Es 28 de agosto de 1978 y Horacio Agulla, director de la revista política Confirmado, aliada al golpe que dos años antes ennegreció a Argentina, está estacionado afuera de su casa en calle Posadas de la Ciudad de Buenos Aires. Va a una cena con amigos, pero cuando gira la llave, otro coche frena a su lado y desde el interior le descargan un arma encima. Agulla, que había sido interventor de Santa Cruz, muere en el acto.
El crimen entra en la disputa ideológica. Negacionistas que militan la “verdad completa” junto a la candidata a vicepresidenta del partido libertario, Victoria Villarroel, y propagan la teoría de los dos demonios, lo ubican como una víctima de la subversión. Sin embargo, todos los indicios marcan que el crimen pudo ser encargado por Emilio Massera.
Arturo Frondizi fue derrocado el 29 de marzo de 1962, después de ganar las elecciones con las que en 1958 se puso fin a la autoproclamada Revolución Libertadora que derrocó a Perón. El dirigente del radicalismo intransigente mantuvo la proscripción del justicialismo, pero los militares no le perdonaron que en las elecciones que habían tenido lugar once días antes de su detención en la isla Martin García, partidos que simpatizaban con la justicia social hubiesen ganado en varias provincias.
Santa Cruz estaba convulsionada por conflictos internos. Mario Paradelo (UCRI) había ganado en esas elecciones, pero fue destituido dos años después. En marzo de 1962 fue repuesto por el Tribunal Superior, pero renunció al día siguiente.
El presidente provisional del Senado, José María Guido, asumió la presidencia en una jura privada ante la Corte. Luego de anular las elecciones de ese año y las legislativas del año anterior, Guido intervino varias provincias, entre ellas Santa Cruz. De este modo, quien había ganado la gobernación en las elecciones de 1962, Raúl Pellón, nunca pudo asumir.
El golpe designó a Carlos López, luego a Pedro Priani y finalmente a Horacio Agulla como interventor provincial. Cordobés y de profesión abogado, Agulla se hizo cargo del distrito el 20 de octubre de 1962, cinco días después de que Guido firmara su decreto, permaneciendo en el cargo hasta las elecciones generales de 1963.
Según escribió el periodista Juan Hilarión Lenzi en el libro Historia de Santa Cruz, el interventor de facto puso como ministro de Gobierno a Roberto Aguilera, a Jorge Enríquez al frente de Asuntos Sociales, a Félix Pondal en Economía y al teniente general retirado Alejandro Palacio como jefe de Policía.
Agulla tenía afinidad ideológica con el régimen militar. Integraba el Partido Conservador Popular que replicó y lideró en Santa Cruz, donde incluso se presentó como candidato a gobernador en las elecciones de 1963, que proclamaron a Arturo Illia (UCR) como presidente, previo al golpe de la Revolución Argentina, que terminó con Juan Carlos Onganía al frente del poder.
Durante su administración de Santa Cruz, Agulla intervino el Tribunal de Cuentas y limitó a los miembros del Tribunal Superior de Justicia para designar a allegados suyos. Durante ese periodo hubo persecución, renuncias y detenciones de funcionarios.
Pero hay un dato de Agulla, vinculado a uno de los hechos fundantes para la resistencia peronista, que fue cuando en 1957 se produce la “piantada” de seis militantes justicialistas, entre ellos John William Cooke, Héctor Cámpora, de la Unidad carcelaria 15 de Río Gallegos. En esa ocasión, Agulla, que también era abogado, defendió a Humerto Curci, médico que colaboró en la fuga. El mismo año, Agulla participa como convencional constituyente de la primera Constitución de Santa Cruz.
“Una nueva experiencia para Santa Cruz”
Del dirigente conservador no hay prácticamente declaraciones en internet. Apenas una foto que se utiliza para la nómina de asesinados en los años más oscuros del país. A continuación, y por primera vez en más de sesenta años, un extracto de una entrevista que concedió al diario El Orden, cuyo archivo forma parte de la colección que posee el diario La Opinión Austral.
En la entrevista de un miércoles 7 de noviembre de 1962, Agulla habla largo y tendido sobre su ensayo de un nuevo plan político, situación económica, créditos, deuda de YPF, las comunas y el federalismo.
Su proyecto, denominado “una nueva experiencia para Santa Cruz”, tenía tres pilares: la renuncia a toda tendencia de tipo partidario, algo que, como se menciona más arriba, no era tan así; restablecer el equilibrio político de la provincia, solicitando la colaboración de hombres de todas las tendencias para la pacificación, y seguir con las obras públicas en ejecución.
“La situación económica de la provincia es de una gran solidez, la situación financiera es crítica a raíz del incumplimiento por parte de YPF“, decía Agulla, que ya había iniciado conversaciones con la petrolera para llegar a un acuerdo y “que se nos pague la deuda en petróleo, que es lo que le sobra a YPF, encarando seguidamente la formación de una empresa estatal o mixta para la destilación de ese petróleo en la zona norte de Santa Cruz”.
El interventor pretendía que la empresa pagase su deuda en petróleo para cobrar el “valor real” y no el precio convenio establecido unilateralmente por YPF, con la idea de entonces “entrar en el negocio de la industrialización del petróleo, que en realidad es el que le da la mayor utilidad”.
Respecto a la obra pública, anunció en esa entrevista que “se programa terminar primero con obras de luz y agua ya iniciadas en todas las poblaciones provinciales, finalizar las casas en construcción y dar término a la pavimentación de Río Gallegos”
También hablo de la Ley de Fomento Industrial que autorizaba al Poder Ejecutivo nacional a realizar un gasoducto a Puerto Deseado y aunque con el gobierno de facto había suspendido el Congreso (y las garantías constitucionales), en esa entrevista Agulla dijo deliberadamente que “la ley sigue teniendo plena vigencia, pero no se está en estos momentos en posibilidad de hacerla posible (la obra) porque demandará un esfuerzo superior a los 800 millones de pesos”.
“Infrahumanos”
Políticamente, Agulla creía viable gobernar con los militares en “un clima de paz, con el acercamiento de hombres de diferentes tendencias, como el peronismo, a quienes se les presenta la oportunidad de demostrar que no es un partido de infrahumanos. Para ello, se ha ofrecido a las diferentes agrupaciones las comunas que obtuvieron en las últimas elecciones, en el caso particular de Asuntos Sociales, que tenía que viajar para llevar el ofrecimiento de cargo en nombre de interventor federal al señor Antonio Alegría. Lo mismo en las demás comunas. ¿En qué medida se lograrán los objetivos perseguidos? La respuesta nos la dará el éxito o fracaso de este ensayo, que por primera vez se realiza en el país, con miras a una efectiva pacificación nacional”.
El interventor designado por la Revolución Argentina hablaba de crear “las bases de un verdadero federalismo”, porque si “nosotros podemos utilizar todos nuestros recursos a través de un proceso de industrialización de las industrias madres y de la materia prima, vamos a lograr una potencialidad económica que nos va a permitir independizarnos de esa triste situación de dependencia en que nos encontramos frente al orden nacional”. Está claro que Agulla pensaba más allá de la tarea que le encomendó Guido, figura que en la historia ningún sector reivindicó jamás.
“De acuerdo al régimen de coparticipación Santa Cruz debe recibir entre 200 y 250 millones de pesos, sin tener en cuenta que la distribución de esa coparticipación se ha hecho con índices estimativos, por lo creo que representa unos 80 millones más, que también vamos a reclamar”, añadió en la entrevista con El Orden, donde también anunció la solicitud de “un préstamo de 150 millones de pesos a través del Consejo Agrario Provincial”. El dinero saldría de la Junta Nacional de Carnes y se destinaría a instalar una cadena de cámaras frigoríficas. “Una de ellas, de gran tamaño, en Caleta Olivia, y en el resto con una distribución estratégica”, aseguraba Agulla.
El fuego de los amigos
A las 20:45 del 20 de diciembre de 1978, un grupo de tareas secuestró a la diplomática argentina Elena Holmberg en la esquina de Uruguay y Arenales. Prima hermana del teniente general Alejandro Agustín Lanusse, era quien en la Embajada de Francia se ocupaba de mandar a la Junta un reporte sobre los exiliados. Su trabajo era insumo fundamental para que Emilio Massera avanzara con la creación del Centro Piloto de París (CPP), que serviría para mostrarle al mundo una imagen de Argentina que maquillaba el horror de tanta tortura, desaparición y muerte.
Pero Elena vio que los militares, disfrazados de diplomáticos ahí, usaban el dinero con fines personales como prostitutas y en regalos a las esposas. La historia cuenta que ella, a su vez, tuvo un romance con otro represor, Jorge Perrén, siendo que este estaba casado. La cosa empeoró cuando interpretó una conversación que escuchó a medias y llegó a la conclusión de que uno de los líderes de Montoneros, Mario Firmenich, negociaba secretamente, vaya a saber qué, con Massera.
Rota por el amor adúltero que había llegado a su fin y odiada por lo que ella suponía que era una traición al llamado Proceso de Reorganización Nacional, decidió que iba a filtrar las planillas de gastos que probaban el despilfarro en Francia. Pensé que primero le mostraría los papeles a su primo Lanusse, pero nunca llegó a la cita. El 11 de enero de 1979 su cadáver fue visto flotando en el río Lujan. La habían rociado con ácido.
Durante el juicio por ese crimen, Silvia Raquel Agulla de Harcourt, amiga de los militares, pero más de Helena, y a la vez hermana del exinterventor de Santa Cruz, relató que el asesinato estaba relacionado con el de Horacio. Contó que había recibido cartas de su amiga en las que le confesaba que tenía miedo y que su hermano se había juntado con ella. Que lo que sabían los había llevado a morir a ambos.
Al parecer, Elena quería que Horacio Agulla publicara lo del despilfarro y que la Embajada en Paris recibía dinero de Montoneros en la revista Confirmado. El semanario salió por primera vez en mayo de 1965 y su director era Jacobo Timerman. En 1973 dejó de publicarse, hasta que, en un pase de manos, Horacio Agulla quedó al frente y la reeditó en 1978, pero con una línea editorial muy distinta a la original. Esta vez, pro dictadura.
Todavía hoy, si se busca por qué mataron a Agulla, suele aparecer la teoría de una vendetta. Y es que, tres días antes de que lo acribillaran adentro de su auto, el exinterventor de Santa Cruz almorzó en la casa de Bernardo Neustadt junto al represor Carlos Guillermo Suárez Mason.
Cuando se fue el militar, Agulla comenzó a imitarlo y a burlarse de sus expresiones rígidas. En eso estaban junto con otros comensales cuando Mason regresó porque había olvidado algo y fue entonces cuando advirtieron que “Pajarito”, que es como apodaban al genocida, lo había escuchado todo.
Una de las mejores cronistas de la historia, Joan Didion, habló alguna vez de la utilidad de las conexiones caprichosas para narrar historias. Ella había entrevistado a Linda Kasabian, integrante de la secta de Charles Manson que en 1968 mató a seis personas, entre ellas a la actriz Sharon Tate, esposa del director de cine Roman Polanski. En una de las visitas a la cárcel, Kasabian le pidió a Didion que le comprase un vestido para declarar en el juicio y ella lo hizo. Marrón dorado con pintas, pero también recordó que en una fiesta que compartió con Polanski en Beverly Hills, este le había arruinado el suyo cuando accidentalmente le tiró encima una copa de vino.
Apelando a una secuencia casual, podría decirse que, más acá en el tiempo, la familia Agulla volvió a tener una relación con estas tierras del sur.
Cuando acribillaron a Horacio Agulla, su hijo Ramiro tenía 14 años. Luego sería el publicista del grupo “Sushib, artífice del spot en el que Fernando de la Rúa mira a cámara y se queja: “Dicen que soy aburrido“, antes de convertirse en el presidente que dejó al país en una crisis fenomenal y con 34 muertos por la represión.
En 2009, Ramiro también estuvo al frente de la campaña de Francisco De Narváez, que apeló a la idea de “desperonizar“ con un antikirchnerismo rabioso. De Narváez le ganó esas internas a Néstor Kirchner, que murió un año después en su casa de El Calafate.
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