“No la dono nada. La Ferrari es mía, mía, mía…”

Carlos Menem, ex presidente argentino

 

 

Una pintada callejera en estos tiempos de pandemia decía “Que no vuelva la normalidad, la normalidad es el problema”. La crisis mundial del coronavirus, con sus contagiados y muertos, con hospitales llenos, con la idea de cuidarse uno y a los otros, podría haber generado una mejor sociedad. Algunos pensaron en una situación bisagra en la historia, donde la solidaridad se impusiera al egoísmo. En el que se entendiera que nadie se salva solo. En definitiva, salir de la pandemia con un mundo mejor.

 

 

Lo que la humanidad nos está demostrando es que no será así. Vemos que el mundo sigue igual o ha empeorado. Que la pandemia refuerza los peores rasgos del capitalismo y de la condición humana.

 

 

Las vacunas son el bote que nos permitirá salvarnos del naufragio y llegar a la costa. Y lo que ocurre con las vacunas nos confirma que nada ha mejorado. Se ha desatado una guerra que nos muestra la peor cara del ser humano.

 

 

Hubo promesas de los grandes laboratorios, prestigiosos centros de investigación y universidades, incluso de mandatarios y líderes mundiales. Las vacunas serían un bien de toda la humanidad.

 

 

Falso. Ocurrió lo previsible: una feroz competencia, una guerra geopolítica y el extremo egoísmo que dejó al descubierto la gran y creciente desigualdad que reina en el mundo.

 

 

La pandemia no solo no nos volvió más generosos, sino que dejó en evidencia un fracaso moral. Si hay un bien escaso y muy necesario, quien lo produce lo acapara, pone el precio que quiere y se lo vende al mejor postor.

 

 

Un informe que circuló en la última semana muestra que, hasta el momento, el 63% de las vacunas ya producidas fueron a países que concentran solo el 16% de la población mundial.

 

 

Canadá, una nación democrática y “bienintencionada”, puesta muchas veces como ejemplo para el mundo occidental, no solo se aseguró rápidamente vacunas para toda su población sino que se hizo de tres veces más la cantidad de vacunas que necesita.

 

 

Acá tampoco funciona la teoría del derrame. Un país no adquiere todas las vacunas que necesita y el resto se distribuye entre los que quedan. No es así, compra demás y los otros esperan muriendo que se derrame el sobrante.

 

 

“Las mujeres y los niños primeros”, es la frase de rigor en un naufragio. Hasta que queda un solo bote y el más fuerte se abre camino a los golpes.

 

 

La disputa por las vacunas no sólo se da entre los países ricos y los pobres. Hoy se pelean entre los más poderosos.

 

 

En Europa, los laboratorios, principalmente Pfizer-BioNTech (de EE.UU. y Alemania) y AstraZeneca (Gran Bretaña y Suecia), regulan el abastecimiento al continente según sus intereses, sin respetar sus compromisos.

 

 

El laboratorio británico-sueco reconoció que apenas suministrará una cuarta parte de los 400 millones de dosis destinadas a la Unión Europea. España y Francia ya tuvieron que poner en suspenso su campaña de vacunación. Y países como Italia están preparando un reclamo judicial internacional contra Pfizer por incumplimiento de contrato.

 

 

En la Argentina la campaña de vacunación se ha retrasado notablemente. El país se ha asegurado, por contrato, unas 50 millones de dosis de distintos laboratorios, suficientes como para vacunar a lo largo de este año a toda la población.

 

 

Pero hasta el momento solo tenemos y se están aplicando unas 800 mil dosis exclusivamente de Sputnik V del laboratorio ruso de Gamaleya. Se suponía que hacia el final de enero se tendrían unas cinco millones de vacunas, pero con Rusia ocurre algo muy parecido a lo que pasa con los demás laboratorios, desde los norteamericanos a los chinos. No alcanzan a producir tanto y priorizan a sus propios países.

 

 

Y en el medio, una batalla geopolítica que hace recordar a los años de la Guerra Fría. Más allá de algunas dudas científicas sobre vacunas que se han desarrollado de emergencia y achicando los tiempos establecidos históricamente, los intereses políticos y económicos hacen que a algunas vacunas se las cuestione más que a otras. Así como se presenta como un problema del gobierno argentino a algo que ocurre a nivel planetario.

 

 

El gobierno de Alberto Fernández no puede cumplir con el cronograma de vacunación que había anunciado. Lo mismo le ocurre a la mayor parte del planeta. Pero aquí algunos medios y dirigentes políticos de la oposición lo hacen ver como un fracaso único.

 

 

La Argentina es el país del Cono Sur que más ha vacunado. Eso no se señala como un logro. Solo se preguntan cómo puede ser que el gobierno le traiga de manera gratuita 20.000 dosis de Sputnik V a Bolivia, aunque sobre lugar en el avión de Aerolíneas Argentinas que regresó de Moscú y no signifique un gasto extra.

 

 

Todos los humanos sufrimos esta pandemia. Pero algunos mucho más que otros. Así es el sistema que predomina en el mundo. Lo que hará que algunos pocos se sientan seguros mucho antes que la gran mayoría.

 

 

Para algunos será la meritocracia a nivel planetario. Para otros simplemente egoísmo. Y así será el regreso a la tan ansiada “normalidad”.

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