En el tercer programa del ciclo de entrevistas del Grupo La Opinión Austral, la fundadora de la Red de Mujeres Solidarias, Graciela Suárez, fue protagonista de un relato conmovedor.
El equipo de grabación se reunió con Graciela en el barrio San Benito, donde tienen proyectado construir su espacio para darles de comer a niños, niñas adolescentes y sus familias, una vez finalizada la pandemia. El día de la filmación, la red estaba censando a la población de esa barriada y aledaños, tomando registro de las situaciones que ameritan ayuda urgente.

Graciela Suárez en el ciclo La Mirada de La Opinión Austral

Graciela conduce un utilitario que tiene en el torpedo una lata vacía de paté que usa como cenicero. Junto a ella hay una joven y otra nena chiquita, que la asisten. “Yo estoy con Graciela porque cuando yo no tenía para la leche de mi bebé, ella un día me ayudó y yo quiero hacer lo mismo”, conto la mujer.

La casa de Graciela no está en los barrios donde ayuda. Es luminosa, con muebles de madera hechos a medida y un rincón con antigüedades que prefiere no mostrar. Mientras charla, Graciela prepara mates y se sienta junto a un hogar a leña debajo de un trineo de Navidad que nunca descolgó.

 

“Nací en el Chaco y a los cinco años falleció mi papá y me regalaron. Mi mamá no sabía leer ni escribir. Éramos seis hermanos, ella se juntó con otro hombre y a mí me regaló con una familia de Rosario, que me golpeaba y en invierno me sacaban a lavar ropa afuera”, contó.

 

Ya a esa edad, Graciela pasó hambre y sufrió maltrato. “Una vecina hizo un hueco entre su pared y la nuestra y nos pasaba comida. Un día una señora me vio y me dio una tasa de leche con café y me dijo que cualquier cosa fuera a su casa”.

 

Graciela pasaba días enteros encerrada bajo llave mientras el esposo de la mujer que la cuidaba estaba ausente, desconociendo los golpes que recibía. Alrededor de los siete años, sintió que había llegado el momento de contarle a él lo que su mujer hacía, pero la cosa empeoró.
“Ella esperó a que él se fuera y me puso contra la pared para darme palazos en la espalda. Me la rompió, también el tabique y dedos. Me arrastré como pude y fui hasta lo de la señora que me dio el café con leche y ella denunció. Mi mamá nunca apareció”, contó.

 

Luego de esto, Graciela fue entregada en guarda a otra familia, donde no le pegaban, pero el maltrato se dio de otras formas. “Yo no tenía derecho a mirar televisión, en esa época estaba Heidi y El Chavo y yo me asomaba al pasillo para mirar un poquito. Yo comía en la cocina, ellos en el comedor, hasta que un día, cuando tenía 13, llamaron del juzgado y dijeron que había aparecido mi mamá”.

 

Graciela dice que no odia a su madre y que con el tiempo entendió que no tenía herramientas para hacer algo diferente. La aparición de ella en su vida sería fugaz, nuevamente la dejó a cargo de otras personas, primero un hermano alcohólico y luego otro hermano que antes de morir la ayudó a conseguir un trabajo en una agencia de personal doméstico.

 

Fue ahí que conoció a una compañera a la que acompañó hasta Río Gallegos durante unas vacaciones y al poco tiempo se casó.
Él no estaba de acuerdo con que yo estudiara, tenía una nena de dos añitos y me hice cargo. Cuando ella iba al jardín, me preguntaba cosas y yo no sabía leer ni escribir, y ahí quise estudiar.

 

 

Un día pasaron por acá preguntando si había gente analfabeta y me anoté en la nocturna. Mi marido trabajaba en una pizzería y una amiga me cuidaba los nenes para que yo me escapara y fuera a estudiar”, contó Graciela, que hizo lo mismo con el secundario, hasta que en el egreso sus compañeros no tuvieron mejor idea que ir a festejar a la pizzería donde trabaja su esposo.

 

– Sólo faltó su señora.
– ¿Cómo mi señora?, si ella no estudia.
La conversación significó una paliza para Graciela, que, sin un peso y con dos hijas, terminó en la calle. En esa época, “Tiempo Real te pagaba dos pesos por niño y dos pesos a vos por estudiar. Así que me fui a una pieza sin gas ni agua y viví ahí con los nenes. Algunas veces los tuve que dejar solos para ir a estudiar”. Más tarde, aprovechó que en donde hoy funciona el Industrial Cuatro dictaban la carrera de mecánico dental y se inscribió.

 

Graciela pudo recibirse, no sin antes recibir otro duro golpe, al enterarse que su compañero de clase, quien la ayudó con los materiales para la carrera, se había quitado la vida.

 

“Cuando terminé, trabajé con Alicia Kirchner en el Ministerio de Desarrollo Social. Les hacía los dientes a los abuelitos”, recuerda, todavía agradecida de que en esa época la entonces ministra le diera un cheque de $ 5 mil para que se comprara una casa prefabricada. “Lo único que le pedí fue poder matricularme, y lo conseguí”, agregó.

 

Las ganas de superarse no terminaron ahí, sino que también quiso ser abogada. Por eso se anotó a distancia y cuando algo no entendía, preguntaba a abogados, fiscales y hasta jueces a través de las redes sociales. Así fue como llegó al Miguel Ángel Pierri, que creyó en ella luego de escuchar su historia.

 

“Ellos me bancaron porque les conté mi historia y les dije que mi sueño era ser abogada para ayudar a mucha gente que no tiene para pagar un abogado. Viví tantas cosas que si hubiera habido gente que legalmente me hubiera ayudado, yo no hubiera pasado tantas cosas”, aseguró.

 

“Siempre fui de ayudar porque no quiero que ningún niño sufra lo que yo sufrí ni que ninguna mujer tenga que pasar lo que yo pasé”, explicó Graciela sobre su vocación solidaria, que empezó juntando ropa para repartir en barrios pobres.

 

“Después armamos la página de Facebook y empezamos con el merendero haciendo fuego a leña, porque no teníamos gas, hasta que lo conseguimos. La gente que venía era mucha, pero llegó la pandemia y tuvimos que cerrar el comedor”, aseguró la mujer, que dice despertarse a la madrugada “con la cabeza a mil, pensando que tengo que conseguir esto o aquello para la gente”.

 

 

Graciela vive de la cuota alimentaria de una de sus hijas. No tiene otro ingreso y no trabaja de otra cosa que le genere recursos. “Yo no vivo con lujos, pero vivo medianamente bien, tengo un hogar cuando hay gente que se pasa de frío, eso no te deja dormir”, aclara.
Graciela dice que su lugar es la calle, por eso no acepta cargos políticos ni candidaturas.

 

“Yo soy una sobreviviente del abandono, la violencia, el abuso, y la muestra de que se puede salir adelante”.

Leé más notas de La Opinión Austral