina y menstrúa, nosotras quizás representamos la feminidad de la mujer. Por eso Flor de la V no nos representa. Vive en su propio mundo. Nosotras, si pudiéramos volver a nacer, seríamos trans y prostitutas de nuevo”, insiste.

Ailyn y Ailen

Victoria y Alma se conocieron años atrás en el departamento de una amiga, que también trabajaba alquilando el cuerpo.
Hoy fantasean con la idea de irse a Europa juntas. Comparten, además de su provincia mediterránea, el bautizo de nombres que no eligieron, pero que hasta suenan igual.

No se entiende que nosotras no somos mujeres, somos trans

A Vicky le elijó el nombre una amiga, que ademas le puso de segundo Ailen, mientras que a Alma, que en verdad quería llamarse Carolina, se los eligió su abuela, que de segundo nombre le puso Ailyn.

“Acá son mente cerrada, ¿no?”, me pregunta Alma, que dice que en Río Gallegos la gente pareciera no estar muy acostumbrada a ver chicas trans de día circulando por el espacio público.

“Cuando fuimos a hacer la denuncia porque nos retuvieron los documentos, entramos a la comisaría y en al puerta había un oficial. Cuando nos fuimos, había como veinte y todos se daban codazos. Igual nos gustó que salieran a vernos”, reconoció.

Después contó que “el otro día tenía que ir a la farmacia y no sabía dónde quedaba. Vi a un pibe y fui toda Victoria Secret para preguntarle dónde y se quedó duro, ni que vieran a Mister ET”.

“Claro —dice Vicky—, en Córdoba agarramos la avenida San Martín, donde están todos los puestos de feria, y la Coca Sarli es un poroto”.

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