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Rodrigo “Cokito” Oyarzo era conocido en el mundo del automovilismo de Río Gallegos. Era un joven de contextura robusta que había crecido en un taller mecánico, donde su abuelo, su padre y sus hermanos también trabajaban. No tenía otro destino que vivir de lo que le apasionaba.
En el mundo tuerca, lo reconocían como un gran mecánico. “Era un crack, el gordo; le dabas una bici y te la transformaba en una moto“, confió un amigo durante el velorio que se hizo en marzo del año pasado, con una sonrisa y lágrimas en los ojos mientras lo recordaba.
Era fácil identificarlo en el taller, su lugar en el mundo, gracias a su personalidad carismática que lo hizo querido por todos. Esto quedó demostrado en su sepelio, cuando un gran número de autos de sus amigos, muchos de ellos “preparados” por él, llegaron para darle el último adiós en las inmediaciones del cementerio de Río Gallegos.
Este miércoles, sus seres queridos tuvieron la oportunidad de contarle al tribunal cómo era su vida junto a “Cokito”, cómo había cambiado su hogar desde su partida y quién era él para la familia y amigos.
Propuestos por la querella, sus hermanos y una cuñada que “lo quería como a un hermanito”, como ella misma dijo, se sentaron frente a los jueces y compartieron desgarradores testimonios. La abogada querellante, Karen Cader, también amiga de la familia, dejó caer algunas lágrimas mientras escuchaba a los allegados.
Todos coincidieron en que “Cokito” era el “bebé de la familia“, el menor de los hermanos, mientras muchos de ellos rondan los 35 y 40 años. Rodrigo vivía con sus padres y organizaba las reuniones familiares.
El mayor de los hermanos fue el único que mantuvo la compostura. “Nosotros siempre nos juntábamos para hablar de autos. A veces él traía un problema y yo le daba una opinión, o viceversa”, aseguró, con una sonrisa temblorosa en los labios. “Nuestra vida era normal antes de esto. Él era quien nos unía. Después de su partida, todo cambió, pero debemos seguir por nuestros padres. Mis papás están muy afectados; él era su bebé más chico”, indicó, recordando que “Cokito” ayudaba activamente en la economía del hogar.
“No es que siempre daba dinero como si fuera un alquiler, sino que cuando le iba bien, le decía a mi mamá: ‘vieja, toma para hacerle algo a los nenes‘”, ejemplificó, mencionando que a veces su hermano daba “diez mil o hasta cincuenta mil”.
Otro testimonio conmovedor fue el de una hermana. Ella se quebró al recordar a “Cokito” como el más mimado de la casa, resaltando su corazón solidario. “Él era mi mecánico; siempre me ayudaba con problemas del auto. Organizaba los asados para reunirnos. Ahora ya no puedo ni mirar la parrilla porque me acuerdo de él“.
Paola Stout, cuñada de “Cokito”, quien está casada con el hermano mayor desde 1992, se convirtió en la vocera de la familia tras la trágica pérdida dio el testimonio más fuerte. “La muerte de Rodrigo fue completamente injusta y evitable. Nosotros pagamos las consecuencias de cosas que sabíamos que se venían haciendo mal. Todos los días nos cuesta levantarnos”, indicó antes de romper en llanto, agradeciendo al tribunal y mostrando a Vera una bandera que rezaba “Justicia por Cokito“.
El acusado mantuvo un gesto adusto durante las alocuciones de los dolientes, solo atinó a fruncir el ceño en algunas oportunidades, levantar las cejas como si tuviera una molestia en alguno de sus ojos o tragar un poco de saliva.
Una vez que los hermanos terminaban de hablar frente al tribunal, luego se sentaban junto al público siendo contenidos por sus seres queridos quienes les alcanzaban una botellita de agua para hidratarse o un pañuelito para limpiarse las lagrimas luego de haber abierto su corazón, esperando una condena justa contra el acusado de quitarle la vida al joven
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